Por Marcos Cortez Bacilio, Biodiversidad LA, 19 de octubre de 2022.

“La ley general absoluta de la degradación ambiental

bajo el capitalismo, que trata principalmente del campo de los

procesos naturales y materiales, y del valor de uso más que del valor

de cambio, los costos soportados por el ambiente repercuten en el campo

económico de muchas formas diferentes, reflejando lo que Engels, llamó

‘la venganza’ de la naturaleza que sigue a cada conquista (humana) sobre la naturaleza”

(Bellamy, 1992:168).

Es sabido que el cambio climático afecta directamente al sistema agroalimentario, reduciendo la disponibilidad de alimentos e incrementando la desigualdad del acceso a sectores desfavorecidos de la población. Esto se traduce en alimentos más caros, menos nutritivos y disrupciones en la cadena de distribución que afectarán a todo el planeta y dramáticamente a los países más pobres. Incluso con un aumento de temperatura de 1,5°C por encima de los niveles preindustriales con las emisiones toxicas, ponen en un hilo la escasez de agua, aumento de incendios forestales, fenómenos naturales: sequia, inundaciones, huracanes y la degradación del permafrost.[1]

A su vez, la resiliencia es la capacidad de un agroecosistema para mantener la productividad cuando está sujeta a una fuerza de perturbación. También se define como la habilidad de absorber perturbaciones o la rapidez para recobrarse de disturbios climáticos y en una aplicación del término se crea la resiliencia social como la habilidad de las comunidades para mantener la estructura social ante perturbaciones externas.[2] Recientemente el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC/IPCC) establece que el calentamiento global es “inequívoco”. No cabe duda tampoco que sus efectos patentes –aumento progresivo en los niveles de temperatura y del mar, crecientes fenómenos climáticos que azotan a comunidades y ecosistemas, acelerada degradación medioambiental que amenaza el suministro de agua y alimentos, entre otros– representan una amenaza global no sólo para la economía sino para la propia subsistencia humana en el planeta. Por lo tanto, el cambio climático implica una clara amenaza a la soberanía alimentaria de los pueblos.[3] Además, si le sumamos los retos de la agenda 2030 y las penurias medioambientales que la rodean; [4] hoy en el marco del día del medio ambiente no genera ni conciencia ni acciones relevantes para amortiguar el vendaval que se avecina.

Agricultura de muerte: producción capitalista

Actualmente, la agricultura industrial es la principal causa de la emisión de gases con efecto invernadero (GEI),[5] alcanzando cifras entre el 35 y 37 por ciento. Este sistema domina el 80 por ciento de la tierra arable, pero solo produce 30 por ciento de los alimentos, causando un impacto ambiental muy grande, creando una huella en la reducción de biodiversidad, impacto en la calidad del suelo, contaminación de agua, etc. [6] Este tipo de agricultura, promueve los monocultivos extensivos e industrializados, con cantidades enormes de agrotóxicos y transgénicos. Además, es una agricultura sin biodiversidad, sin campesinos ni campesinas, para mayor provecho del libre comercio y las corporaciones transnacionales. El uso creciente de insumos externos, la maquinaria pesada que se requiere para laborar las extensiones de maíz, soya y algodón, junto con la deforestación, cambio de uso de suelos y el alto consumo energético del sistema de distribución y comercio de alimentos a gran escala (refrigeración, residuos y transporte), hacen que las corporaciones sean responsables por la mayor parte de las emisiones toxicas. Por ejemplo, el monopolio Bayer-Monsanto controla alrededor del 80 por ciento en venta de semillas y agroquímicos en todo el mundo, es decir, la agricultura industrial está basada en el uso de combustible fósil y un alto consumo energético. De esta manera se posiciona claramente, junto con los intereses de la biotecnología y la industria energética, contra los campesinos y los ciudadanos en general. El problema es que el crecimiento del “modelo de la muerte” -el agronegocio- en casi todos los países, está desplazando a la agricultura campesina, destruyendo la capacidad productora de alimentos locales. No existe hoy ningún país en donde el agronegocio produzca la mayor parte de los alimentos consumidos por la población del mismo país. Y ésa es una de las causas de la actual crisis alimentaria global.[7]

Agricultura de vida: economía campesina

México es reconocido como uno de los ocho centros de origen de la agricultura en todo el mundo y es considerada una actividad muy antigua de por lo menos diez mil años, basada principalmente en conocimientos, saberes y métodos empíricos desarrollados por los mismos campesinos e indígenas que se dedican a esta actividad productiva. En estados como Guerrero, Oaxaca y Chiapas más del 70 por ciento de las familias cuenta con una parcela entre 1 y 3 hectáreas para la producción de alimentos básicos, así como también algún pedacito de traspatio o solar que va de 50 hasta 150 m2, para la cría de animales y siembra de hortalizas. Cabe señalar, que los sistemas agrícolas de la milpa junto al huerto son los sistemas más antiguos en Mesoamérica, que hasta hoy, enriquecen la base alimenticia del maíz al agregar a las dietas las proteínas de origen animal, frutas, verduras y tubérculos; esto ocurrió porque dichos sistemas agrícolas surgieron en condiciones ambientales biodiversas.[8]

La agricultura campesina es una “agricultura de vida” que toma como preocupación central al ser humano; que preserve, valore y fomente la multifuncionalidad de los modos campesinos e indígenas de producción y gestión del territorio rural. Implica, el reconocimiento al control local de los territorios, bienes naturales, sistemas de producción y gestión del espacio rural, semillas, conocimientos y formas organizativas. En un marcado contraste la agricultura campesina familiar con campesinos y comunidades que trabajan con la biodiversidad y que producen alimentos sanos para poblaciones locales y nacionales, solo ocupa entre el 20 y 30 por ciento de la tierra arable (probablemente el 90 por ciento de las familias campesinas e indígenas sobreviven con menos de 2 hectáreas y al menos la mitad de ellas con menos de una hectárea por familia) producen entre el 50 y 70 por ciento de alimentos a nivel mundial. Es decir, aunque los campesinos posean mucho menos de la mitad de las tierras, producen más de la mitad de los alimentos. Por lo tanto, no es verdad que la agricultura industrial produzca comida, ellos producen biomasa, los campesinos producen comida. Ya que la agricultura campesina es un modo de vivir y de producir diversidad biológica.

A escala global como local, son múltiples las economías y agriculturas campesinas en la producción de alimentos, la conservación de la biodiversidad genética, el abastecimiento de alimentos y la consolidación de mercados locales y redes de cooperación en zonas rurales. Tienen como uno de sus principales aspectos la pequeña producción rural para garantizar la subsistencia familiar, aunque históricamente es sometida a condiciones adversas, sigue persistiendo en el interior de sus comunidades; la cual se manifiesta en la producción para autoconsumo, con mano de obra familiar, bajo una tecnología tradicional diversificada y en pequeñas cantidades en las que predomina el valor de uso.[9]

No obstante, con la aplicación del modelo neoliberal en México, lejos de modificar positivamente las condiciones desfavorables, multiplica los obstáculos para su permanencia. Aleja aún más al país de alcanzar la satisfacción de las necesidades primarias, al tiempo que atenta seriamente contra la soberanía alimentaria. Desde una perspectiva marxista se sostiene que las agriculturas y economías campesinas serían arrasadas tarde o temprano por la empresa capitalista moderna, debido a la baja capacidad de competir frente a la gran producción empresarial con altos niveles de tecnología y usualmente con apropiados apoyos institucionales que hacen de este modelo su referente para la generación de políticas agrarias.[10]

De acuerdo con lo anterior, la familia campesina constituye la unidad productiva fundamental de la economía campesina, por la diversidad de actividades que desarrollan en la parcela, la milpa, traspatio, hogar y núcleo familiar; además de tener al alcance otros empleos dentro y fuera de la comunidad que mejoran su economía de subsistencia. Todas estas actividades que realizan dan cuerpo a su economía campesina, pues no sólo generan sustento en alimentos, sino generan ingresos para satisfacer otras necesidades comunes de la familia. Asimismo, persiste esta lógica campesina, porque es común que los campesinos utilicen técnicas tradicionales para la producción de alimentos, mediante sistemas autóctonos, intercambien productos con otros campesinos, dejen reservas para autoconsumo y vendan parte de su cosecha, para la adquisición de otros productos que no cosechan en la parcela; así se preserva esta lógica natural, sin importar los horas y días invertidos para lograr su autoconsumo, situación que persisten en diferentes regiones de América Latina y el Caribe.

Mientras que las economías capitalistas comúnmente utilizan tecnología especializada basada en los avances de la ciencia moderna; en la que, “el capitalismo subordina la ciencia”, y este es el choque permanente con la imposición de modelos externos que pretenden imponer una individualización y competencia interna entre los campesinos para generar más ganancia económica, pero con un alto costo ambiental, ecológico y humano. Es claro que la producción capitalista y la campesina son producciones guiadas por dos lógicas diferentes.

La agroecología y sus estrategias ante el cambio climático

Para muchos, la agroecología es una ciencia que estudia e intenta explicar el funcionamiento de los agroecosistemas. Para otros, la palabra agroecología refiere a los principios –y no recetas– que guían las prácticas agronómicas y productivas que permiten producir alimentos sin agrotóxicos. Para Altieri y Toledo[11] la agroecología está basada en un conjunto de conocimientos y técnicas que se desarrollan a partir de los agricultores y sus procesos de experimentación, enfatizando la capacidad de las comunidades locales para experimentar, evaluar y ampliar su aptitud de innovación mediante la investigación de agricultor a agricultor y utilizando herramientas de extensionismo horizontal.[12] Su enfoque tecnológico tiene sus bases en la diversidad, la sinergia, el reciclaje y la integración, así como en aquellos procesos sociales basados en la participación de la comunidad.

Los fracasos de la agricultura industrial (de la mal llamada Revolución Verde) han llevado a los campesinos a desarrollar sus propias herramientas, tecnologías y estrategias de administración de agroecosistemas, para recuperar ecológicamente la tierra degradada y tener mayor control sobre los factores de la producción. En lugar de sustituir las funciones del ecosistema aplicando productos químicos, estos métodos fortalecen las funciones ecológicas del sistema, como un medio para estabilizar la productividad. Al hacer esto, los campesinos están creando las condiciones resilientes para desarrollar formas de agricultura adaptadas a sus agroecosistemas específicos y a sus capacidades socioeconómicas. En diferentes partes del planeta, hace resonancia la siguiente interrogante: ¿Por qué los campesinos y organizaciones sociales toman como bandera a la agroecología? Es algo muy sencillo que espero quede ejemplificado en los siguientes principios:

  • La agroecología es una ciencia humana y culturalmente aceptable e incluyente, pues no cuestiona el conocimiento tradicional, sino trabaja con él, construye con él, crea este dialogo y recuperación de saberes de manera horizontal, “entre iguales”.
  • Es ecológicamente racional, porque no transforma el sistema campesino (como lo hizo la Revolución Verde), no viene a reemplazarlo. Lo que hace es optimizar el sistema campesino con los principios agroecológicos y el apoyo de otras ciencias, como la ecología, agronomía, sociología, antropología, etnología, etcétera.
  • Es económicamente viable, porque se basa en los recursos locales, que estén en la misma parcela, comunidad o región, y no crea dependencia de insumos externos ni de insumos orgánicos industrializados que representan una opción más del “agronegocio verde” maquillado para generar dependencia de insumos “orgánicos” de alto costo económico y difícil acceso para los campesinos.
  • Es políticamente incidente con prácticas cotidianas y discursivas que abren camino a la movilización comunitaria, pues transitan hacia políticas agroalimentarias y comercios locales, restringiendo programas o subsidios que lleven a la competencia desleal, a la desaparición de tecnología campesinas que estimulan la seguridad y soberanía alimentaria.
  • Es socialmente activante, pues incita a la participación, a la acción colectiva, con métodos propios, que promueven el intercambio de experiencias entre campesinos, técnicos, investigadores, etc., el saber popular o conocimiento local y el conocimiento que portan actores no locales que se enfoca en generar un dialogo de horizontal, para lo cual, los dos tipos de conocimientos son importantes -tradicional y científico-.

Entonces lo que busca la agroecología, es una nueva forma de hacer agricultura, independiente del petróleo. Es decir, una agricultura que tiene que ser biodiversa, que sea amigable con el medio ambiente y que no genere un impacto ambiental. El desafío es ir más allá de simplemente sustituir a un grupo de productos químicos. No se trata nada más de sustituir insumos químicos por orgánicos. En este caso, se debe incorporar de manera planeada la diversificación de cultivos, árboles frutales, maderables, animales de pastoreo y de traspatio, que generen interacciones y sinergismos entre los propios nichos de los agroecosistemas, y sustenten sus necesidades para optimizar y mejorar: fertilidad natural de suelo, conservación de agua, manejo de poblaciones de plagas, entre otros. El resultado será el incremento de la productividad por cada de área de producción, con dependencia mínima o nula de insumos externos, con estabilidad productiva y cada vez con menores requerimientos de mano de obra e inversiones económicas.

Estrategias agroecológicas locales

En Coyuca de Benítez, con prácticas agroecológicas campesinos organizados han logrado incrementar el rendimiento de maíz, de 2 a 3.8 toneladas por hectárea; de igual manera obtienen la cosecha de otros productos complementarios, la disminución del uso de herbicidas y fertilizantes químicos, obtención de semilla criolla mejorada en la propia parcela. De esta manera, cultivos acompañantes como sandía, pepino y melón tienen promedios arriba de 1.200 kilos por hectárea, mientras que jitomate, chile o tomate, se siembra en sub-lotes a lado o entreverado del maíz, alcanzando una producción de 550 kilos en su conjunto. El escalonamiento es una ventaja de la milpa, durante el desarrollo del maíz, se pueden sembrar cultivos de ciclo corto y largo; porte bajo y alto, como lo hacen diversas familias de la Costa Grande.[13]

En esa misma región, los terrenos con pendientes que los campesinos utilizan con prácticas de diversificación, tales como: cultivos de cobertura, policultivos, cultivos intercalados; sufrieron menos daños por los huracanes Ingrid y Manuel en el año 2013, a comparación de sus vecinos que producían monocultivos convencionales. Se encontró también que las parcelas con milpa tradicional mesoamericana con un 35 por ciento de cobertura vegetal (calabaza, frijol, sandía y cobertura muerta) guardaban más humedad en el terreno, menos arrastre de suelo y cosecharon más del 50 por ciento de cultivos, mientras que vecinos reportaron pérdidas totales. De igual manera, los sistemas de café con sombra diversificada sufrieron menos daños por las manifestaciones naturales. Todo esto confirma que al incrementar la materia orgánica del suelo los sistemas agroforestales mejoran la infiltración del agua; al proporcionar la cobertura natural al suelo, también los arboles actúan como cortinas rompevientos, cortan su velocidad e impacto para salvaguardar los cultivos principales.

Muchas de las comunidades rurales dominadas por agricultura campesina familiar en territorio mexicano parecen arreglárselas pese a fluctuaciones extremas del clima. De hecho, muchos campesinos se adaptan e incluso se preparan para el cambio climático, minimizando las perdidas en las cosechas mediante el incremento en el uso de variedades locales tolerantes a la sequía, selección de semillas nativas, abonos orgánicos elaborados artesanalmente, cosecha de agua de lluvias, cultivos múltiples, agroforestería, obras conservación de suelo y agua, barreras vivas y muertas, colecta de plantas silvestres, acolchados naturales y una serie de técnicas que hacen posible sus sistemas heterogéneos resilientes.

De acuerdo con lo anterior, la agroecología  puede ser el resultado de este proceso de mejora radical, pues se pretende incorporar gradualmente en la agricultura campesina (recuperación de saberes e intercambio de conocimientos) un sistema de manejo agroecológico, con base en insumos sustentables, de tal manera, que se estandarice la productividad promedio, se generen alimentos diversificados, sanos y libres de agrotóxicos; así como también, lograr el mejoramiento de suelos, conservación de humedad, diversificación de cultivos, preservar la biodiversidad nativa y en consecuencia, mejorar la economía de subsistencia.

Los campesinos tradicionales han demostrado que sus sistemas son productivos, resilientes y ecológicamente sanos y también son eficientes energéticamente. Estos sistemas son la base fundamental de la agroecología. Por ello, para campesinos y organizaciones sociales el concepto de agroecología va más allá de los principios productivos. Es decir, no solo es una dimensión técnica, sino social, económica y política.

Conclusiones

Las estrategias agroecológicas aquí mencionadas, pueden ser implementadas en las parcelas para reducir la vulnerabilidad a la variabilidad climática. Un paso clave es difundir y socializar con urgencia las prácticas utilizadas por los campesinos con experiencias resilientes exitosas. La difusión entre comunidades vecinas y otras regiones debe ser el camino multiplicador y efecto masificador de estos procesos agroecológicos locales. Y este puede hacerse utilizando métodos y técnicas sencillas centradas en los campesinos como protagonistas estelares: “Un campesino cree más en lo que hace otro campesino”. Por ese motivo, las experiencias locales se deben visibilizar en políticas rurales, programas de investigación y extensión horizontal que contribuyan en la construcción de sociedades resilientes. Puesto que diferentes regiones están demostrando capacidad para amortiguar las perturbaciones con métodos agroecológicos adoptados y difundidos a través de la organización autogestiva y la acción colectiva, lo cual se traduce también a fortalecer las formas de participación comunitaria. Este tipo de participación incrementará la capacidad de respuesta para implementar las múltiples estrategias que les permitan resistir, amortiguar o recuperarse de los sucesos inesperados; incluso sabiendo que vamos perdiendo la carrera -contra el cambio climático- aún podemos ganar.

Referencias:

[1] En el norte del planeta, los suelos de permafrost almacenan grandes cantidades de carbono en forma de materia orgánica. Sin embargo, el calentamiento global está provocando la descongelación del suelo de la tundra y exponiendo este carbono a la descomposición microbiana.

[2] Véase:  http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-54722018000400531

[3] Véase:  https://viacampesina.org/es/soberania-alimentaria-y-cambio-climatico/

[4] Véase:  https://geoinnova.org/blog-territorio/los-17-retos-del-mundo-para-el-2030

[5] Los gases de efecto invernadero, conocidos como GEI, son aquellos gases que se acumulan en la atmósfera terrestre y que son capaces de absorber la radiación infrarroja del Sol, aumentando y reteniendo el calor en la atmósfera.

[6] Véase: Altieri, Miguel A (2012) Agroecología: “única esperanza para la soberanía alimentaria y la resiliencia socioecológica”, en Revistas de agroecología, 7 (2): 65-83.

[7] Véase: https://viacampesina.org/es/revolucion-agroecologica/

[8] Véase: González Jácome, Alba (2016), “Orígenes, domesticación y dispersión del maíz (Zea Mays) en México”, en Maíz Nativo en México, una aproximación crítica desde los estudios rurales. Coordinadores Ignacio López Morenos y Ivonne Vizcarra Bordi. Ciudad de México Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Lerma.

[9] Son utilidades que satisfacen necesidades de la familia, basado en una economía natural en la que prevalece la no expresión monetaria. Fundamentada en una forma de autoproducción y autoconsumo familiar, donde el campesino produce para comer y vender, así como satisfacer otras necesidades para su subsistencia.

[10] Véase: Santacoloma-Varón, Luz E. (2015) “Importancia de la economía campesina en los contextos contemporáneos: una mirada al caso colombiano”, en Entramado. Julio-diciembre, vol.11, no.2, p.38-50.

[11] Véase: Altieri, Miguel y Víctor Toledo (2011), “La revolución agroecológica en América Latina. Rescatar la naturaleza, asegurar la soberanía alimentaria y empoderar al campesino”, Socla 2011, pp. 1-34.

[12] Extensionismo horizontal valora los conocimientos locales y reconoce a los pequeños campesinos como portadores de capacidades y saberes. El vínculo horizontal se da fundamentalmente en el diálogo y en el intercambio de conocimientos, donde la gestión del conocimiento permita la combinación de saberes tradicionales con nuevos conocimientos científicos, entre iguales que posibilita generar epistemologías nuevas, para lograr con ello una acción transformadora de la realidad.

[13] Véase: Cortez Bacilio, M. (2021), ¡Hagamos Milpa Agroecológica!, en La Jornada del Campo, abril 17.  https://www.jornada.com.mx/2021/04/17/delcampo/articulos/milpa-agroecologica.html

Fuente: ADN Cultura

Imagen de Phichit Wongsunthi en Pixabay 
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