Por Mario Osava, IPS Noticias, 31 de octubre de 2022.

Solo Lula, con su liderazgo, “tendría condiciones de vencer la industria de la mentira” y “de enfrentar el uso y el abuso del aparato público jamás vistos en ese país”, reconoció el vicepresidente electo, Geraldo Alckmin, en la celebración del triunfo en São Paulo, la noche del domingo 30.

La difusión sistemática y masiva de insinuaciones de que Lula cerraría las iglesias, si era elegido como presidente, y liberaría las drogas y el aborto puso el candidato en la defensiva y lo forzó a continuos desmentidos los últimos días.

Pero tras la más reñida disputa electoral desde el fin de la dictadura militar en 1985, el líder del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) obtuvo 50,9 % de los 118,55 millones de votos válidos en la segunda vuelta electoral. Alcanzó 60,34 millones de votos, contra 58,20 millones de Bolsonaro.

Lula triunfó gracias a la región Nordeste, donde acaparó 69,34 % de los votos válidos, contra 30,66 % del presidente.

Esa gran ventaja en los nueve estados nordestinos que suman 27 % del electorado brasileño le permitió compensar con creces la derrota en las otras cuatro regiones. Venció en el segundo estado más poblado, Minas Gerais, con 50,2 % de los votos válidos, pero perdió en el más poblado, São Paulo, donde se limitó a 44,76 %.

“No enfrentamos a un candidato, sino a la máquina del Estado brasileño puesta a servicio del oponente para evitar que ganáramos las elecciones”, dijo Lula en su discurso de la victoria, luego de su confirmación por el Tribunal Superior Electoral, tres horas después de concluida la votación a las 17 horas locales (20 GMT).

El ultraderechista Bolsonaro concedió varios beneficios a la población, prohibidos por la legislación  durante el año electoral, para impedir un desbalance en la disputa, especialmente cuando un presidente se postula a la reelección.

Masiva compra de votos

Aumentó en 50 % el Auxilio Brasil para 21 millones de familias pobres, alzado a 600 reales (115 dólares) al mes. Aprobó una ayuda de emergencia a 900 000 camioneros y a más de 300 000 taxistas, por la suma mensual de mil reales (190 dólares). Además dobló los subsidios al gas de cocina y forzó los estados brasileños a reducir sus impuestos para abaratar la gasolina y el diésel.

Todas esas medidas vigentes desde agosto y hasta diciembre, lo que desnuda el carácter electoral de los beneficios.

Para eludir la ley electoral y también la de responsabilidad fiscal, que impide gastos sin previsión presupuestaria, el presidente y sus aliados aprobaron en el legislativo Congreso Nacional una enmienda constitucional que reconoce el estado de emergencia en el actual semestre. El pretexto fueron las dificultades provocadas por la guerra en Ucrania.

Bolsonaro obtuvo la mayoría legislativa para estas iniciativas calificadas como ilegales por la oposición gracias en buena parte al llamado “presupuesto secreto”, que les asegura a los legisladores el derecho de asignar cerca de 15 % del presupuesto nacional para inversiones a proyectos de su elección, sin tener que presentar cuentas.

Este año equivale a cerca de 3600 millones de dólares, una especie de soborno legalizado, según los críticos, para asegurar la lealtad de los legisladores.

A todo eso se sumaron los empresarios y los pastores evangélicos a presionar sus empleados y fieles a votar por Bolsonaro. La Justicia del Trabajo recibió más de 2000 denuncias de acoso electoral practicado por patrones en octubre.

Por último, el gobierno movilizó su Policía Rodoviaria Federal, que controla las carreteras. Mas de 600 operaciones inspeccionaron principalmente los autobuses que transportaban electores en el Nordeste. El objetivo evidente era dificultar el acceso a locales de votación a la gran mayoría de electores pro Lula.

Aparentemente la estrategia fracasó o restó pocos votos. La abstención en esa segunda vuelta fue de 20,56 %, ligeramente inferior a la primera vuelta, de 20,95 %. En Brasil el voto es obligatorio.

Frente democrático para el triunfo

Contra la guerra sucia, Lula articuló un frente amplio contra las continuas amenazas de Bolsonaro a la democracia, como intentos de desacreditar el sistema electoral basado en urnas electrónicas y de rebelarse contra el Supremo Tribunal Federal, que opera también como corte constitucional, y el Tribunal Superior Electoral.

“Esa es la victoria de un inmenso movimiento democrático que se formó, por encima de los partidos políticos, de los intereses personales y de las ideologías, para el triunfo de la democracia”, reconoció Lula en su discurso.

Participación activa en las decisiones del gobierno, en un país de “paz y unidad”, y no “dividido en permanente estado de guerra”, es la democracia a construir, acotó, mientras también prometió gobernar para los 215 millones de brasileños y no solo para sus votantes.

Anunció como primera prioridad eliminar el hambre. Brasil salió del mapa del hambre de Naciones Unidas en 2014, como resultado del esfuerzo del gobierno de Lula (2003-2010) y de su sucesora también del PT, Dilma Rousseff (2011-2016). Pero volvió al mapa en 2018 y un estudio apuntó la existencia de 33 millones de hambrientos en el país a comienzo de 2021.

Además de reducir la pobreza, reconstituir los mecanismos de participación abolidos por Bolsonaro, como las conferencias y consejos de la sociedad civil para proponer políticas públicas, Lula prometió rescatar la credibilidad internacional de Brasil y recuperar su protagonismo en la lucha contra la crisis climática.

Volver a reducir la deforestación, especialmente en la Amazonia, es un paso indispensable, después que Bolsonaro desmanteló el sistema de protección ambiental del país y agravó la destrucción forestal, al estimular actividades ilegales como la minería informal, incluso en tierras indígenas amazónicas.

Para asegurar los derechos de los indígenas, atropellados por el actual presidente, Lula prometió crear el Ministerio de los Pueblos Originarios.

Lula, el ave fenix

Por esas vías Brasil puede superar su condición de “paria internacional” debido a la política antiambiental y la corrosión democrática impulsadas por Bolsonaro, afirmó el mandatario electo, que excepcionalmente decidió leer un discurso preparado, para reafirmar sus primeras palabras tras el estrecho triunfo.

Recuperar la economía, generar millones de empleos y reindustrializar el país, además de las metas políticas de Lula componen una misión que muchos ven imposible, ante los desequilibrios fiscales que deja Bolsonaro y el cuadro adverso en la gobernabilidad.

La coalición de centroizquierda que pude componer Lula difícilmente tendrá mayoría en un Congreso donde la extrema derecha bolsonarista se fortaleció y los estados más poblados y ricos del país tendrán gobernadores conservadores en los próximos cuatro años, advierten los analistas políticos.

Pero es considerable en Brasil el poder de movilización que puede tener un presidente progresista, con una nueva agenda inclusiva que despierta fuerzas vivas, antes atrofiadas, en contraste con la agenda negativa de Bolsonaro.

Difícilmente se mantendrá, fuera del poder, la coalición central del bolsonarismo, que suma los evangélicos, con su proyecto de poder político, el sector del agronegocio, los militares y el empresariado. Tienen intereses divergentes sin la atracción de un poder central.

La extrema derecha no tiene un partido como el Republicano de Estados Unidos en que sobrevive con fuerza el trumpismo. Sin un ideario coherente, es errática en sus orientaciones, a veces de una violencia irracional, y adopta políticas netamente antipopulares, como la de armar la población.

En cambio, Lula es un ave fénix, renacido y de nuevo en ascenso. Sobrevivió a dos grandes escándalos de corrupción, a 580 días de cárcel y al rechazo popular. La Justicia anuló sus condenas y pudo volver como el único líder capaz de salvar la democracia y un sentido de unidad nacional.

Su mensaje es sencillo, se trata de reconstruir instituciones y políticas averiadas, además de cierta cohesión nacional. Su primer paso, componer un frente democrático, facilita los próximos.

Pero en los dos meses se transición hasta la toma de posesión de Lula, las actuaciones de Bolsonaro y su entorno, incluido el militar, mostrarán cuan empedrado es ese objetivo en un Brasil que electoralmente se mostró polarizado en dos mitades.

Imagen de David en Pixabay 
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