Por IPS Noticias, 23 de junio de 2022.

“Antes venía casi todos los días y juntaba lo que sirviera para comer y lo que se pudiera vender en mi barrio. Comida, cartones, madera… Ahora vengo a separar los alimentos que sirven, también, pero trabajo de 7:00 a 15:00 y cobro un dinero”, explica a IPS esta mujer de baja estatura que transmite buena energía.

El Mercado Central de la capital argentina es un universo que parece inabarcable para quienes se aventuran en él por primera vez.

Son 550 hectáreas en el municipio de La Matanza, en las afueras de Buenos Aires, llenas de vida; definirlo solo como el mercado concentrador que abastece de frutas, verduras y hortalizas a una región metropolitana de 15 millones de habitantes sería minimizarlo.

En el Mercado hay locales de grandes empresas y emprendimientos pequeños, calles, avenidas, galpones, edificios y hasta zonas tomadas por personas sin techo y un hogar de recuperación de adicciones. En algunas partes la gente se aglomera entre cajones de fruta y el ruido abruma, pero también hay grandes zonas vacías donde todo es silencio.

Cerca de 1000 camiones ingresan todos los días al Mercado Central para buscar los alimentos frescos que luego se venden en los comercios de la ciudad y el llamado Gran Buenos Aires. Al mes se comercializan 106 000 toneladas de frutas y hortalizas, dice el dato oficial de la corporación.

También hay una feria minorista con alimentos de todo tipo, a la que concurren miles de personas de toda la ciudad, en busca de precios mejores que en sus barrios, en el contexto de una inflación que no para de crecer -ya supera una tasa de 60% anual- y destruye los ingresos de la clase media y los sectores más pobres.

Como un reflejo de la realidad social argentina, donde ya antes de la pandemia de covid-19 la pobreza superaba 40 % de la población, una imagen habitual del Mercado ha sido la de cientos de personas como Chávez revolviendo entre los desperdicios, buscando algo útil para comer o para vender.

Pero desde agosto de 2021 mucho de esa energía está volcada en el Programa de Reducción de Pérdidas y Valorización de Residuos, que tiene dos ideas principales: utilizar los alimentos aptos para el consumo para la ayuda social y, el resto, para la producción de compost o abono orgánico que sirva para promover la agroecología.

“Había una problemática social y ambiental que atender. Hoy tenemos menos pérdidas, damos ayuda social y creamos puestos de trabajo”, dice a IPS Marisol Troya, gerente de calidad y transparencia del Mercado Central.

Hacer frente a la crisis

Las 12 gigantescas naves o galpones donde se venden al por mayor frutas, verduras y hortalizas son el corazón del Mercado Central, que tiene 800 empleados y donde de hecho cada día trabajan 10 000 personas.

Allí, a las 2:00 de la madrugada comienza cada día la actividad con un movimiento frenético de cajones con productos de la tierra venidos de toda la Argentina y países vecinos, que son un festival de colores. Cada nave tiene 55 puestos de venta.

“La búsqueda de alimentos entre los desperdicios del Mercado se vio incentivada por la crisis económica y la pandemia. Nosotros nos dimos cuenta muy rápidamente que había mucha mercadería en buen estado, que se descartaba por razones comerciales pero se podía recuperar”, reconoce Marcelo Pascal, asesor de la gerencia.

“Había hasta pequeñas verdulerías armadas en base a los vegetales encontrados en la basura. Existía muchísima recuperación, pero desordenada, y por eso se trataba de ordenarla”, agrega a IPS.

Desde agosto de 2021 hasta este mes, 18 891 toneladas de alimentos fueron recuperados para la ayuda social, mientras que 3276 toneladas han sido utilizados para hacer compost, de acuerdo a los datos oficiales del Mercado Central, que es una corporación estatal manejada por un directorio en el que intervienen el Estado, la provincia y la Ciudad de Buenos Aires.

“Hemos reducido en 48 % la cantidad de basura que el Mercado enviaba a los rellenos sanitarios para su disposición final, que eran 50 toneladas diarias”, informó a IPS el ingeniero agrónomo Fabián Rainaldi, responsable del Programa de Reducción de Pérdidas.

Ordenar la recuperación

Justo Gregorio Ayala trabaja en una explanada junto a una de las naves de venta al por mayor. Tiene ante sí un cajón de tomates golpeados, imposibles de vender en un local por una cuestión de imagen, pero que en muchos casos están maduros y a tiempo de ser consumidos. Su tarea es separar lo recuperable del residuo.

“Vivo aquí en el Mercado, en el Hogar de Cristo San Cayetano y hace seis meses conseguí este trabajo”, cuenta Ayala, en referencia a un centro de recuperación de adicciones que fue inaugurado en 2020 dentro del propio Mercado, con la misión de dar contención a poblaciones vulnerables.

“Siempre hubo mucho para recuperar en el Mercado, pero ahora lo hacemos mejor”, agrega Ayala, que es uno los operarios contratados para el Programa.

Aclara, de todas maneras, que el escenario es muy distinto de acuerdo a la temperatura. “En verano, por el calor, la fruta y la verdura dura mucho menos tiempo y los puesteros desechan más cantidad. Ahora en invierno no tenemos tanto”, cuenta.

Los trabajadores se desempeñan junto a ocho de las 12 naves del mercado. Son en total 24 operarios, divididos en grupo de tres que separan la mercadería que a los puesteros se les pide que dejen en el centro de la nave.

Lo recuperado es cargado en camiones que es llevado a un inmenso depósito de la sección de Acción Comunitaria del Mercado, donde es preparada para ser destinada a ayuda social.

“Entregamos alimentos a 700 comedores sociales, que tienen establecidos turnos semanales: son unos 130 por día”, dijo Martín Romero, jefe del Sector de Acción Comunitaria, donde cumplen funciones 22 trabajadores, mientras los primeros vehículos comenzaban a llegar para retirar su carga.

“También armamos bolsones de ocho kilos, con lo que tengamos disponibles, que entregamos a 130 familias”, añadió a IPS.

Lo que no está apto para el consumo termina en el patio de compostaje, un terreno de casi tres hectáreas, donde se produce el proceso de descomposición de la materia orgánica en unos cuatro meses.

“Los desechos orgánicos son mezclados con chips de la madera de cajones, que absorben el agua  así reducen el lixiviado que contamina el suelo.  El compost se dona a huertas agroecológicas. Es enmienda orgánica que sirve para la fertilización y la recuperación de suelos degradados”, explica Fabián Rainaldi.

El objetivo es lograr un Mercado Central que aproveche todo y no envíe residuos a disposición final. Un camino largo, que recién se empieza a recorrer.

Imagen de Brigitte Werner en Pixabay 
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