Por Eugenio Fernández Vázquez, Pie de Página, 31 de octubre de 2023.

La crisis climática no es algo que llegará en el futuro. Como demostró el huracán Otis, que acaba de destrozar Acapulco y la costa de Guerrero, la crisis climática ya está aquí, ya trajo un mundo nuevo y su impacto es brutal. México —como, por lo demás, todos los países del mundo— debe entender que no hay nada más importante que adaptarse a esta nueva realidad y que hay que hacerlo con una lógica incluyente, democrática y sustentable. El cambio de sexenio abre una enorme oportunidad para ello y la próxima presidenta debería centrar su trabajo en impulsar esa transformación urgente.

El huracán Otis hizo muy dolorosamente evidente que el mundo entró en una nueva época que será mucho más inhóspita y que estará marcada por fenómenos meteorológicos más intensos y mucho más difíciles de predecir. Era imposible saber que esa depresión tropical se convertiría en un huracán tan peligroso en apenas unas horas. No es normal que haya un huracán de esa intensidad a finales de octubre. Sin embargo, ocurrió y ésa es la realidad en la que viviremos a partir de ahora y a la que hay que adaptarse.

Adaptarse quiere decir cambiar para estar mejor preparado ante lo que se viene. En algunas ocasiones los cambios implican solamente pequeñas correcciones, pero la crisis climática es de tal envergadura que los cambios deben de ser muy profundos. Para ser real, como afirma la Red Mexicana de Científicos por el Clima, esa adaptación implica que “las políticas de desarrollo económico y los ordenamientos urbanos, entre otros, deben tener en el centro la calidad de vida de las personas y los factores ambientales”.

En línea con ello lo primero que urge modificar es la forma en que poblamos el territorio. Nuestras ciudades han crecido a la buena del mercado y de las presiones sociales, sin ningún orden y sin medidas de mitigación de riesgos. La reconstrucción de Acapulco y la gobernanza de las ciudades de todo el país debería hacerse precisamente con énfasis en la seguridad y resiliencia, la provisión de infraestructura verde y de transporte público y la inclusión social. Eso implica, claro, un trabajo muy intenso con autoridades municipales desde los gobiernos federal y estatal para desarrollar e implementar programas de ordenamiento, pero también una política de vivienda progresista y sustentable, a contrapelo de la lógica de acumulación que manda hoy en ese sector.

Urge también restaurar los paisajes destruidos y conservar los que están sanos. Esto quiere decir que hay que ver mucho más allá de los decretos de áreas naturales protegidas y los subsidios a la conservación. Hay que transformar el sector agropecuario para que no solamente deje de quitarle terreno a bosques, selvas y pastizales naturales, sino que además se haga regenerativo, de forma que la producción de alimentos sea un motor de la recuperación de ecosistemas naturales y no su enemigo.

Así, la política agropecuaria debería servir para reactivar las economías rurales y ofrecer a la población alimentos sanos, culturalmente apropiados y que puedan obtenerse restaurando el paisaje. Eso, claro, implica un hondo trabajo de extensionismo, construcción de capacidades y fomento a la organización de los productores, además de una honda colaboración de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, pero también implica un cambio de fondo en nuestra economía. Donde hoy se reproducen las condiciones para que gane el más grande de entre los proveedores debería favorecerse a los pequeños, y donde todo está puesto para que el mercado de la alimentación lo dominen unos pocos gigantes, debería favorecerse al pequeño comercio, al de proximidad.

También la política de seguridad debería caminar en esa dirección. Son muchas las empresas comunitarias que han tenido que cerrar sus puertas por ser víctimas del crimen organizado. Eso implica que su labor de conservación y defensa del territorio se hace imposible. No podremos tener una economía regenerativa y sustentable ni una adaptación efectiva ante el cambio climático mientras se siga extorsionando, robando y matando sin freno en todo el territorio nacional. Eso, sin embargo, no se arregla con más soldados: se arregla fortaleciendo las capacidades del Estado para hacer justicia y combatir la impunidad, mejorando los procesos de reinserción social, trabajando para la reconstrucción de comunidades y barrios destruidos por la guerra contra el narco.

No hay nada más importante hoy en día que adaptarse ante la crisis climática, pero eso no quiere decir que haya que poner en suspenso toda política que no sea ambiental. Al contrario, adaptarse ante ella es alinear todas las políticas para conseguir un país que, de todas formas, es muy deseable: un país con una economía incluyente, con ciudades seguras y habitables, con entornos naturales regenerados.

Imagen de Mario en Pixabay

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