Por Edgardo Ayala, IPS Noticias, 27 de abril de 2023.

Carballo, de 23 años, vive en el cantón Jocote Dulce, un remoto asentamiento rural del municipio de Chinameca, en el departamento de San Miguel, en el este de El Salvador, una región localizada en el llamado Corredor Seco Centroamericano.

Una aguda crisis hídrica

Ese municipio es uno de los 144 del país que se ubica en ese Corredor, una franja que cubre 35 % de América Central  y en la que habitan más de 10,5 millones de personas y donde más de 73 % de la población rural vive en la pobreza y 7,1 millones de personas sufren inseguridad alimentaria grave, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

La seguridad alimentaria se ve particularmente amenazada porque las lluvias no siempre son constantes y ello hace difícil la agricultura.

“Donde mi abuelo hay un tanque de agua, y cuando él tiene nos da agua, pero cuando no, nos fregamos”, dijo la joven.

“Los maridos se van a trabajar a las siembras, y se queda una de mujer en casa, viendo cómo hace con el agua, solo una sabe cómo está el agua en la casa, si hay para bañarse o para cocinar”: Santa Gumersinda Crespo.

Cuando eso pasa, tienen que comprarla, una realidad que se vive no solo en esos lugares remotos salvadoreños, sino en el resto de la región centroamericana donde el agua escasea, como casi siempre sucede en el Corredor Seco, que atraviesa de norte a sur porciones de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica.

Cuando IPS recorrió los diferentes caseríos del cantón Jocote Dulce a finales de abril, fue evidente la aguda situación hídrica ahí, pues todos los hogares poseían uno o varios tanques plásticos para almacenar agua y muchos estaban vacíos.

Ellas, al frente

Esa realidad de escasez perenne ha llevado a que mujeres rurales de la región centroamericana se hayan organizado, desde hace varios años, en asociaciones comunitarias para impulsar proyectos que ayuden a paliar la situación de escasez de agua.

En Jocote Dulce y sus varios caseríos han llegado proyectos de captación de agua de lluvia, de reforestación y de apoyo para el desarrollo de pequeñas granjas avícolas, con el respaldo de organizaciones locales e internacionales, y el empuje financiero de países europeos.

En algunos casos, dependiendo del proyecto y del país, la captación de agua lluvia está diseñada solo para las tareas domésticas en casa, en otros incluye el riego de huertos familiares o para mantener vivos y productivos a animales como vacas, pollos y otros.

En otras zonas del país y del resto de Centroamérica, instituciones como la FAO han desarrollado sistemas de captación de agua que  en algunos casos incluyen un mecanismo de filtrado, lo que permite potabilizarla y beberla.

En El Salvador, la FAO ha impulsado la instalación de 1373 de esos sistemas.

Carballo dijo que ella y su familia esperan con ansias que comience la temporada de lluvias, de mayo a noviembre, para ver funcionar por primera vez el sistema de captación de agua lluvia montado en su casa.

Por medio de canaletas y tuberías, el agua lluvia que caerá en el techo será redirigida a una enorme bolsa de polietileno instalada ya en el patio, que sirve de tanque de captación.

“Cuando esa bolsa se llene, vamos a estar gozosos porque vamos a quedar con bastante agua”, subrayó, mientras seguía echando tortillas al comal, un cilindro de barro o metal que se usa para cocinar ese pan, delgado y circular, hecho con maíz cocido y molido.

Las mujeres, las más golpeadas

La dura realidad de escasez es más sentida por las mujeres rurales, como lo han venido advirtiendo reportes nacionales e internacionales.

Por el machismo imperante, son ellas las que deben quedarse en casa al frente de los oficios domésticos y quienes deben preocuparse principalmente porque haya agua para la familia.

“Los maridos se van a trabajar a las siembras, y se queda una de mujer en casa, viendo cómo hace con el agua, solo una sabe cómo está el agua en la casa, si hay para bañarse o para cocinar”, dijo a IPS Santa Gumersinda Crespo.

Crespo, de 48 años, estaba alimentando a su vaca y a su chivo en el patio de su casa, cuando IPS la visitó. En ese patio, cubierto con un plástico negro, había además un reservorio con el que la familia se abastece de agua, durante la época lluviosa.

“Sin el agua somos nada”, sentenció Crespo. “Antes íbamos al ojo de agua (naciente), nos tocaba duro, a veces nos íbamos a las 7:00 de la noche y veníamos a la 1:00 de la madrugada”, detalló.

En Guatemala, Gloria Díaz también cree que son las mujeres quienes más soportan el peso de la escasez de agua en las familias rurales.

“Somos nosotras las que salimos a buscar el agua y las que hemos recibido maltratos y violencia, a la hora de querer llenar los cántaros en los ríos o nacimientos de agua”, subrayó Díaz a IPS, telefónicamente, desde Sector Plan del Jocote, en la Comunidad Maraxcó, en el municipio y departamento de Chiquimula, en el sureste de Guatemala.

El agua es también ahí, en esa zona del Corredor Seco, el bien más preciado.

“Ha sido difícil, porque el agua para beber nos llega desde 28 kilómetros de distancia y nosotros tenemos derecho a llenar (recipientes) dos horas al mes”, acotó.

Proyectos que dan alivio y esperanza

Los pronósticos climáticos no son nada esperanzadores en lo que resta de  2023.

Existe la probabilidad de que aparezca el llamado fenómeno del Niño Oscilación del Sur (Enos), lo que implicaría sequías y pérdida de cultivos, como ya ha ocurrido en otros años.

“Cuando el clima está bien, se siembra y se cosecha, y cuando no, se siembra solo una parte, para ver cómo viene el invierno (época lluviosa), no se siembra de un solo, sino lo perderíamos todo”, comento a IPS la salvadoreña Marta Moreira, también de Jocote Dulce.

La agricultura de subsistencia es lo que priva en estas regiones rurales, sobre todo maíz y frijoles.

Agregó que el año pasado su familia, compuesta por ella, su esposo y su hijo, perdió la mayoría de la cosecha de maíz y frijoles, debido al clima.

En América Central, el cambio climático hace que, o los periodos de sequía se prolonguen más de lo debido, o llueva en exceso.

En octubre de 2022, la tormenta tropical Julia arrasó con 8000 hectáreas de cultivos de maíz y frijol en El Salvador, con pérdidas que rondaron los 17 millones de dólares.

Por eso, dado ese historial de afectaciones climáticas, las familias y organizaciones rurales, conducidas en su mayoría por mujeres, han gestionado y recibido el apoyo de organizaciones nacionales e internacionales para llevar proyectos que alivien esos impactos.

Por ejemplo alrededor de 100 familias del cantón Jocote Dulce, se beneficiaron en 2010 con un proyecto de agua apoyado financieramente por Luxemburgo, para montar una decena de cantareras comunitarias, como se llaman localmente a los grifos ubicados en lugares públicos, para que las familias puedan abastecerse de agua para beber.

Ahí también se han ejecutado programas para la construcción de reservorios como el que abastece de agua a la familia de Gumersinda Crespo.

Además de usarla para las tareas domésticas, esa agua ha sido clave para mantener productiva la vaca que le provee a ella y a la familia de leche para la alimentación diaria, con el que además de beberla hace queso.

El reservorio “nos dura casi cinco meses, pero si lo usamos más, solo unos tres o cuatro meses”, señaló, mientras llevaba más forraje a su vaca.

Si le sobra leche, vende un par de litros, dijo, lo que le genera ingresos, tan difíciles de obtener en esta zona remota, a la que se llega por medio de empinadas vías de tierra, polvorientas en verano y fangosas en la época de lluvia.

Otras familias tuvieron acceso a programas de granjas avícolas caseras y siembra de árboles frutales.

El agua para beber es por medio de las cantareras, pero la crisis hídrica vuelve difícil abastecer a todos en este asentamiento rural.

Solo 80 % de los hogares rurales salvadoreños tienen acceso a agua por cañería, según cifras oficiales.

“Bombean únicamente tres días, pasan dos días para que vuelva a caer, y así vamos”, dijo Moreira, que tiene también un pequeño reservorio, cuya agua no es potable.

Cuando no cae y se agotan las reservas, las familias tienen que comprar agua a personas que la traen en barriles en sus pick ups, desde Chinameca, a unos 30 minutos en vehículo. Cada barril, que les cuesta unos tres dólares, contiene unos 100 litros de agua.

Lo mismo sucede en el Sector Plan del Jocote, en Chiquimula, Guatemala, donde vive Díaz, y en otras comunidades vecinas. “Quienes tienen dinero, la compran y quienes no, no”, aseguró.

Díaz agregó que las familias de la zona están contentas y satisfechas con los programas de captación de agua lluvia, que les permiten regar huertos caseros trabajados colectivamente, y de eso modo, producen hortalizas importantes en su dieta.

También las venden en las escuelas cercanas.

“Con eso sembramos verduras y las vendemos a la escuela, eso nos ha ayudado bastante”, dijo.

Son 19 sistemas “cosechadores” de agua, cada uno con capacidad de 17 000 litros de agua, y eso les alcanza para regar dos meses los huertos. También cuentan con un reservorio comunitario.

Esos programas han sido impulsados por FAO y otras organizaciones, con el apoyo del gobierno guatemalteco y ha beneficiado a 5416 familias en 80 asentamientos, en dos departamentos del país.

Sin embargo, el acceso al agua potable, para beber, sigue siendo un problema serio para los más de ocho asentamientos rurales y las 28 714 familias que ahí viven.

Imagen de Tamás Kovács en Pixabay

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