Por Mercedes Campos Durán, Revista de Agroecología, 1 de octubre de 2016

Inicio esta reflexión con el enunciado que aparece en la convocatoria del tema que nos ocupa: “El paradigma agrícola dominante ve la maximización del rendimiento individual de cada cultivo como un indicador clave de la agricultura eficaz” (leisa 32-1, p. 35).

En la actualidad la agricultura ecológica cuenta con un cuerpo de objetivos, resultados e indicadores que se aplican a la unidad productiva, entendida esta como un sistema multifuncional, y que además de producir e innovar como la agricultura convencional, conserva la biodiversidad y garantiza alimentos.

En cuanto a la generación de ingresos, se diferencia de la agricultura convencional por el enfoque de equidad y justicia. Asimismo, la eficacia de la agricultura ecológica se expresa por los aportes a la sostenibilidad social de las familias campesinas e indígenas que la practican. Por consiguiente, el volumen de la producción es solo un aspecto entre muchos otros.

A pesar de todo lo anterior existe la necesidad de “probar” la eficacia del modelo agroecológico. Se afirma, en tal sentido, que faltan evidencias que demuestren su eficiencia y su eficacia, tal como sucede en la agricultura convencional que tiene en el rendimiento su indicador clave.

Poco se insiste en cambio en el gran vacío del modelo agrícola convencional en relación a los costos ambientales y, si bien existen empresas agrícolas grandes y medianas que adoptan la “responsabilidad social empresarial”, no sucede lo mismo en estas empresas con la responsabilidad ambiental, que implica reducir o resarcir su impacto negativo en el suelo, el agua, la flora y la fauna. Por ello creo que resulta pertinente abordar cada concepto con palabras sencillas y directas.

Rendimiento

Considerado como una de las principales victorias de la agricultura convencional después de la Revolución Verde, es definido en economía agrícola como una relación en la que se divide el volumen de producción de un rubro entre la superficie sembrada. La unidad de medida más utilizada es la tonelada por hectárea. En Nicaragua se expresa en quintales por manzana, relación que se calcula para una cosecha. Este concepto, en apariencia universal, es de hecho un concepto reduccionista, pues se refiere solo a la agricultura convencional en el sistema de monocultivo.

En el caso de la agroecología cabe preguntarse ¿cómo se estima el rendimiento? Y sobre todo, ¿qué significado tiene la comparación del rendimiento de un producto cultivado en una manzana de manejo agroecológico, con el rendimiento del mismo rubro en una manzana del sistema de plantación, si no se toman en cuenta todos los otros productos y beneficios que se obtienen en la misma manzana agroecológica?

En la manzana del modelo agroecológico, además del rubro objeto de la comparación, se pueden encontrar también –solo en árboles– especies frutales, maderables, energéticas, forrajeras y de sombra, así como distintas variedades de frijoles abono, hortalizas, tubérculos y musáceas.

Se trata de cultivos que producen en distintos momentos del año, mientras que las especies forestales requieren varios años en su desarrollo. Entonces habrá que preguntarse también si el rendimiento es un indicador para ambos modelos, y la respuesta es: no. En todo caso se puede estimar el rendimiento de la agricultura agroecológica con un muestreo, utilizando el mismo esquema que en el recuento de plagas en base a una muestra de estaciones, aunque se trataría más de un procedimiento para determinar el volumen de producción de las plantas y no el rendimiento de la producción por área.

Productividad y costo-beneficio

Pasemos al concepto de productividad, que se expresa por la relación entre el volumen obtenido de un producto y los recursos utilizados, por lo que el uso del agua, el suelo y los abonos pueden ser criterios de análisis tanto en el modelo agroecológico como en el convencional.

La productividad de las empresas agropecuarias en Nicaragua es baja en comparación con las del resto de Centroamérica. La estrategia a la que se recurre para compensar la baja productividad consiste en la ampliación del área cultivada. En Nicaragua, en la planicie de Occidente, en el Noroeste del país, se desarrolla de manera boyante la producción de maní. El área sembrada en el departamento de León es de 20 000 manzanas, mientras que 35 000 manzanas son cultivadas en el departamento de Chinandega (Salazar, 2016). Las tierras de Occidente poseen los mejores suelos agrícolas, que eventualmente son cubiertos y enriquecidos por cenizas volcánicas de manera natural.

La siembra del maní es atractiva por los beneficios del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Sin negar esta evidencia, quiero centrar la atención en el manejo del suelo que se lleva a cabo en el rubro del maní de exportación. Particularmente en este cultivo, los residuos de agroquímicos contenidos en el aire, el suelo y el agua constituyen un problema grave, pero que fue mucho mayor en el período comprendido entre 1950 y 1980, cuando se cultivaba algodón.

Al igual que en aquellos años del boom algodonero, en la actualidad el laboreo de la tierra para cultivar maní se realiza con maquinaria pesada que compacta la tierra y un procedimiento altamente destructivo del suelo que consiste en roturar la tierra hasta convertirla en polvo, quedando el área de cultivo sin ninguna protección vegetal entre surco y surco.

En verano el viento levanta ese suelo finamente mullido, formándose nubarrones de polvo, llamados tolvaneras, que se desplazan con la fuerza de los vientos en dirección al mar y a su paso afectan a la población de la ciudad de León –la segunda en importancia del país– así como a los municipios y comunidades del departamento, por lo que están proliferando las enfermedades respiratorias, de la piel y de los ojos. “Nicaragua es tercera en las Américas con los mayores índices de enfermedades y mortalidad relacionadas con el agua” (Montenegro, 2009, p. 6). A la llegada del invierno, estos suelos son arrastrados por la lluvia, llevando con ellos los residuos agroquímicos que contaminan las aguas de los ríos y los esteros de la costa.

La pregunta es ¿cuál es el costo del kilo de maní si se le agrega el costo del daño ambiental por la pérdida de suelo y la contaminación del agua y el costo en la salud pública? Dado que el análisis del costo ambiental incluye los gastos en que se incurrirá para mitigar los impactos negativos y establece la relación costo-beneficio, podemos preguntarnos en forma positiva ¿cuál es el costo del kilo de maní, si se agrega el pago de las medidas preventivas o reparadoras del daño ambiental? Asimismo habrá que llevar a cabo este tipo de estimados en cada zona del país y establecer ¿cuánto vale realmente un kilogramo de café, de carne, de frijol, de arroz?

Siguiendo con el ejemplo del maní, una vez levantada la cosecha el suelo es removido para extraer las raíces y restos del tallo para producir alimento para el ganado. Esta remoción del suelo, aparte de afectarlo físicamente, representa una pérdida de nutrientes más allá de la cosecha y cuyo re¬torno por descomposición de la materia orgánica es nulo.

Análisis y evolución de los suelos

En el modelo agroecológico existe una preocupación explícita y constante por recuperar la fertilidad de los suelos a través de prácticas tanto de incorporación de materia verde, como de productos compostados, aplicación de abonos mineralizados, lombrihumus y otros procesos que favorecen la vida en el suelo, obras para infiltrar el agua en el subsuelo y la conservación de suelos.

En consecuencia otro criterio para dar seguimiento al modelo agroecológico e incluso comparar su eficacia con la del modelo convencional a través de indicadores, son los nutrientes de los suelos. Desde 1940 se definió la ecuación de clima, microorganismos, relieve, roca madre y tiempo, para establecer la formación del suelo. Dependiendo del clima este índice puede ser de 1 milímetro al año en climas húmedos y cálidos a 0,001 milímetro en climas fríos y secos.

La retención o pérdida del suelo constituye un indicador integrado en el criterio de eficiencia en ambos modelos de agricultura, pero no sucede así, al menos no en todas partes ni de forma sistemática.

Seguridad alimentaria y modelo productivo

La calidad de los productos va más allá de los aspectos físicos visibles, como el color, el tamaño o la forma. La calidad responde también a uno de los pilares sobre los que se asientan la seguridad y la soberanía alimentarias y nutricionales, referido al consumo de alimentos y que requiere dos atributos de los productos alimenticios: la inocuidad y el valor nutricional.

Las cosechas contienen los elementos que encuentran en el suelo o que se les aplican durante el desarrollo del cultivo, por lo que los suelos ricos transmiten esa riqueza a las cosechas, mientras que los suelos pobres y desmineralizados producen cosechas de poco valor nutritivo. En consecuencia, el seguimiento al contenido nutricional de los productos en ambos modelos de agricultura aclararía no solo sobre la calidad de los productos sino también sobre la eficacia de cada modelo.

En Nicaragua no se dispone de estudios actualizados en relación a la presencia de residuos de químicos agrícolas en los productos alimenticios. Existen datos históricos de estudios realizados en 1996 y 1997 por el Ministerio de Salud (MINSA) y el Ministerio del Ambiente (MARENA), que encontraron restos de productos químicos –organofosforado, organoclorado y uno del grupo químico denzonitrilo– en hortalizas compradas en los mercados, tales como repollos, tomates, lechugas y pimentón (chiltoma, Capsicum annuum) (Guharay, 2010). Por tanto, la inocuidad es el segundo indicador de calidad de los productos agrícolas que debería formar parte del esquema de seguimiento y comparación de ambos modelos de agricultura.

Conclusión

Tal vez sea oportuno recordar que en las ciencias sociales ha sido necesario desarrollar nuevas herramientas de análisis, a fin de desarraigar de la mente de los operadores políticos, de los tomadores de decisiones y de la opinión pública la hegemonía del Producto Interno Bruto (PIB) como medida de la calidad de vida de las personas, del bienestar de los hogares y del progreso de un país. Cabe mencionar al respecto el Índice de Desarrollo Humano (IDH), compuesto por tres parámetros: vida larga y saludable, educación y nivel de vida digno, o el Índice de Progreso Social (IPS), más reciente, que relaciona las necesidades básicas, el bienestar y las oportunidades.

En la agricultura convencional de monocultivo la eficiencia es considerada con base en el indicador de rendimiento, pero no da cuenta ni se hace responsable de los otros indicadores sobre el suelo, el agua y el ambiente, claramente definidos y que constituyen compromisos de país. El modelo agroecológico apunta a cumplir con el marco regulatorio acerca del suelo, el agua y el medio ambiente pero se siente en inferioridad de condiciones porque no cuenta entre sus indicadores el de rendimiento.

En la mayoría de nuestros países, los marcos regulatorios nacionales son claros con respecto al uso de los suelos, el derecho a un ambiente sano y el acceso al agua potable, aspectos que van íntimamente ligados a la actividad agrícola. Basta enumerarlos para tener una idea de los datos que deben ser recabados para ponderar no solo la viabilidad y la eficacia, sino sobre todo los avances y retos de la agroecología:

  • indicadores para medir los nutrientes, el grosor, la retención o la pérdida del suelo
  • indicadores para la calidad del agua
  • indicadores para la calidad del producto agrícola, que fundamentalmente son la inocuidad y los valores nutricio-nales.

Los indicadores anteriores apuntan todos a la sostenibilidad del desarrollo en las áreas de la economía, el ambiente y los aspectos sociales, lo que nos permite medir los avances en el logro de metas y objetivos en relación a la sostenibilidad de dos modelos distintos y contrapuestos.

Además del Estado, es una responsabilidad y una función clave de la sociedad civil –centros autónomos de investigación, universidades, redes, ONG, iglesias, empresas con RSE– trabajar de la mano y en estrecha alianza con las familias campesinas y las comunidades indígenas que practican la agroecología, para demostrar –con registros confiables, bases de datos accesibles y series estadísticas históricas– que es eficaz, viable y sostenible el modelo de “una agricultura viva en un planeta vivo”, como afirma el doctor en biología y ambiente Andreu Pol Salom (SIMAS, s/f).

  • Es MSc en educación y desarrollo rural, licenciada en ciencias de la educación. Pedagoga y maestra rural dedicada a la comunicación rural para una sociedad sostenible. Actualmente encargada del Área de Comunicación en el Servicio de Información Mesoameri¬cano sobre Agricultura Sostenible (SIMAS)

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Referencias

  • Salazar, Maynor, 2016. De la siembra de algodón al maní, despale y sequía agravan erosión, Emergencia por las tol¬vaneras en León, Confidencial, 14 de marzo de 2016. https:// confidencial.com.ni/emergencia-las-tolvaneras/
  • Montenegro, Salvador, 2009. Nicaragua: un país con agua y con sed. El Guacal 2. SIMAS, 2009. https://simas.org.ni/me¬dia/El_Guacal_2-2009.pdf
  • Guharay, Falguni (coord.), 2010. Los venenos. Un peligro para la vida. Managua: SIMAS. www.simas.org.ni/me-dia/1311890445_Los_Venenos_Un_Peligro.pdf

SIMAS, s/f. Memoria. Foro “Aporte desde la docencia, aprendizaje y la investigación a los desafíos de la agroeco¬logía en las universidades y hacia la sociedad”. Nicaragua: SIMAS.