Por Alejandro Calvillo, Sin Embargo, 17 de agosto de 2022.

Hay preguntas que no se hacen para entender cómo llegamos aquí. Y es fundamental saberlo para evitar seguir en la misma dirección. Y para definir cuál es la situación que vivimos “aquí”, de nuestro presente, podemos referirnos a un gran número de condiciones, pero, posiblemente, la más determinante de todas es el calentamiento global del planeta. Y esto, por una sola razón, porque está poniendo en riesgo a nuestra especie. Si consideramos que el calentamiento global del planeta lo hemos creado como especie, entonces, la amenaza a nuestra especie no es otra más que nuestra misma especie.

Y esto nos lleva a pensar si la responsabilidad de esta destrucción de nuestro entorno, porque no solamente es el calentamiento global, es también la contaminación del agua, la destrucción de ecosistemas, la desaparición masiva de especies, si todo esto es responsabilidad de la especie humana como tal o de una civilización en particular, de una civilización que se ha impuesto a escala planetaria sometiendo a otras civilizaciones y culturas.

Y nos preguntamos si esta forma de existencia es la única posible, si no pudiera la humanidad haber tomado otros rumbos y sabemos que sí, que hay culturas que han sobrevivido de otra manera, que el destino no es fatal, que como sociedades realizamos elecciones. Pero también sabemos que se han desarrollado poderes que nos impiden elegir el rumbo, corregirlo realmente. Que el poder se ha estado concentrando en cada vez menos manos y que las formas de control y manipulación, con las nuevas tecnologías, se han vuelto más sofisticadas y efectivas.

Sin embargo, hay un límite y éste límite es el planeta. Desde hace más de 50 años se advirtió que estábamos sobrepasando los límites de la Tierra, de esta nave viva que habitamos, y los poderes establecidos, en la práctica, lo negaron, nada podía cuestionar el seguir saqueando el planeta. En una economía basada en el beneficio inmediato y al menor costo, el futuro no existe. En el otro extremo encontramos, por ejemplo, a la Confederación de los Iroqueses o el llamado pueblo de las seis tribus, que establecían que las acciones emprendidas por los dirigentes deberían considerar el respeto y cuidado de la tierra para las siguientes siete generaciones: “Los todavía no nacidos de la nación futura…cuyos rostros todavía se encuentran bajo la superficie de la tierra”

En la sociedad del espectáculo, el modelo de vida está basado en el consumo fugaz, en la obsolescencia programada. Se trata de que cada individuo consuma, deseche y consuma más. Los aparatos electrónicos se diseñan para dejar de funcionar, para dejar de ser compatibles, en unos pocos años. Lo mismo con todos los artículos. Las personas en la sociedad del hiperconsumo aspiran a poseer el más novedoso producto, como si de ello dependiera la felicidad. La enajenación ha dado un salto cualitativo con la adicción que han provocado los dispositivos móviles, secuestrando a los individuos durante varias horas al día y, de forma más extrema a niños y jóvenes.

Todo este proceso de captura y enajenación del tiempo de las personas en las pantallas se da bajo el principio de la publicidad: más tiempo en las redes significa más publicidad, mayores ganancias para las plataformas. Llegando al extremo, como lo han demostrado documentos internos de Facebook, de divulgar mensajes de racismo y violencia porque demostraban atraer a más personas y por más tiempo. Y la tecnología, con el apoyo de los algoritmos, realiza una publicidad cada vez más personalizada y con un poder mucho más persuasivo. Por ejemplo, el niño al que le gusta la comida rápida, es ubicado en el momento en que transita cerca de un McDonalds, para enviarle un mensaje con una oferta considerada “irresistible” para ese tipo de consumidores, con un código para que se dirija de inmediato a ese establecimiento y obtenga la promoción. Y en las redes, en muchas ocasiones, la publicidad es oculta, se llega a disfrazar de una recomendación personal del influenciador a sus influenciados.

Es así que, desde muy temprana edad, se moldean los gustos y aspiraciones de niñas y niños, al igual que de adolescentes y adultos en todo el mundo, desde lo que se come y lo que se viste, hasta lo que se piensa. Todo en esta lógica de consumir, tirar y volver a consumir, en una economía que crea nuevas necesidades, necesidades superfluas, mientras es incapaz de cubrir las necesidades básicas de una parte importante de la humanidad.

A partir de la Segunda Guerra Mundial se dispara con mucho mayor fuerza la dinámica de la sociedad de consumo dominada por un cada vez menor grupo de grandes corporaciones globales. El modelo estadounidense de consumo se establece como el modelo a seguir en gran parte del mundo, publicitado a través de todos los medios de comunicación, penetra a las casas, los dormitorios y ahora a cualquier lugar de mano de los dispositivos.

A mediados de los años 90, el Worldwatch Institute, calculaba que el estadounidense promedio consumía al día 52 kilogramos de materias básicas conformadas por: 18 kilogramos de petróleo y carbón, 13 kilogramos de otros minerales, 12 kilogramos de productos agrícolas y 9 kilogramos de productos forestales.

Como explicamos anteriormente en este espacio: Entre 1950 y el 2000, en solamente 50 años, el consumo global aumentó 7 veces. Actualmente, el 86 por ciento del consumo global lo realiza el 20 por ciento de la población mundial. En el otro extremo, el 20 por ciento de los más pobres solamente son responsables del 1.3 por ciento del consumo global. Si consideramos las emisiones de gases de efecto invernadero por persona aparece la gran desigualdad. Se estima que el siete por ciento de la humanidad es responsable del 50 por ciento de las emisiones de CO2, principal gas de efecto invernadero, mientras que el 40 por ciento de la humanidad con menores ingresos emite solamente el seis por ciento del CO2.

El consumismo, el hiperconsumo y la desigualdad son el “elefante en la sala”. El elefante en la sala es una expresión metafórica para referirse a un hecho evidente y fundamental que es ignorado, que pasa inadvertido, algo de lo que nadie quiere hablar.

¿Cuánto es suficiente en la carrera de ratas del consumismo cuando la extracción de recursos de la Tierra ya pasó sus límites, cuando estamos encaminados a traspasar el umbral de no retorno en el calentamiento global del planeta?

Existe una falsa idea de que las energías renovables son la alternativa, que si las desarrollamos todo se va a solucionar y la verdad es que nunca podrán sostener el modelo de consumo actual, al igual que los límites de los recursos naturales devorados por ese modelo ya han sido rebasados. El consumismo y la desigualdad son el gran Elefante en la Sala de la transición energética. No puede mantenerse este modelo cuando una parte importante de la humanidad no puede cubrir sus necesidades más básicas. Es necesaria la transición energética hacia las energías renovables de escala humana y modificar nuestro modelo de consumo y no será a través de decisiones personales, será a través de ponerle un costo al daño que los productos le hacen al planeta para hacer prevalecer formas de producción y consumo que nos puedan devolver, encaminar, en algún momento, al principio de las siete generaciones.

Suena a utopía, pero las utopías sirven para dirigir nuestros pasos, para darnos una dirección.

Imagen de Rilson S. Avelar en Pixabay 
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