Por Martina Kaniuka, Desinformémonos, 31 de marzo de 2023.

Corría el año 2016 y Gladys Arévalo, mamá de Nicolás, se sentaba con un cartel con la foto de su carita, a llorar de bronca debajo de un árbol. “Las fumigaciones matan” decía la cartulina que, junto a la palabra “Justicia”, tenía fecha del 04/04/11. Ese día Nicolás moría a sus cuatro años en el hospital local, después de inhalar agrotóxicos del árbol lindero.

Cinco años más tarde, después del juicio, Gladys declaraba a la prensa: “El veneno mató a Nicolás”. Mientras tanto, Ricardo Prieto, productor de tomates, se subía a su 4×4 polarizada, después de salir libre de culpa y cargo, porque el Tribunal Penal de Goya en la provincia de Corrientes lo absolvió -en el primer juicio por homicidio por uso de agroquímicos- por falta de pruebas.

Prieto, que según organizaciones sociales de la zona utilizaba mano de obra infantil en sus plantaciones, había fumigado el invernadero de tomates sin cortinas, lo que permitió el esparcimiento del endosulfán. Sin embargo -y a pesar de que la autopsia de Nicolás detectó el veneno en sus pulmones- fue declarado inocente.

Seis años después, a pesar de algunas pequeñas batallas ganadas en materia de jurisprudencia, la Justicia argentina sigue fallando a favor de quienes infringen el artículo 55 de la Ley Nacional de Residuos Peligrosos (24051) que prevé la pena de prisión de tres a diez años a quienes “utilizando productos peligrosos, (entre ellos los agroquímicos como el glifosato y el endosulfán), “contaminaren de un modo peligroso para la salud pública, el aire, el agua y el ambiente en general”.

La Justicia argentina por obra y gracia de los intereses de las corporaciones -y la negligencia y la complicidad de los (des)gobiernos- devino justicia (así, con minúscula). Entonces Bioceres, principal proveedora de agroquímicos en nuestro país, anunció que ya existen, en la primera prueba piloto de consumo de trigo transgénico del mundo, 25 molineras que se encuentran procesándolo.

A pesar de las advertencias de médicos del interior, ambientalistas y pediatras que avisaban que, en las comunidades rurales, principales zonas fumigadas con glifosato, se reproducían los casos de trastornos endócrinos, padecimientos neurológicos, dermatitis, abortos espontáneos, malformaciones de fetos y cáncer, en octubre del año 2020 se aprobó el trigo transgénico HB4, que va acompañado de glufosinato de amonio: un herbicida cinco veces más tóxico aún.

Muchos de los pibes y pibas que sufren cáncer infantil lo hacen producto del glifosato y demás agrotóxicos que esparcen las empresas al fumigar impunemente envenenando a la población, como en el caso de Nicolás Arévalo. ¿Cómo es posible que el gobierno haya liberado sin ningún tipo de fiscalización ni control la comercialización del HB4? ¿Cómo, que esté siendo procesado, envasado y comercializado y pueda encontrarse en cualquiera de los alimentos que alimenten a nuestras familias?

El HB4, resistente a la sequía y al glufosinato de amonio, herbicida más tóxico que el glifosato, llega así -como cuando una madre disimula las verduras para que el chico las coma- comercializado por Bioceres, procesado por las molineras y habilitado por el Estado, directo a los platos de las mesas de los argentinos que, según el último informe del INDEC, necesitan $177.063 para no ser pobres.

Con ese panorama, no es de extrañar que el principal componente de la alimentación base de una población que se encuentra en un 60% bajo la línea de la pobreza, sean los carbohidratos y los alimentos compuestos esencialmente a base de harina de trigo. Por su costo, por su accesibilidad, son los fideos, las galletitas, los panificados, los alimentos no perecederos elegidos a la hora de multiplicar como los peces, los platos para compartir un guiso. Es por eso que, después de la crisis del 2001, en agosto del año 2002 se sancionaba la Ley 25.630, que establece la obligatoriedad de enriquecer con hierro y vitaminas la harina.

Como en otros 19 países de América Latina, en Argentina, la harina debe por ley ser adicionada con hierro, ácido fólico, tiamina, riboflavina y niacina, para prevenir las anemias y malformaciones del tubo neural, tales como anencefalia y la espina bífida. Así, las capas más vulnerables de la población, principalmente las infancias, que no pueden acceder a los alimentos ricos naturalmente en ácido fólico como hortalizas, verduras, frutas y en hierro y calcio, como carnes rojas y lácteos, se ven por ley y a nivel continental, compensadas con el añadido que los estados les han concedido a las harinas. Alimentos que producen saciedad, pero no terminan de nutrir. Como las políticas sanitarias, de distribución y desarrollo de los gobiernos latinoamericanos que son y siguen siendo, ante el sufrimiento de sus pueblos, pan para hoy y hambre para mañana.

Ahora, en esa misma Argentina que fortalece la harina con ácido fólico y hierro, en este mismo país en el que el año pasado -y a pesar de la sequía- las exportaciones agropecuarias crecieron 8,5%, el gobierno le suma a la harina para sus niñeces una cuota de trigo HB4: cultivo transgénico sin testear, rechazado en otros países del mundo, cuya presencia es inidentificable en los productos porque no está señalizado por los productores de alimentos, ni normado por ningún organismo del estado.

Mientras tanto, con un ex CEO de Syngenta gestionando en la Casa Rosada, sin conocimiento real de las consecuencias de lo que ese consumo puede producir y, habida cuenta de las consecuencias del glifosato en las niñeces, el presupuesto nacional destinado a infancia se redujo en términos reales entre un 13.3% y un 22,2% según el índice inflacionario.

Que las capas más vulnerables de la población tengan que alimentarse sólo a base de harina es demasiado triste. Que los gobiernos como solución al hambre le agreguen hierro y ácido fólico por ley a la harina, en lugar de redistribuir la riqueza, los recursos y garantizarle sus derechos básicos es terrible e imperdonable. Pero que habiliten la fumigación de los pueblos, no admitan alternativas viables como la agroecología, que cedan ante el lobby y permitan que el HB4 llegue a las mesas de nuestras familias, ya es harina de otro costal. El hambre es un crimen y la indiferencia y el silencio ante tanto sufrimiento, es complicidad.

Publicado originalmente en Pelota de Trapo

Foto de Tomasz Filipek en Unsplash
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