Por Ecoticias, 08 de abril de 2023.

Prisioneros de los transgénicos. Las variedades modificadas genéticamente aumentan los costes de las semillas agrícolas hasta en un 40 % por cada acre cultivado. La soja y el maíz transgénicos, que constituyen casi el 80% de este tipo de plantaciones GM en todo el mundo, les generan a los agricultores menos ingresos en promedio que los cultivos no modificados genéticamente.

Esclavos de la biotecnología

Las empresas que venden transgénicos prohíben que tras la cosecha los horticultores guarden un número de semillas para replantar. Eso va en contra de las prácticas tradicionales. Pero es la forma de obligar a los agricultores a comprar nuevas semillas cada año. Puesto que para dejar este tipo de cultivos y dedicar sus tierras a los alimentos ecológicos, por ejemplo, podrían pasar de 3 a 5 años según el país y la zona.

Para poder emplear las variedades transgénicas, los agricultores no solo deben comprar cada año las semillas. También tienen que pagar adicionalmente a las empresas de biotecnología la llamada “tasa de tecnología”.

El empleo de semillas transgénicas incrementa el uso de herbicidas “especiales”. Que además tienen costes mayores que los “normales”. Sobre todo en los lugares en los que han surgido nuevos problemas de malas hierbas. Porque muchas plantas se han hecho resistentes a los herbicidas. Este es un problema generalizado y global.

Contrariamente a la afirmación de que solo se necesitaría una aplicación anual, los agricultores están teniendo que fumigar con estos herbicidas específicos en varias ocasiones para conseguir los resultados deseados.

Hay varios informes del Departamento de Agricultura de los EEUU, un aliado clave de la industria de la biotecnología, en los que han tenido que admitir que los beneficios económicos de los cultivos transgénicos eran variables. Y que los agricultores que cultivan maíz Bt en realidad están perdiendo dinero.

Prisioneros de los transgénicos con bajos rendimientos

La Universidad de Nebraska registró los rendimientos de maíz Roundup Ready de Monsanto (ahora propiedad del gigante alemán Bayer). Y comprobó que eran entre un 6 y un 11 por ciento menores que los de las variedades no modificadas genéticamente.

Un estudio de más de 8.000 pruebas de campo realizadas en EEUU encontró que las semillas de soja Roundup Ready (también de la firma Monsanto) produjeron entre el 6,7 y el 10 por ciento menos de granos que las variedades convencionales.

Los ensayos de Instituto Nacional de Botánica Agrícola del Reino Unido mostraron que los rendimientos de semillas oleaginosas y remolacha azucarera del tipo “trans” estaban entre un 5 y un 8 por ciento por debajo del rendimiento de las variedades tradicionales. Prisioneros de los transgénicos.

Crecen los controles a las empresas

La adopción de cultivos transgénicos colocaría a los agricultores y prácticamente a toda la cadena de producción de alimentos, bajo el control de un puñado de corporaciones multinacionales como Syngenta, Bayer y DuPont. Para los agricultores esto implica quedarse sin opciones.

Deben firmar acuerdos cada temporada con las empresas de biotecnología. Los mismos les obligan a comprar nuevas semillas al precio que les impongan. Y dichos acuerdos son legalmente vinculantes. Pero además a ello hay que sumarle el “impuesto a la tecnología”, que encarece aún más la producción final.

Si se emplean semillas “trans” no queda otra opción más que comprarles herbicidas a las mismas corporaciones (a un costo considerablemente superior a los de un equivalente genérico) para proteger a los cultivos tolerantes a otros herbicidas.

Se promueve el desarrollo de una tecnología denominada “traidora” en la que si a los cultivos se les aplican determinados productos químicos (que solo venden quienes los generan) se les pueden “controlar” algunas características. Tales como el tiempo de floración o lograr que resulten inmunes o presenten una gran resistencia a ciertas enfermedades.

La invención de la tecnología “terminator” es la que hace que las semillas producidas resulten infértiles. Esa es la forma de asegurarse que los agricultores deben volver a comprar semillas cada temporada.

Monopolio de semillas – Prisioneros de los transgénicos

Las empresas de biotecnología han estado adquiriendo las más diversas compañías de semillas. Esto crea monopolios y limita las opciones de los agricultores aún más. DuPont y Bayer (que compró Montsanto en 2018) son ahora las dos compañías de semillas más grandes del mundo.

Como resultado de su control de la industria de las semillas, los agricultores están reportando que la disponibilidad de buenas variedades de semillas no modificadas genéticamente está desapareciendo rápidamente. Prisioneros de los transgénicos.

Además, hay que tener en cuenta que no solo se desconoce que efectos puede tener en el medio ambiente, en los demás seres vivos y en la salud humana, la ingesta de transgénicos. El empleo de cultivos modificados genéticamente por Montsanto implica el necesario uso del glifosato. Y este es un agente altamente tóxico y posiblemente cancerígeno, que se emplea como herbicida obligado.

Una prisión sin fin de condena

Los agricultores estadounidenses están obligadas por sus contratos a permitir que los inspectores de las empresas de biotecnología entren en sus explotaciones agropecuarias y realicen los controles que deseen.

Al igual que pasa con todos los cultivos, de una temporada para otra pueden quedar semillas sobrantes de plantas modificadas genéticamente en campos que en esos momentos se destinen para otros usos. Estas pueden germinar, produciendo algo que se denomina “voluntarios”.

Si dichos inspectores encuentran algún ejemplar de estas plantas, pueden reclamar. Y de hecho ya lo han hecho varias veces. Alegan que los agricultores están cultivando sus variedades sin licencia. Y, por tanto, están infringiendo los derechos de patente. Esto implica fuertes multas para los “infractores”.

Y no van a solucionar el hambre de nadie

Más allá de si los productos transgénicos son perjudiciales o no para la salud, un tema que es polémico y vigente, es innegable que detrás de una simple semilla GMO hay un gran negocio montado. Y esto sucede con la anuencia, el beneplácito y a veces hasta la complicidad de los gobiernos.

Dicho negocio da pingües ganancias a unos pocos a costa del trabajo y el sacrificio de muchos agricultores. Y una vez que se ven envueltos en este círculo vicioso, a la mayoría le resulta casi imposible salir de él. Y no solo no va a solucionar el hambre mundial, sino que sus consecuencias en la salud y en el medio ambiente podrían ser más nefastas aún de lo que nos imaginamos. Prisioneros de los transgénicos.

Imagen de Erich Westendarp en Pixabay

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