Por Edgardo Ayala, IPS Noticias, 15 de enero de 2024.

Como a miles de caficultores en El Salvador y en el mundo, Anaya, de 66 años, ha sentido cómo el cambio climático ha afectado su pequeña finca de menos de una hectárea de extensión.

“Cayó una llovizna en diciembre, cuando los cafetales ya quieren soltar flor, antes eso no sucedía, y la última lluvia caía más o menos el Día de los Difuntos, el 2 de noviembre”, explicó Anaya a IPS, abriéndose paso entre cafetos y algunas ramas con gajos con granos de café rojos, remanentes de la cosecha cortada a finales de diciembre.

La propiedad está localizada en las inmediaciones de San Emigdio, un caserío de unas 700 familias del municipio de Guadalupe, enclavado en la cordillera cafetalera Chinchontepec, en el centro del país.

Apuesta por los pequeños productores

Anaya es una de las más de 7000 personas beneficiadas con un programa estatal que busca crear resiliencia climática en fincas de pequeños productores de café en tres cordilleras volcánicas del país: Apaneca-Ilamatepec, El Bálsamo-Quezaltepec y Chichontepec.

El programa arrancó en 2022 y es financiado con un préstamo de 45 millones de dólares, aportado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

La iniciativa le ha apostado a los pequeños productores de café de ingresos bajos, que son  82 % de los caficultores de El Salvador, según un estudio del BID el impacto económico de la crisis climática sobre la caficultura en el llamado Triángulo Norte Centroamericano, que abarca además a Guatemala y Honduras.

“Tengo la esperanza de que en tres años (los cafetos) estén produciendo ya y vendamos más y mejor café, para beneficio de nuestra economía familiar”: María de Jesús Anaya.

El plan también le apuesta a ese segmento porque al producir más café las familias incrementan los ingresos para cubrir buena parte de la dieta diaria, aliviando con ello la inseguridad alimentaria, que afecta a 19 % de la población del país, de acuerdo al informe del BID.

El proyecto se concentra en productores cuyas fincas no exceden las 1,4 hectáreas, brindándoles plantines de una variedad de café resistente al cambio climático y a plagas que proliferan precisamente por esa variabilidad climática, como la roya.

“Me dieron 600 arbolitos, ya vienen creciendo bonito (bien)”, afirmó Anaya, quien debe dividir su tiempo entre la caficultura de pequeña escala y las tareas en su casa.

Anaya sembró los nuevos arbolitos entre los surcos del cafetal que ella ya cosechaba desde hace décadas, de la variedad bourbón.

Al final del programa, en operación por cinco años, se pretende cubrir alrededor de 7000 hectáreas.

Los objetivos que la iniciativa intenta lograr incluyen la diversificación y aumento de la producción, así como el incremento en los ingresos de los hogares y disminución de la inseguridad alimentaria.

También, a nivel ambiental, se busca una mayor captura de carbono en la nuevas áreas de bosque cafetalero y una mejor infiltración de las aguas de lluvia y, por tanto, mayor disponibilidad de los recursos hídricos, para uso doméstico y productivo.

No es la primera vez que caficultores del país reciben plantines resistentes al cambio climático y otros apoyos similares, pues eso se ha hecho ya en años y gobiernos pasados.

Sin embargo, las asociaciones del sector siguen demandando un plan más integral que incluya aspectos como líneas de crédito a tasas preferenciales y una mejor asistencia técnica, entre otros, con una visión de largo plazo y que no dependa de los vaivenes políticos coyunturales.

El acceso a financiamiento sigue siendo un factor crucial, dice el reporte del BID. En El Salvador el acceso al crédito es apenas de 11 % en el segmento de los caficultores a pequeña escala.

Cafetales y bosques

Las fincas de café del país se consideran también bosques, por la propia cobertura vegetal del cultivo y porque los caficultores históricamente han sembrado variedades de árboles forestales y frutales, para proveer de sombra a los cafetos.

Unas 175 000 hectáreas conforman este bosque cafetalero salvadoreño, de ahí la importancia de protegerlo de los impactos del cambio climático, con las nuevas variedades entregadas y los otros componentes del programa.

“Tengo la esperanza de que en tres años estén produciendo ya y vendamos más y mejor café, para beneficio de nuestra economía familiar”, señaló Anaya.

La caficultura de El Salvador tuvo una época de oro en los años 70, cuando este pequeño país se posicionó como el quinto productor mundial y el cuarto exportador.

Luego por diversos factores, incluyendo la guerra civil (de 1980 a 1992) y la falta de apoyo estatal, la producción fue cayendo vertiginosamente y para el 2020 el sector calculaba que el área cultivada se había reducido 36 % en las últimas tres décadas.

En ese mismo periodo, la producción había caído en más de 80 %, mientras la mayor parte sigue en manos de grandes cafetaleros.

A pesar de ello, el café es el principal sustento económico para la tercera parte de la población de El Salvador, de 6,7 millones de habitantes, según el mismo estudio del BID. Comparativamente, en el vecino Honduras lo es para dos tercios de las familias del país.

Para los pequeños productores, iniciativas como el programa para crear resiliencia climática es un aporte importante para lograr mantener las cosechas y mejorarlas y al mismo tiempo se fortalece la biodiversidad.

En las regiones seleccionadas por el programa, en las tres cordilleras, se consideró “el déficit hídrico y la pérdida de aptitud para el cultivo del café por efecto por el cambio climático, y con mayor prevalencia de la malnutrición” de las plantas, señala otro documento del BID sobre la iniciativa.

Ese informe agrega que esas áreas intervenidas serán más resistentes al impacto del cambio climático, en particular en la disponibilidad de agua en las cuencas.

Además de proveer de plantines de café, el programa también otorga fertilizantes, plantas de sombra, frutales y forestales, además de asistencia técnica directa.

Anaya agregó que aunque ninguno de sus siete hijos ha querido seguir en la caficultura, ella y su esposo seguirán trabajando por mejorar la finca, que ella heredó de sus padres y con la que siente una fuerte conexión emocional.

“Cuido la finquita con amor, porque era de ellos, que la cuidaron”, sostuvo Anaya, que es jefa de grupo de productores. Eso significa que ella coordina a otros 10 caficultores de la zona, con quienes se reúne periódicamente para establecer acciones en conjunto.

Menos plagas

Otro de los beneficiarios es Alex Hernández, que también tiene su propiedad en las inmediaciones de San Emigdio, en las faldas del volcán Chinchontepec, de ahí el nombre de la cordillera.

Hernández, de 54 años, recibió en 2022 unos 1000 cafetos que también fue sembrando en medio del cafetal que ya poseía, de menos de una hectárea de extensión. La nueva plantación ya dio la primera cosecha.

“Ahora con estas nuevas variedades ya hay menos plagas como la roya y otras”, comentó Hernández a IPS, mientras sacaba de su mochila un termo con café caliente, lo vertió en una taza y lo bebió a sorbos, temprano por la mañana, el día que IPS visitó su propiedad.

Luego se internó en su finca para mostrar el crecimiento que han tenido los nuevos cafetos, además de las especies de árboles forestales y frutales con los que ha proveído de sombra a su finca, como mango y cacao.

Afuera de la espesura del cafetal, en un huerto adyacente a la casa que Hernández está construyendo en su finca, él cultiva tomates, como parte de su esfuerzo por cosechar sus propios alimentos para la alimentación de su familia, ahora limitada a su esposa y su hija de 16 años, después de que el hijo mayor, de 25 años, se casó y ya tiene su propio hogar.


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Hernández mostró también las tecnologías rústicas pero efectivas que ha ido conociendo como parte de la capacitación técnica recibida, sobre todo para combatir el estrés hídrico en la zona.

Para el caso, el caficultor ha cavado agujeros rectangulares en algunos surcos, al pie de los cafetos, para captar el agua lluvia.

“La idea que el agua se almacene y así evitar que se pierda como escorrentía”, aseguró.

En algunos puntos de la finca también ha cavado agujeros más grandes, también para captar agua que beneficiarán la capacidad hídrica de toda la propiedad, dijo.

En la propiedad de Hernández crece también profusamente, de manera silvestre, la hierba mora (Solanum nigrum), una planta cuyas hojas son muy utilizadas en la cocina salvadoreña, sobre todo en sopas.

“Con esta hojita y algunos vegetales preparo muchas de mis sopas”, explicó Hernández, y como cocina en un fogón de leña, la ceniza la utiliza como parte de los ingredientes para producir abonos orgánicos, junto a otros productores que también participan del programa.

Foto de Rodrigo Flores en Unsplash
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