Por Marco Teruggi, Sputnik News, 08 de octubre del 2019.

La parroquia Sucre, en el oeste de Caracas, es una de las más grandes de la ciudad. Desde su altura se puede ver, mirando al norte, el final del barrio con sus casas en equilibrio sobre el cerro, las montañas del Ávila, más allá Ciudad Caribia —uno de los primeros proyectos de ciudades socialistas— y finalmente el mar caribe. En el medio se ve la autopista, la carretera vieja, la historia de la pobreza, su reivindicación bajo el chavismo y su época de dificultad actual.

“La cosa está de verdad ruda, ruda, esta crisis a unos lo ha mejorado y otros los ha puesto peor”, dice Víctor Mendoza en una frase que condensa los últimos años. Cuando se refiere a “mejorado” habla de las respuestas creadas en la tormenta: en su caso, con 38 años, se ha puesto a sembrar.

Su producción está en una ladera del núcleo de desarrollo endógeno Fabricio Ojeda, uno de los proyectos bandera que comenzó en los inicios de la revolución bolivariana, en el año 2004. Se trata de cerca de 13 hectáreas situadas en el corazón de la capital, un “oasis para una parroquia tan populosa como la Sucre con más de 300.000 habitantes”, considera Jesús Méndez, que estuvo desde su fundación.

La historia del núcleo también resume gran parte de los años recientes, tanto las certezas y necesidades de origen como las preguntas actuales. El espacio era una planta de distribución de combustible en estado de abandono perteneciente a PDVSA, la empresa petrolera estatal. Fue Hugo Chávez quien dio la orden de recuperar esos terrenos y ponerlos al servicio de la comunidad.

“Un núcleo de desarrollo endógeno es un centro donde convergen una serie de instituciones del Estado para brindar soluciones a la comunidad, de salud, educación, cultura, deporte y trabajo”, explica Méndez.

La apuesta fue poner en pie un espacio de producción, comunitario y de concentración institucional para construir respuesta a las necesidades de la gente. Y hacerlo dentro del barrio sobrepoblado, priorizar terrenos de alto valor para la apuesta al desarrollo, a una ciudad productiva.

Del campo al barrio

“Estos conocimientos los traíamos porque en nuestra casa se sembraba, se tenía el conuco, los chivos, las gallinas, los abandonamos para venir a Caracas a un huequito amunuñados todos juntos unos con otros, se casaba uno, tenía la familia y, si no tenía dinero, a seguir creciendo con la familia dentro del huequito”, dice Olga Carrasco.

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Ella nació en la ciudad de Carora, estado Lara, y su vida es la de millones de personas, la historia de la migración de los campos a las ciudades, la construcción de las barriadas en los cerros, la economía petrolera que dejó la ruralidad en abandono y moldeó una economía y una sociedad profundamente desiguales.

“Antes del comandante Chávez los pueblos estaban muy olvidados, no había universidades, uno terminaba la primaria y había que migrar”, cuenta.

Ahora es grande, y todos los días viene a sembrar al núcleo de desarrollo endógeno. Forma parte de AgriCatia, la organización que reúne a quienes están decididos a hacer de este espacio un sitio productivo, que dé respuestas a la comunidad, continúe el proyecto de Chávez: “él nos dejó una orden, que los demás no lo hacen no me interesa, yo lo hago”, remarca.

Se encarga de las plantas medicinales, de las flores, de buscar remedios a los cultivos que no sean químicos, porque en el núcleo apuestan no solamente a producir sino a hacerlo de forma agroecológica.

“La agroecología es producir como se producía antes de la industria química que hoy constituye su gran negocio en envenenar al mundo, antes de eso se producía de manera natural, nuestros ancestros producían sin utilizar químicos, y de eso se trata, combatir un hongo o insecto con insumos de plantas o minerales”, explica Méndez. 

Producción de Víctor Mendoza en el núcleo de desarrollo endógeno Fabricio Ojeda

En total tienen 150 canteros, cuatros casas de cultivo, germinación de semillas. Producen tomate, pimentón, lechuga, pepino, zanahoria, cebollín, cilantro, ajo porro, cambures, batata, entre otras frutas y verduras, que venden a la comunidad.

“Nuestra idea central es demostrar que es posible y rentable producir en la ciudad, ese es el fin nuestro, que sin explotar a nadie y con precios solidarios podemos ser autosustentables”, observa Méndez, que viste un sombrero de paja para protegerse del sol. Él también viene de familia campesina, sus padres eran productores del estado Miranda: “uno tiene eso en los genes, siempre me gustó la producción y estoy en lo que realmente me gusta”.

Preguntas y respuestas a la crisis

“El pueblo tiene que buscar soluciones”, dice Méndez. Es el intento diario de AgriCatia, del núcleo de desarrollo endógeno Fabricio Ojeda —nombre en honor a quien fue dirigente político de izquierda—, de la Comuna Fabricio Vive donde hace vida el núcleo. La comuna tiene un espacio de reunión de los agroproductores para coordinar la política de siembra en el territorio.

“Hay un interés por parte del pueblo organizado para poner su grano de arena en la solución del problema, hay organización y ganas”. El asunto, sostiene Méndez, es la dificultad para hacer frente a esta situación económica de guerra donde son necesarias, explica, inversiones del Estado que permitan apalancar obras que la comunidad no puede hacer por ahorro propio: la primera y principal es construir un pozo de agua para poder irrigar en tiempos de sequía.

La economía es el principal centro del ataque para desestabilizar el proceso político. El impacto es transversal, desde los índices macroeconómicos, la producción petrolera, el precio de los alimentos y de los insumos para la producción. “Todas las semillas y productos agrícolas están siendo vendidos en dólares”, explica Méndez. Pero AgriCatia vende en bolívares, que es la moneda nacional, a un precio más económico que en la calle.

¿Cómo mantener una producción agroecológica en tiempos de asalto a la economía? ¿Se puede? Es la pregunta que se cierne cada día sobre los ensayos de economía comunal, estatal, que no buscan especular sino vender a precios accesibles.

El problema en el núcleo no es de convicción, como lo afirma Olga: “yo sigo trabajando para la revolución hasta que se me cierren los ojos, lo que le vamos a dejar a nuestros hijos, nietos, a la generación que viene va a ser la agricultura, porque con el petróleo mire cómo nos están bloqueando por todos lados”.

El núcleo de desarrollo endógeno tiene 15 años desde el inicio de su creación. “Era otro momento, había dinero, el dólar no subía todos los días, el barril de petróleo tenía buen precio”, recuerda Mendoza. Ahora es tiempo de reinventar, persistir en los canteros, el trabajo, para construir respuestas colectivas.

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