Por Flavia Broffoni*, Agencia Tierra Viva, 07 de diciembre de 2023.

Desde el jueves pasado se celebra la vigésimo octava Conferencia de las Partes (COP 28) de Naciones Unidas, entre los países participan de la Convención Marco de Cambio Climático, que ya tiene tres décadas de vida. En estos treinta años el punto más saliente de todo este derrotero, cuando pareció cobrar valor el sistema de gobernanza global, fue en 2015 con la firma del Acuerdo de París durante la COP 21. Entonces, los países parte de la Convención tomaron el compromiso de realizar todos los esfuerzos posibles para no superar, hacia fin de siglo, un aumento de la temperatura global por encima de 1,5 grados respecto a niveles preindustriales.

Si bien las partes (países) están comprometidos frente a los demás, cualquiera puede retirarse del tratado en cualquier momento o incluso incumplir sistemáticamente sus compromisos fronteras adentro. Cada país presenta sus “ambiciones climaticas” para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en las famosas  NDC —por la sigla inglés de Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional—,  un documento que presenta cada país con su esquema y plan estratégico de reducción de emisiones.

El compromiso asumido en 2015 —no superar los 1,5 grados a fines de siglo—  se tomó como objetivo global basado en la mejor ciencia disponible, es decir en el trabajo del IPCC —el Panel Intergubernamental de Cambio Climático—. ¿Qué quiere decir ese objetivo? Que desde el mismísimo momento en el que se firmó el acuerdo, en 2015, ya la diplomacia estaba mintiendo. Hoy sabemos, por testimonios varios de científicos del IPCC que fueron publicados, entre otras, por la Revista Nature, que en 2015 ya sabían que la meta de 1,5 grados era imposible de lograr, a pesar de que la negociación entre 2 grados y 1,5 fue larga y esforzada.

Fui algunas veces parte de esas negociaciones como miembro de delegaciones observadoras de la sociedad civil y luego, lateralmente, como parte de las delegaciones de gobiernos. Vi las eternas negociaciones por comas, paréntesis y corchetes. Concurrí varias veces a conferencias de las partes de cambio climático y de la COP de Biodiversidad también. Lo que sucede en estos ámbitos es ridículo. Pero de una ridiculez que roza la obscenidad.

Miles de personas volando a decenas de miles de kilómetros, emitiendo una cantidad inmensa de gases de efecto invernadero, no solo por lo que implican los traslados, sino los consumos y la parafernalia de estos eventos. Hoteles de lujo, comida importada, café y carne sustentable del otro lado del mundo, sponsors como Coca-Cola, países anfitriones con miles de activistas presos como Egipto —donde ocurrió el año pasado la reunión— lavando su imagen con la foto de ambientalistas globales disfrutando de su hospitalidad. Este año, la COP 28 está ocurriendo en los Emiratos Árabes, presidida por un jeque con intereses harto demostrados en la expansión de la frontera fósil y en jugar con el precio del petróleo. En ninguna otra COP hubo tantos agentes negociadores de la industria de combustribles fósiles acreditados. La cifra representa un incremento del 400 por ciento respecto al año pasado.

Grafico lo cotidiano de esos espacios —que entre las reuniones técnicas previas y las conferencias en sí mismas suelen durar varias semanas— para ilustrar hasta dónde puede llegar el greenwashing (lavado de imagen verde).  En ese marco, la diplomacia internacional —no sólo la de cada país participante sino de la mayor parte de las organizaciones ambientales— aún hoy se siguen prestando a ese placebo.

Volvamos a 2015 y el Acuerdo de París. Entonces el compromiso fue hacer todo lo posible por sostenernos debajo de 1,5 grados y todos los países presentaron sus NDC. Ni uno solo, nunca jamás, cumplió con su compromiso de reducción. Si se contempla el seguimiento que hacen organizaciones como, por ejemplo, Climate Tracker, se ve el incumplimiento flagrante con los planes de mitigación.

Argentina hizo una nueva presentación de su NDC durante este último gobierno, habiendo sido la primera durante el gobierno de Mauricio Macri y mejoró su ambición climática. Lo paradójico de la situación es que, en el mismo documento que presenta un compromiso de reducción más alto, dice que continuará la expansión de la frontera agropecuaria  y que van a aumentar las emisiones a partir de la expansión de la frontera fósil con fracking y offshore. Se anuncia con bombos y platillos la meta sin jamás mencionar cómo se alcanzará.

No hay ninguna evidencia disponible de que esté funcionando el Acuerdo de París. En términos empíricos, no hubo un solo año desde la firma del acuerdo, en 2015, en que las emisiones globales se redujeran. Ni siquiera durante la pandemia de Covid-19, cuando la economía estuvo completamente frenada con lo cual cabe preguntarse: ¿Cuál es el valor real de que sigan sucediéndose estas conferencias y que, incluso, se las valide? Es un sesgo cognitivo. Es el efecto espectador. El creer que quienes “nos están cuidando” —gobiernos, referentes científicos, culturales e incluso activistas— asisten a estos espacios, en este punto de la historia, y están haciendo todo lo posible por solucionarlo.

Sincrónicamente ocurren otras cosas que ponen en tensión la efectividad de estas conferencias. En Panamá, con tan sólo un mes de resistencia civil, lograron presionar lo suficiente como para que la Corte declare inconstitucional un acuerdo minero que iba a poner en grave peligro los próximos 20 años el territorio panameño. Entonces, 28 conferencias de las partes, durante 30 años, negociando la reducción de emisiones, procesos de adaptación y financiación hacia el Sur global no tuvieron absolutamente ningún resultado empírico comprobable. Mientras que, muy por el contrario, cuando la gente se organiza a partir de consignas claras y comunes logran objetivos concretos para poder vivir de otra manera en solo un mes.

Las notas esperanzadoras sobre la crisis climática terminan diciendo siempre que “lo único que falta es voluntad política”. Pues bien, entonces la pregunta que corresponde hacernos es: ¿cómo forzar la voluntad política? La voluntad política no se fuerza, está muy demostrado, en los espacios de gobernanza global. Los dos países con mayores emisiones del mundo, Estados Unidos y China, ni siquiera enviaron a sus presidentes a la COP 28.

La hipocresía narrativa no sería tan grave sino estuviéramos al borde del colapso de los ecosistemas. El informe “el nicho climático humano” da cuenta de los inminentes peligros que en este punto de la historia son inevitables: nos dirigimos a un calentamiento de, por lo menos, entre 3 y 4 grados. El 1,5 nunca existió, pero nos lo vendieron muy bien.

(*) Politóloga y activista en ecología política y emergencia ecológica y climática. Es co-fundadora del movimiento de desobediencia civil pacífica Rebelión o Extinción. Autora de Extinción (Sudamericana, 2020).

Imagen de Jan Vašek en Pixabay

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