Por Pedro Gómez Miranda / Alianza Campo Justo, Pie de Página, 08 de mayo de 2023.

El estado de Chiapas es ampliamente reconocido como una de las regiones del país con mayor biodiversidad. Además de contar con un sinnúmero de especies de flora y fauna es también evidente que tiene una diversidad cultural, como, por ejemplo: lenguas, tradiciones, música, artesanía, gastronomía y diversas formas de ver el mundo propio y sus relaciones con el mundo exterior. Todo lo anterior cambió cuando llegó la idea de la mercantilización de las cosas en el que se usa únicamente como moneda de cambio, el dinero.

Una de las mayores vulnerabilidades de las comunidades indígenas tiene que ver con su ubicación geográfica y la adopción del sistema de producción occidental basado en la desigualdad. La mayor parte de las tierras llanas están siendo ocupadas por los caciques terratenientes desde la época de la invasión española y las poblaciones campesinas e indígenas fueron desplazadas hacia las montañas y zonas marginadas, muy alejadas de la cabecera municipal.

La base económica que tienen es la agricultura. Generalmente, las familias hacen milpa, espacio donde siembran maíz, frijol, calabaza y verduras para el autoconsumo, pero como la mayor parte de las tierras se ubican en las montañas, algunas siguen practicando el sistema RTQ (Rosa, Tumba y Quema) y usan el paquete tecnológico que consiste en la aplicación de agroquímicos como fertilizantes, plaguicidas y herbicidas; con ello están dejando a la tierra cada vez más erosionada. Eso, aunado al cambio climático, ha tenido como resultado que las tierras para cultivar hayan mermado su producción y ¡ya no dan para vivir!

Algunas comunidades producen café y otras, ganado para la generación de ingresos económicos. Desafortunadamente su dispersión en el territorio tampoco permite una buena estrategia de relación de intercambio económico entre las propias comunidades chiapanecas, por lo que casi todos estos productos son vendidos a los coyotes, que son intermediarios que llegan a las comunidades a comprar sus productos a un bajo precio. Con lo que reciben como pago de sus productos, la tendencia inflacionaria que se ha venido elevando en la última década y el desempleo o empleo ocasional mal pagado (entre 80 a 125 pesos el jornal), el dinero es insuficiente, por lo que las y los chiapanecos no tienen otra alternativa: alguien de la familia tiene que emigrar. Anteriormente solo emigraban hombres, pero ahora también lo hacen mujeres, adultos y jóvenes.

La migración de las comunidades de Chiapas tiene las siguientes características: por un lado, la migración interna que significa salir desde la cabecera municipal, hasta otras regiones o estados del país en busca de oportunidades de empleo, como Michoacán, Jalisco, Sonora y Baja California Norte. Este tipo de migración es la más común. Por otro lado, la migración externa se da hacia los Estados Unidos de América, aunque todavía esta es menos frecuente.

La temporalidad también difiere. Algunos realizan una migración temporal o estacional que, las familias ya tienen contemplado en el calendario de producción anual. En estos casos solo se van por un tiempo, consiguen el dinero para complementar sus necesidades económicas familiares y regresan. En otros casos suceden migraciones permanentes por varios factores: algunos jóvenes que llegan al lugar de destino, conocen a alguien y allá se casan; y algunas personas, por lo general hombres, se van con la promesa de que al emigrar mejoraría la vida de su familia, ya no regresan y sucede todo lo contrario. Los casos más tristes son cuando los jornaleros que se van y no regresan, no lo hacen porque no quieran, sino porque sufren algún accidente en el trabajo o los desaparecen.

Voy a contarles el caso que sucedió en el mes de agosto de 2021, un joven de una comunidad del Municipio de Chilón, Chiapas, hombre de 33 años, se fue de jornalero al estado de Michoacán dejando a su esposa, 2 hijas y 1 hijo, los tres menores de edad. Él se fue con la esperanza de ganar dinero, aunque su intención era cruzar a los Estados Unidos. Como no tenía el dinero para pasar, decidió finalmente ir a un campo agrícola en el estado ya mencionado. En la empresa en la que se contrató la producción se realiza bajo invernado, en el que se usan agrotóxicos bastante fuertes. Lo mandaron a fumigar sin la protección adecuada, a causa de eso se intoxicó y tuvo que ser trasladado al hospital en donde no recibió la atención médica que por derecho le correspondía como trabajador. Lamentablemente, este joven jornalero perdió la vida tres semanas después del incidente.  El médico, quizás por omisión o aceptando algún soborno, actuó en contubernio con la empresa, al grado de cambiar el dictamen médico, mencionando que el jornalero murió a causa de la pandemia COVID 19 cuando la verdadera causa fue la intoxicación por el uso de un agrotóxico.

Desafortunadamente muchos casos como lo que sucedió con este joven jornalero no están registrados y por lo tanto no salen a la luz pública. Es indignante que todos estos acontecimientos pasen desapercibidos ante los ojos y oídos ensordecidos de las autoridades que deberían procurar la justicia y velar porque exista el respeto a la dignidad y a la vida de las personas que solo buscan mitigar el golpe de la dura crisis por la que están pasando las familias de nuestro querido país debido a la gran desigualdad social. Los jornaleros son parte de la población económicamente activa que se ganan la vida duramente trabajando y que por ende las instituciones encargadas de la procuración de justicia y los agentes de migración deberían buscar todas las formas de garantizar sus derechos laborales y darles el trato digno que se merecen como seres humanos que somos. Este país tiene una gran deuda con la población jornalera.

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.