Por Eugenio Fernández Vázquez, Pie de Página, 20 de marzo de 2023.

No debería ser noticia, porque hace tiempo que se lo viene repitiendo y hace tiempo que se sabe que urge emprender acciones contundentes y de gran calado. Sin embargo, nadie hace caso: el Grupo Internacional de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) lanzó la síntesis de su sexto informe y no trae buenas noticias. La temperatura entre 2011 y 2020 fue 1.1 grados centígrados superior a la media registrada entre 1850 y 1900. Esto nos pone directamente en la ruta hacia el desastre, pues se estima que un calentamiento de más de 1.5 grados centígrados hará el planeta mucho más difícil de evitar y si las cosas no cambian sustancialmente el aumento de las temperaturas será de en torno a los 3 grados centígrados en apenas un par de décadas.

Este proceso se debe sin lugar a dudas, según el IPCC, a la acción de los humanos, que hemos provocado emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero (compuestos que retienen el calor en el planeta) a una tasa muy superior a la que la naturaleza los puede sacar de ella. Esas acciones, sin embargo, son distintas según la región en la que se esté y la responsabilidad está lejos de repartirse al parejo en el mundo. Mientras que la mitad menos rica de los hogares del planeta —siempre según cifras del último reporte— son responsables de entre el 13 y el 15 por ciento de las emisiones globales, el 10 por ciento de los hogares más ricos provocan casi el 45 por ciento de las emisiones.

En México la situación es similar. Según estudios académicos recientes, una persona en el 10 por ciento de hogares más ricos del país lanza a la atmósfera siete veces más gases de efecto invernadero que una del decil más pobre, mientras que el diez por ciento de la población con mayores ingresos emite una cuarta parte de los gases de efecto invernadero del país. En cambio, el diez por ciento de hogares con menores ingresos emite apenas 2.7 por ciento de esos gases.

A pesar de lo claros, duros y científicamente sólidos que han sido los mensajes del IPCC, nadie ni los gobiernos ni las grandes empresas han hecho nada para remediar la situación. Se ha invertido más energía en los últimos años en desarrollar e implementar estrategias para no hacer nada, que al final resultaron en eso —cortinas de humo vendidas muy caro—.

En el caso de países como México, la inacción se ha defendido arguyendo que probablemente no haría gran diferencia a escala planetaria. En efecto, México ocupa el lugar doce a nivel global en emisiones de carbono y equivalentes, y es responsable de menos de 1.5 por ciento del total de las emisiones que provocan el desastre. En cambio, entre un puñado de países —con Estados Unidos, Canadá, Japón, la Unión Europea y los países del medio Oriente en lugar muy destacado— son claros culpables del desastre.

Esto, sin embargo, no exime a nuestro país de la responsabilidad de actuar. México podría estar asumiendo un mayor protagonismo a nivel internacional, pero ese papel tendría que estar respaldado por acciones sólidas a nivel nacional que no se están tomando. Estas acciones, además, irían muy acordes con nuestras necesidades de salud, transporte y economía. Mitigar en forma muy agresiva la contaminación de las ciudades, que cuesta miles de vidas cada año, llevaría a abatir los gases de efecto invernadero. Frenar y revertir la deforestación no solamente mantendría toneladas y toneladas de carbono fuera de la atmósfera, sino que detendría la terrible pérdida de biodiversidad que padecemos, nos brindaría servicios ambientales y garantizaría ingresos para poblaciones muy vulnerables.

Para lograr todo eso, sin embargo, no basta con pedirlo: hay que exigirlo, y por todos los medios posibles. Urge imaginar un país diferente y luchar por él en las calles. Hay que revertir la apuesta por los combustibles fósiles; hay que tomarse en serio la política ambiental; hay que exigir que se haga valer la ley. El combate es cuesta arriba, pero en él nos jugamos la vida de nuestras hijas y nietas.

Imagen de Anja en Pixabay

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