Por Eugenio Fernández Vazquez, Pie de Página, 03 de octubre de 2022.

El último día de 2020, cuando se publicó el decreto del gobierno federal contra el glifosato, muchos echamos las campanas al vuelo. Aunque se trataba apenas de una victoria parcial contra la agricultura industrial y en defensa de los campos mexicanos y del planeta todo, era una victoria importante, que golpeaba el corazón de la agricultura transgénica —la faceta más destructiva de la agricultura industrial—. Ahora, sin embargo, ese triunfo parece muy precario. El riesgo que corre la prohibición del glifosato en México es tan grande que la secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales, María Luisa Albores, y el subsecretario del ramo de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), Víctor Suárez, llamaron el martes pasado a “salir en su defensa” porque “no se sabe qué pase después”.

El decreto en cuestión se publicó el 31 de diciembre de 2020 y prohibió a las dependencias federales que usen o promuevan el glifosato, un pesticida especialmente pernicioso que va asociado con varios cultivos transgénicos. El decreto, además, declaró una moratoria en las autorizaciones para el uso de maíz genéticamente modificado en el territorio nacional y estableció que se buscará que se lo sustituya del todo “en la alimentación de las mexicanas y los mexicanos” para 2024.

A pesar de algunos reveses, el decreto ha sobrevivido a los desafíos jurídicos y encamina al país a un futuro libre de una parte importante de los organismos genéticamente modificados —la que depende del glifosato para ser rentable—. Esto, sin embargo, no quiere decir que su implementación sea fácil. Los enemigos de la medida están en muchos lugares y son poderosos.

Algunos enemigos están afuera. Por ejemplo, la Asociación Nacional de Cultivadores de Maíz de Estados Unidos está presionando a la oficina de la representante comercial de su país (la USTR, por sus siglas en inglés) para que inicie un procedimiento de resolución de controversias bajo el tratado de libre comercio vigente en América del Norte, el T-MEC. Otros enemigos, sin embargo, están no solamente dentro del país, sino del propio gobierno federal de la llamada 4T.

Sin ir muy lejos, el titular de Sader, Víctor Villalobos, ya ha intentado en varias ocasiones sabotear la prohibición del glifosato, como cuando buscó que se publicara un decreto rebajado que cuestionaba el pesticida sin prohibirlo. Hace algunos meses, en la misma línea, el titular del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), Francisco Javier Trujillo Arriaga, se dijo “preocupado” por la poca disponibilidad de semilla de algodón transgénico en México y prometió ayudar a sobrepasar las trabas de “autoridades ambientales” que no han otorgado los permisos requeridos al respecto.

Hasta ahora, estos gestos parecían las protestas esperables de una parte del espectro político que estaba derrotada. La evidencia en contra del glifosato y de los transgénicos es cada vez mayor, la sequía agravada por la agricultura industrial no hace sino empeorar y el presidente López Obrador, a pesar de incluir a elementos como Villalobos y Trujillo en su gabinete, se había dicho una y otra vez abiertamente en contra del glifosato.

La correlación de fuerzas al interior de la 4T, sin embargo, parece estar cambiando. El hecho de que el subsecretario Suárez se diga “en pie de lucha”, como hizo el martes pasado, así lo indicaría. Por otra parte, a pesar de lo que muchos pensábamos el presidente sí cambia de opinión algunas veces, aunque suele ser para peor, como es el caso de la militarización del país y de la Guardia Nacional. No sería de sorprender que uno de los cambios de postura fuera en favor de los transgénicos y en contra de la agricultura campesina.

Las promesas de esta administración han resultado ser, en muchas ocasiones, vanas además de muy frágiles. Parece ser, como señalaron Albores y Suárez, que es hora de volver a la acción en contra de los transgénicos y del glifosato. Lo otorgado desde el poder ha resultado tan efímero hoy como ayer, y las victorias se diluyen con facilidad si no se las defiende permanentemente.

Imagen de Erich Westendarp en Pixabay 
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