Por Mario Viciosa, Newtral, 14 de febrero de 2024.

Rachel Carson no le quedaban más de dos años de vida cuando su nombre, de repente, estaba en boca de medio mundo, en Estados Unidos. Esta bióloga lanzó en 1962 el libro Primavera Silenciosa, que sacudió la conciencia ambientalista de manera masiva por primera vez. La idea era sencilla: nos estaban envenenando. Claro y contundente, documentaba toda la evidencia alrededor del insecticida más popular y revolucionario, el DDT, desarrollado al calor de la guerra y la superproducción de las cosechas de la nueva sociedad de consumo. Carson sembró para siempre la sospecha alrededor de los pesticidas, que ahora, 60 años después de su muerte, se discute en la UE.

La bióloga puso negro sobre blanco el potencial cancerígeno del DDT, pero sobre todo, el enorme impacto en fauna y flora. La respuesta de la industria fue inmediata y tacharon a Carson de hacer un discurso populista barato e hiperemocional, propio de su condición de mujer y no-madre frustrada; una perturbada emocional en medio de un romance imposible con su amada Dorothy Freeman. Cuando la realidad es que entabló contactos con científicos del gobierno, que le pasaron información confidencial que apuntaló su trabajo.

Seis décadas después de su muerte, casi un millar de pesticidas han sido prohibidos en la UE, aunque el DDT ha sido el gran perseguido a nivel mundial, pese a ser muy efectivo frente los mosquitos de la malaria. Con todo, como denuncian desde Ecologistas en Acción, muchas de estas prohibiciones “afectan únicamente a su uso en la UE, pero pueden seguir fabricándose en cualquiera de los estados miembros y venderse a países no pertenecientes a la UE”. Y los productos rociados con ellos, incluido el DDT, pueden entrar en territorio comunitario de forma irregular.

Un informe de Pesticides Action Network de 2022 encontró un aumento de los tóxicos en fruta cultivada en la UE, sobre todo moras, melocotones, fresas y cerezas. En España, según datos de AESAN de 2020 y Ecologistas en Acción, algo más del 41% de los vegetales contiene restos de plaguicidas, aunque en poca cantidad. Eso sí, el 2% estaba en umbrales fuera de la ley. Y en algunos pescados grandes, aparecieron restos de DDT, prohibido en 1983.

La Comisión Europea había puesto el foco en los 450 pesticidas autorizados en la UE ante la sospecha de que los umbrales de riesgo sean muy laxos. Pero en medio de una crisis monumental en el campo, los planes para agitar el escenario de los pesticidas –con tesis no muy distintas a las de Carson– se han frenado en seco.

Los pesticidas, “un símbolo de polarización en la UE”

La “polarización” ha vencido. Así lo reconocía la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, tras retirar su propuesta de recortar un 50% el uso de pesticidas en el campo de la UE. ”La Comisión propuso la legislación de uso sostenible de pesticidas con el objetivo de reducir los riesgos de los productos químicos para proteger la salud ambiental. Pero la propuesta se ha convertido en un símbolo de polarización”. Ha sido “rechazada por el Parlamento y no hay progreso el Consejo“, dijo tras días de protestas del sector agrario.

¿Y ahora, qué? ¿Son seguros o no son seguros los pesticidas usados en la UE? La respuesta corta es sí. Las autoridades velan por ello y, ciertamente, se podría pensar que la exposición final es baja. Un estudio danés publicado en Food and Chemical Toxicology en 2018 concluyó que la población adulta tiene un riesgo similar al de beberse una copa de vino cada siete años. La propia OMS reconoce que necesitamos (al menos, aún) de los pesticidas para alimentar al mundo con el sistema de producción actual.

Pero el peligro de los pesticidas, también reconocido por la OMS, va más allá de su capacidad para aumentar las probabilidades de cáncer, malformaciones, diabetes o problemas hormonales en personas –que la tienen–. Su impacto ambiental puede tener un verdadero efecto bumerang contra la agricultura. Y ahí es donde la UE decidió abrir el melón de los pesticidas: herbicidas, fungicidas e insecticidas, fundamentalmente.

La legislación de la Unión Europea sobre productos plaguicidas tiene por base un reglamento de 2009 sobre Productos Fitosanitarios. Básicamente, ahí y en otro reglamento de 2005 se dice qué se puede y qué no se puede usar en el campo de Europa. Para cada sustancia, otro organismo comunitario, la EFSA, hace una evaluación y emite un dictamen. Además, los estados también hacen su particular evaluación y autorización a nivel nacional. Hasta aquí, se podría pensar que el sistema es robusto y garantiza la salud de la ciudadanía.

Pero la propia Comisión ha reconocido que, según va creciendo la evidencia científica sobre el daño de los pesticidas, es precisa una acción política que se encamine hacia su “recorte drástico”. Ahí es donde emerge ese plan para reducir su uso a la mitad, dentro de una iniciativa conocida como Farm to Fork (del campo a la mesa), recuerda a Newtral.es la experta en geografía del sistema agroalimentario Lucía Argüelles (UOC).

“El anuncio muestra la poca ambición real que la Comisión tuvo nunca de llevar a cabo la hoja de ruta para recortar pesticidas”

”El anuncio muestra la poca ambición real que la Comisión tuvo siempre de llevar a cabo la hoja de ruta marcada en el Farm to Fork, que tenía por objetivo generar un relato de que la agricultura de la EU iba a ser sostenible en el futuro cercano. No lo es ni lo será por el camino que vamos”, critica la investigadora, que vaticina una Política Agraria Común (PAC) continuista.

Del daño hormonal a la bomba para la biodiversidad: riesgos de los pesticidas en la UE

Sólo en España, se usaron unas 76.000 toneladas de pesticidas, especialmente antihongos, en 2020, año pandémico; es el país que más tira de plaguicidas en el campo, aunque también se usan en entornos urbanos, como el herbicida glifosato, el químico más empleado en el mundo.

Esta sustancia, patentada hasta el año 2000 por la corporación Monsanto (dueña de varias semillas transgénicas), se puso en el foco en 2015. La agencia de la OMS que evalúa si algo es potencialmente cancerígeno (la IARC), metió al glifosato en el grupo 2A: o sea, “probable cancerógeno”, pero con escasa evidencia en el mundo real. En noviembre de 2023, la UE renovó la autorización para su uso por diez años. Pero fiando su abandono progresivo a la estrategia Farm to Fork.

Como explicaba entonces en el SMC de España Pablo Gago, investigador del IDAEA-CSIC, “la controversia se basa en evidencia sólida que ha vinculado este herbicida con posibles riesgos para la salud y el medio ambiente. Diversos estudios sugieren conexiones entre el glifosato y tipos de cáncer, diabetes o efectos en el desarrollo de los fetos, así como impactos negativos en la biodiversidad y la calidad del suelo“. El mayor escollo que encuentran estos estudios es la incertidumbre sobre el grado de exposición real necesario para ese daño y cuáles son las poblaciones más vulnerables. Las personas que trabajan con ellos sí que presentan mayor riesgo. Mientras, a nivel poblacional, la infancia parece una de las potencialmente afectadas.

Pesticidas, adelanto de la pubertad y el declive de las abejas

La investigadora de la Universidad de Granada Carmen Freire estudia los efectos de los pesticidas y microplásticos en la población infantil, sobre todo. En 2022 observó una relación clara entre estos y el adelanto de la pubertad. En el foco, los “disruptores endrocrinos”, apuntaba Freire, sustancias que, de algún modo, imitan artificialmente a nuestras hormonas. “Estos resultados son muy preocupantes ya que la pubertad precoz se ha vinculado con diferentes trastornos en la infancia y adolescencia, con consecuencias tardías en su salud”. Un ejemplo de exposición en la vida real a nivel epidemiológico, pues se hizo un seguimiento a voluntarios durante 22 años.

Por otro lado, un estudio sobre la misma cohorte (ese grupo de personas) y otra francesa descubrió que hay asociación entre ciertos compuestos presentes en pesticidas de la UE, la obesidad y la salud cardiometabólica de preadolescentes.

Otros trabajos han puesto de manifiesto que la incertidumbre es alta respecto al daño real que los pesticidas pueden estar produciendo por ingesta en la salud humana, en la UE y fuera de ella. Pero hay cada vez más sobre el impacto en medio ambiente y ecosistemas.

Una investigación publicada por el Grupo de Ecología Terrestre de la UAM en Basic and Applied Ecology mostraba que un aumento del rendimiento de cosechas sostenido con pesticidas implica una caída de hasta un tercio en los escarabajos y aves del entorno. Pero las abejas parecen las grandes perjudicadas. Y aquí vuelve a aparecer la palabra glifosato.

En 2018 se publicó un amplio estudio en PNAS, muy discutido por la industria, que revelaba que la microbiota de las abejas se había deteriorado sustancialmente, volviéndolas débiles. Otros estudios han corroborado daños generales en sus colonias y las de otro importante polinizador, el abejorro.

La bioquímica y botánica Rosa Porcel (subdirectora de la ETSIAMN, UPV) matizaba el impacto del glifosato el pasado noviembre: “Es el más efectivo y seguro por afectar a rutas bioquímicas específicas de plantas que no están presentes en animales”. Porcel cree que se ha demonizado de más al glifosato, frente a sus beneficios y recuerda cómo la decisión de la IARC estuvo rodeada de sombras desde el principio: “Había omitido información clave en su informe y se puso en duda la metodología”.

La paradoja es que cultivos patentados por Monsanto, primera propietaria del glifosato, son resistentes a este herbicida. Es decir, semilla y herbicida hacían una pareja perfecta. Estas plantas transgénicas (RR) no se cultivan en Europa, pero sí que se importan. “El uso del glifosato permite la siembra directa, con el consiguiente ahorro de insumos, combustible y menor impacto sobre el suelo por evitar el arado”.

Los pesticidas prohibidos siguen presentes: los vendemos al Sur Global y compramos sus frutas

El último informe de la EFSA sobre el contenido de residuos en alimentos señala que el 96,2% de las muestras analizadas contenían restos de casi 800 plaguicidas diferentes. Eso sí, todos ellos dentro de los límites permitidos por la legislación comunitaria. Legislación que se revisa, y en muchos casos modifica, periódicamente.

Fuera de Europa la situación es dispar. En el Atlas de los pesticidas de Amigos de la Tierra destacan el caso de Brasil. Es el gran importador de fitosanitarios. Y, a su vez, el gran exportador al que compramos productos del campo. Bate todos los récords de uso de pesticidas. Pese a que el país prohibió muchos de ellos, incluido el DDT en 2009, su uso clandestino y sus efectos siguen presentes

El pasado septiembre, la directora del Centro Nacional de Epidemiología Marina Pollán (ISCIII) contaba en un evento con el CNIO que “en España tenemos estudios de biomonitorización de DDT que demuestran que este compuesto está presente en nuestra sangre”. ¿Una herencia de cuando se usaba ampliamente? No. Hay dosis altas ”propias de una exposición reciente probablemente por productos importados de países menos desarrollados, donde todavía se utiliza este producto de manera masiva”.

“Hay que ser más estrictos con las importaciones”, dijo la directora del IARC Elisabete Weiderpass el pasado septiembre en ese mismo encuentro en el CaixaForum de Madrid. La UE es muy severa sobre la presencia de ciertos pesticidas en los alimentos, aunque no lo suficiente, dijo. “Estas sustancias están presentes en la sangre de todos los que estamos aquí, y también en la de mujeres embarazadas, incluso en la de nuestros nietos”.

Rachel Carson tuvo un sobrino-nieto al que adoptó y al que, en buena medida, dedicó su libro póstumo El sentido del asombro (1965). Hoy, ese sobrino-nieto es presidente de la fundación conservacionista Consejo Rachel Carson. Entre sus luchas, “los sistemas alimentarios locales y regionales, que dependan de menos insumos químicos y traten a los trabajadores agrícolas y a los animales con respeto”. Filosofía que subyacía, al menos en teoría, en la estrategia Farm to Fork de la UE y que ahora queda suspendida, rociada de “polarización”.

Imagen de Jose Antonio Alba en Pixabay

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