Por Jim Cason y David Brooks, La Jornada, 27 de diciembre de 2022.

Al atravesar el cinturón agrario del Medio Oeste de Estados Unidos se escucha un coro de pequeños granjeros, líderes comunitarios de zonas rurales y algunos políticos electos locales que coinciden en que a pesar de los altos precios para los productos de estas tierras y de los avances importantes en tecnología agraria, el país necesita revaluar la estructura de la producción de alimentos, algo que tendría impacto no sólo aquí, sino al otro lado de sus fronteras.

“Se necesita repensar de manera sustancial cómo y qué cultivamos y los sistemas de mercadeo que hemos estado usando”, afirma John Hansen, presidente de la Unión de Granjeros de Nebraska. En entrevista en las oficinas de su organización en la ciudad de Lincoln, explica que “si manejas por las zonas rurales del estado están apagadas las luces, uno ya no ve tiendas, los pueblos que antes estaban ahí han desaparecido”. Las llamadas al número de emergencia para los integrantes de su organización se han incrementado en 10 por ciento en este año.

Los agricultores son los primeros en entender que los sistemas de tierras cultivables y agua están por llegar a un punto de quiebre, asegura, pero la estructura del comercio de granos, los precios pagados por los productos agrarios no funcionan para bien de los granjeros, y aunque saben que la forma en que trabajan daña sus tierras y aguas, “no les puedes pedir que hagan algo por el interés de su medio ambiente, pero que no ofrece ingreso para que sobrevivan como granjeros”.

Dale Wiehoff, granjero jubilado, coincide con eso; en entrevista con La Jornada en su granja en Wisconsin, agrega que el modelo de producción agraria es en gran parte responsable. “Los organismos genéticamente modificados hacen relativamente más fácil el cultivo de maíz y soya, el tiempo que uno dedica en estar en los campos es menor y los costos de mano de obra son mucho más reducidos. En general, uno hace tres pases para rociar Roundup (herbicida y pesticida químico) y con eso casi todo está hecho. En algunos lugares lo hacen desde una avioneta”.

Pero las consecuencias “de tanta eficiencia” son comunidades rurales vacías; dice que “una vez que sustituyes mucho capital para mano de obra desaparecen las granjas pequeñas y el número de gente trabajando se reduce. Los jóvenes se van, las comunidades quedan huecas. Hay gente de edad avanzada rica en tierras, pero sin suficiente dinero para vivir. Uno puede ganar más vendiendo su granja que en cultivarla.

“Tenemos que revaluar cómo cultivamos nuestro alimento”, asevera Wiehoff, quien también ha estudiado asuntos de comercio agrario, que incluyen los de Estados Unidos y México. Señala que “sólo producir más maíz no está en el interés de pequeños granjeros y sus comunidades o en México”.

Desde este punto de vista, la sobreproducción de maíz como de otros cultivos acaba por dañar a comunidades rurales. “El agua potable es contaminada, hay menos agua para peces y otros seres vivientes”, y ofrece como ejemplo que en Iowa, con la mejor calidad de tierras del país, el agua está tan contaminada que la gente ahora debe hervirla. De hecho, el rotativo Iowa Capital Dispatch reportó en junio que “el agua potable tratada de una ciudad en el noreste del estado tenía 3 mil veces más que el nivel considerado seguro de un químico tóxico… que persiste de manera indefinida en el ambiente”. Aunque no toda esta contaminación es por la agricultura, el uso extensivo de fertilizantes es en parte responsable.

Los defensores de la agricultura transgénica argumentan que no hay vuelta atrás en torno al desarrollo de granjas más grandes y productivas. Para cultivar la misma cantidad de maíz que actualmente produce Estados Unidos sin el uso de organismos genéticamente modificados, requeriría alrededor de 40 por ciento más de tierra, explica Angus Kelly, director de políticas públicas de la Asociación Nacional de Productores de Maíz. Con eso, los consumidores también tendrían que pagar 40 por ciento más de lo actual.

Agrega que esto sencillamente no es política o económicamente posible, pero Wiehoff, Hansen y otros argumentan que justo se necesita cambiar esta realidad política y económica. Comentan que el gobierno estadunidense ofrece algunos apoyos -subsidios directos o asistencia para crédito financiero a granjeros a través de varios programas, incluyendo seguros para el cultivo y el requisito de que la gasolina incluya etanol producido del maíz, pero que están diseñados sólo para evitar la quiebra de pequeños productores. Varios granjeros entrevistados comentaron que sabían que el gobierno mexicano también tiene planes de apoyo para pequeños productores, pero indicaron que en Estados Unidos no se cuenta con mucha información sobre qué tan efectivos son.

Como lo dijo un promotor de agricultura transgénica, es poco probable que un granjero pequeño en México o en otros países tenga disponible 500 dólares para comprar semillas genéticamente modificadas, si es que estaban a la venta. Por lo tanto, estos granjeros necesitarán encontrar otra manera de producir y vender maíz y otros productos para subsistir. Se necesita pensar cómo se puede lograr, es justo la conversación que desean desatar Wiehoff y Hansen en ambos lados de la frontera.

A fin de cuentas, el debate sobre el futuro de la agricultura, que incluye el cultivo y comercialización del maíz, gira en torno a la tensión dentro del modelo actual que sobrevive de los pequeños productores y los intereses de una minoría de megagranjas y grandes empresas agrarias que controlan el sistema actual.

Imagen de Carlos Barengo en Pixabay 
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