Por Eugenio Fernández Vázquez, Pie de Página, 04 de julio de 2023.

México es desde hace tiempo un país principalmente urbano: el ochenta por ciento de la población vive en localidades de más de dos mil quinientos habitantes. Al mismo tiempo, su ocupación del territorio y la destrucción de ecosistemas naturales sigue avanzando sin freno. La combinación de estos dos factores lo hace especialmente vulnerable a un tercero, el cambio climático, que golpea con fuerza al país y lo tiene ya al borde de una sequía catastrófica. Hay muchas medidas a tomar con urgencia, pero una en particular se ha dejado de lado, a pesar de su enorme importancia: el reverdecimiento de las ciudades y la inversión en infraestructura verde.

La infraestructura verde es la construcción, instalación o conservación de elementos naturales al interior o alrededor de las ciudades para aprovechar sus servicios ambientales. Son los parques, los jardines, los huertos urbanos, los bosques y humedales que atraviesan y envuelven una ciudad, y su importancia no puede sobreestimarse. Los parques y camellones arbolados, los jardines y huertos, reducen las temperaturas e impide la aparición de islas de calor. La presencia de canales también ayuda a mantener fresco el ambiente y dar resiliencia a las ciudades a la hora de las lluvias y las inundaciones. Mantener con buena salud los ecosistemas alrededor de una ciudad, por otra parte, le permite tener un acceso más fácil al agua y a recursos naturales y economías rurales muy necesarias.

Por desgracia, en México se invierte poco en este sentido y en forma enormemente desigual. En la zona de barrancas al oriente de la Ciudad de México, por ejemplo, no hay ni ocho metros cuadrados de áreas verdes por habitante, cuando hay colonias en las alcaldías Cuauhtémoc o Benito Juárez que tienen más de diez. Hay colonias en la zona conurbada de esa ciudad, por otra parte, en las que simplemente no hay áreas verdes en muchos kilómetros cuadrados. Lo mismo ocurre en distintas ciudades del país, y en muchas zonas el crecimiento tan desordenado de las áreas urbanas ha llevado a que no se dejara espacio para los espacios públicos, mucho menos para los parques.

Ésta es una situación que se hace cada vez más insostenible. El cambio climático provocará no solamente mayores temperaturas en general, sino picos y olas cada vez más intensos y largo, que hagan que el entorno se nos haga cada vez más agreste. Si no se invierte pronto en combatir, por ejemplo, las islas de calor —ese fenómeno por el cuál el asfalto y el concreto retienen el calor que les pega y hacen que aumenten las temperaturas alrededor de ellos— pueden registrar cinco o seis grados centígrados más que las zonas arboladas. Si eso ya era molesto en tiempos anteriores, ahora puede ser, sencillamente, mortal.

La infraestructura verde tiene también muchas ventajas sociales. Su impacto en salud es evidente, porque permiten que la gente camine y se ejercite y lo hacen mucho más atractivo. Sirven también de espacio de encuentro para los vecinos y un lugar para que surjan, se recuperen o se fortalezcan las comunidades a su alrededor.

Para conseguirla hace falta, sobre todo, compromiso de las autoridades de los tres órdenes de gobierno. Tiene que dejar de pensarse que el crecimiento y dinámicas de las ciudades deben dejarse a la buena del mercado, de las inmobiliarias y de los caciques locales —que muchas veces son el mismo grupo—. Tiene que empezar a haber intervenciones radicales y con visión de largo plazo.

Ahora que se acercan las elecciones, ésta sería una magnífica oportunidad para cambiar la forma en que entendemos las localidades urbanas, para dejar de pensarlas como planchas de concreto y entenderlas, más bien, como entornos donde vive gente que necesita, con urgencia, inversiones verdes, espacios de encuentro y una infraestructura natural que le permita enfrentar el nuevo régimen climático.

Imagen de Ildigo en Pixabay

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