Por Mariana Benítez y Ana L. Urrutia*, Pie de Página, 02 de febrero de 2023.

Actualmente estamos presenciando un debate público muy activo en torno al uso y  prohibición del glifosato, un herbicida de amplio espectro sumamente utilizado en la agricultura, sobre todo en su vertiente industrial. En México este debate se avivó con el decreto presidencial orientado a prescindir gradualmente del herbicida. Éste ha generado una fuerte respuesta por parte de la agroindustria y del gobierno de EE.UU., quienes continúan ejerciendo presión para que se retire o modifique el decreto de forma que no se vean afectados sus intereses económicos; uno de sus principales argumentos es que no existen alternativas para su uso. Entre las razones para  prescindir del glifosato, y de otros insumos comunes en la agricultura industrial, están desde luego los riesgos que implican para la salud humana, pero hemos comentado también sobre los efectos que este y otros herbicidas tienen en ecosistemas enteros. Al revisar la evidencia de los efectos del glifosato sobre otros seres vivos y sobre los procesos ecológicos que sostienen la vida en el planeta, nos damos cuenta de que éstos son profundos, de largo alcance y, en general, difíciles de predecir y manejar. ¿Qué hacemos entonces ante la preocupación, y quizá hasta parálisis, que nos genera conocer dichos efectos? ¿Cómo pasar de la denuncia a la transformación de los sistemas de producción agrícola? Pensamos que parte de la respuesta está en conocer algunos casos y alternativas hacia una producción agrícola sin glifosato y sin otros insumos potencialmente dañinos para el ser humano y el resto de los seres vivos.

Coexistencia o eliminación: dos visiones distintas

Ninguna planta es una maleza en sí misma, así como ningún animal es intrínsecamente una plaga. El que cierto organismo se convierta en maleza o en plaga no depende de que esté presente, sino de que las relaciones ecológicas en los agroecosistemas se hayan modificado de tal forma que dicho organismo se vuelva dominante y cause daños significativos a los cultivos. Esto puede suceder, por ejemplo, cuando la aplicación sistemática de herbicidas o plaguicidas elimina a las especies con quienes compite o lo depredan, de forma que las relaciones de regulación que existen entre las propias poblaciones desaparecen y algunos organismos comienzan a proliferar desmedidamente. Pensemos en el chapulín. Puede ser parte integral de un agroecosistema de maíz muy productivo, e incluso puede aprovecharse como fuente de proteína, siempre que su población esté controlada por depredadores como las aves y haya otras plantas de las cuales pueda alimentarse además del maíz. En monocultivos de maíz, en donde el uso de insumos tóxicos ha eliminado la presencia de otras plantas y animales, el chapulín puede más fácilmente convertirse en una plaga capaz de acabar con toda una cosecha. Algo similar ocurre con las plantas, por ejemplo de la familia del amaranto, que en ciertos sistemas de monocultivo de maíz se han convertido en malezas resistentes a herbicidas, muy difíciles de controlar.

En muchas de las formas de producción campesina que históricamente han existido, y existen, está presente una visión de coexistencia con la biodiversidad, en la que precisamente ningún organismo es en sí mismo una plaga o una maleza, y en la que más que eliminarlos se busca regularlos e incluso aprovecharlos. La agroecología se ha desarrollado como una ciencia y un movimiento que retoma esta visión, al mismo tiempo que reivindica las luchas campesinas por la tierra y el territorio, para seguir reproduciendo y generando formas de agricultura basadas en el conocimiento de principios ecológicos y en el uso de la biodiversidad. La idea de eliminar por completo a cualquier organismo que no sea el que se produce como monocultivo proviene de una visión muy distinta de la naturaleza, la cual no por casualidad ha sido promovida por una agroindustria heredera de una industria bélica. Desde esta segunda visión, muchas de las plantas y animales son considerados enemigos cuyas poblaciones, lejos de conservarse y aprovecharse mediante la regulación de sus interacciones, deben eliminarse por completo. Desde esta lógica, obsoleta a luz del conocimiento científico actual, y con el objetivo primordial de maximizar sus ganancias, es que la agroindustria promueve que se usen plaguicidas y herbicidas, como el glifosato.

Prohibiciones y desuso de glifosato en el mundo

Hoy en día más de 18 países han prohibido o están en vías de prohibir este agroquímico. La mayoría de estas prohibiciones se detonaron con la declaración de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer en la que clasifica al glifosato como  un producto probablemente  cancerígeno para humanos. El Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) compuesto por Arabia Saudita, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahrein y Omán prohibió inmediatamente el uso de este herbicida. En la Unión Europea el permiso de uso del glifosato terminó en el año 2022 y la decisión de rescindir o renovar el permiso ha sido parte de un proceso largo con fuertes intereses de la agroindustria interviniendo en la toma de decisiones. A la fecha, la UE no tiene una postura clara ante la prohibición del glifosato, pero diversos países que la componen sí han tomado medidas para controlar, reducir o eliminar su uso. Alemania, igual que México, busca eliminar de manera gradual el uso de glifosato y esperan prohibirlo completamente para 2024. Otros países de la UE han comenzado a prohibir el uso doméstico y urbano de este herbicida o están en proceso de prohibirlo en todo el país; entre éstos están Austria, Bélgica, República Checa, Dinamarca, Francia, Grecia, Italia, Luxemburgo, Los Países Bajos, Portugal, Escocia, Eslovenia, España, Suecia, Suiza y el Reino Unido. En América diferentes regiones de Chile, Argentina y Brasil están llevando a cabo procesos legales para disminuir o eliminar el uso de glifosato y en Colombia, después de largas discusiones políticas, por fin se ha dejado de rociar este agroquímico como medio para controlar la siembra de coca.

Las alternativas propuestas a partir de estas prohibiciones institucionales son en general dos. Por un lado se ha impulsado el llamado manejo integral de plagas o malezas, que consiste en aprovechar el conocimiento de la biología y ecología de los organismos para combinar distintas técnicas de control a lo largo de su ciclo de vida. Por otro lado, se ha planteado la sustitución del glifosato por otros herbicidas y bioherbicidas, pero es importante considerar que aunque éstos pueden ser útiles en ciertas situaciones, para que sean parte de verdaderas alternativas deben usarse dentro de una estrategia integral, ser menos dañinos para el ser humano y otros seres vivos que el glifosato, y no generar nuevas formas de dependencia por parte de los agricultores.

Experiencias agroecológicas en México y el mundo

Uno de los cuestionamientos que suele hacerse al hablar de prácticas campesinas y agroecológicas independientes del uso del glifosato y otros insumos, es si este tipo de agricultura puede satisfacer las necesidades de un país o de toda la humanidad. Tenemos mucha evidencia para pensar que sí, sobre todo si se le apuesta a largo plazo y desde la organización social. Por una parte, sabemos que la agricultura campesina y familiar produce la mayor parte de los alimentos para el consumo humano, incluso considerando que muchas veces no tienen acceso a las mejores tierras, agua o a otros recursos que ha acaparado la agroindustria. En contraste, dado que el principal objetivo de la agroindustria más que alimentar ha sido acumular riqueza, a ésta no le interesa si produce alimento para las personas, animales o insumos para plásticos y combustibles, o si deliberadamente desecha o desperdicia un alto porcentaje de su producción.

En México el machete, la coa y los policultivos han permitido el control de hierbas desde hace miles de años. Hoy en día aún existen y se aplican de manera cotidiana éstas y otras técnicas campesinas para evitar el crecimiento desmedido de ciertas plantas, como son: la falsa siembra, el arado, las coberturas y abonos verdes, el uso de maquinaria ligera como la desbrozadora y el motocultor, el pastoreo de ganado ovino y bovino, la rotación de cultivos, la siembra a alta densidad, los policultivos anuales y agroforestales así como diversos bioherbicidas que no tienen efectos tóxicos sobre la salud de las personas ni el ambiente. Otra estrategia común para el control de las hierbas no deseadas en los cultivos es aprovecharlas, ya sea como alimento, o como medicina o forraje. Muchas de estas plantas, como los quelites, las verdolagas y la chaia son una parte importante del menú en muchas casas mexicanas. Comer este tipo de plantas trae grandes beneficios, pues son ricas en carbohidratos, fibras, vitaminas, minerales y pequeñas cantidades de lípidos. El diálogo entre este conocimiento campesino y la investigación agronómica y ecológica ha abierto, y continúa abriendo, perspectivas muy prometedoras.

En diferentes regiones del país existen proyectos que se han enfocado en la producción de alimentos sin recurrir a herbicidas industriales. Uno de los ejemplos recientes y bien documentados es el de  algunos productores de Sinaloa, respaldados por la Secretaría de Agricultura, que obtuvieron 14.28 toneladas por hectárea de maíz blanco en un predio cultivado libre de glifosato. De forma similar, en Veracruz, la huerta “Los Gómez” junto con la asociación de Citricultores Tihuatecos han logrado eliminar al glifosato y otros agroquímicos de su producción de naranja y han mantenido e incluso aumentado su producción. Estos resultados tan prometedores se obtuvieron con técnicas como la siembra de abonos verdes entre los surcos del cultivo, el pastoreo de ganado bovino entre los árboles frutales, el uso de maquinaria ligera y el cuidado integral del suelo. Como éstas, existen muchas otras experiencias e  iniciativas nacionales en pequeña y mediana escala que hacen agricultura sin glifosato. Utopia Huixcazdha y Puente a la Salud Comunitaria son dos ejemplos de ONG que se han enfocado en promover una buena dieta a base de amaranto y otros quelites. Hacen esto promoviendo la siembra, cosecha, procesamiento y consumo de esta planta en los estados de Hidalgo y de Oaxaca y, desde luego, en sus cultivos no recurren al glifosato, pues es un herbicida que daña de manera directa al amaranto. El conocimiento de las y los campesinos, así como el generado por algunas organizaciones e instituciones públicas, continúa adaptándose y desarrollando estrategias para el manejo de las plantas que pueden competir con los cultivos en las diferentes regiones y formas de producción agrícola del país.

En el resto del mundo, existen también ejemplos de producción agroecológica de los cuales podemos aprender mucho. El caso de la agroecología en Cuba es quizá uno de los más impresionantes, en donde se ha articulado con miles de cooperativas productivas, instituciones públicas, centros de investigación, escuelas y con esquemas de formación popular como el método “de campesino a campesino”. Ahí, la producción agroecológica se ha extendido a todas las provincias y ha provisto de productos sanos y accesibles a toda la población en el contexto de un asfixiante bloqueo. Como se mostró recientemente, la agroecología en Cuba ha logrado lo que a veces se nos plantea como imposible: aumentar la producción de alimentos sin que esto dependa de un mayor uso de insumos externos y sin sacrificar la vegetación natural. En la provincia de Karnataka, en India, también inició un movimiento, el Zero Budget Natural Farming, que está basado en el uso nulo de insumos externos y que ahora se ha extendido por vía de la autoorganización hasta alcanzar a millones de familias en esa nación. Éstos y otros ejemplos en el mundo han sido reseñados y analizados por un grupo de investigadores en el Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), quienes proponen algunos factores clave en el escalamiento de la agroecología: el reconocimiento de una crisis alimentaria y ecológica, la organización social, el uso de métodos de aprendizaje constructivista o popular, el dominio de prácticas agroecológicas efectivas en los contextos específicos, un discurso movilizador, la presencia de aliados de diversos sectores y la presencia o creación de mercados, políticas y programas favorables.

Éstas y muchas otras experiencias nos muestran que hay formas de producir alimentos en distintas escalas sin hacer uso del glifosato ni de otros insumos dañinos para el ser humano y otros seres vivos; formas más sustentables y eficientes que las que nos propone la agroindustria. Así, no vemos razón para perpetuar el ciclo de dependencia económica y deterioro ambiental y sanitario asociado al uso del glifosato. Las experiencias campesinas, de investigación y organización en todo el mundo nos dan pistas de hacia dónde seguir caminando.

* Ana Laura Urrutia es maestra en ciencias biológicas e investigadora independiente. Trabaja temas de alternativas al glifosato y manejo ecológico integral de arvenses.

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.