Por Heriberto Paredes, Pie de Página, 05 de agosto de 2022.

Don Camilo y Saúl, padre e hijo, se reencontraron en la milpa, ahí donde el maíz cumple su ciclo de vida, ahí donde las semillas se transforman en mazorca y luego en el sustento de las comunidades campesinas. Originarios de Chiquilistlán, en el estado de Jalisco, comparten el espacio con don.. quien afirma con una sonrisa en la cara:

“Así como el maíz nos pertenece, nosotros también somos de él”. Esta es una de las tramas del corto documental “Semillas, el legado de la tierra” (2018), del jalisciense Fernando Valencia, quien tras ir construyendo su propio lenguaje cinematográfico nos sorprende con la belleza de este trabajo.

Realizado con el apoyo de IMCINE, el trabajo de Valencia pone el dedo en el renglón de la conservación de la diversidad del maíz en México, país con la mayor variedad de especies y al mismo tiempo uno de los pioneros en el fortalecimiento de la agroindustria a partir del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, puesto en marcha en 1994 y ratificado en 2021. No hay mejor metáfora que la de afirmar que nuestro país se dispara en el pie constantemente, como si tuviese un afán de autodestrucción incontenible.

Tal vez sea la claridad con la que el director documenta y expone, a través de escenas de un día de intercambio local de semillas, una de las mayores problemáticas existentes en lo que respecta a alimentación y sustentabilidad en México. O tal vez sea que los testimonios que recoge muestran lo que para Valencia es fundamental: “No sólo hay que maravillarse del color de las especies de maíz, hay que entender las historias y las relaciones que hay detrás”, señaló en una entrevista para Pie de Página con motivo de la buena acogida que ha tenido el cortometraje en festivales internacionales.

La pérdida de la diversidad

“De memoria, don Camilo nombra coloquialmente algunos de sus maíces: el zapalote, el de uruapan, el tepiqueño, el negro, el negro azulado, el rojo, el crema, el naranja, el delgado de grano (ni blanco ni amarillo), el pozolero de ocho carreras color perla, el pipitillo, el amarillo de diez hileras y penca de miel, con grano achatado; el amarillo huesillo de ocho hileras (es duro, para animales); el tigrillo que es blanco jaspeado de tonos naranjas”. Así consignan Alejandra Guillén y Étienne von Bertrab, en un reportaje, una parte de la diversidad de maíces, especialmente la que todavía existe en algunas regiones de Jalisco y que retrata espléndidamente el cortometraje “Semillas”.

Para muchas personas en México, la realidad del maíz es impuesta por Maseca o por las semillas transgénicas que se reparten como parte de los apoyos que otorga el Estado al campo. No es casual que esta haya sido la tendencia desde comienzos de los años 90, en donde la relación con la tierra, a nivel gubernamental, se modificó y benefició este tipo de granos en detrimento de las semillas criollas. Tampoco es casual que haya sido un mexicano, Luis Herrera, quien contribuyera al desarrollo de los transgénicos a partir del desciframiento del código genético del maíz. Miembro del Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav), Herrera considera que “esta tecnología disminuye los costos de producción, aumenta la capacidad de distribución del grano y fortalece la competitividad de México a nivel internacional”.

No existe en su discurso ninguna mención a la pérdida de la diversidad de las semillas de maíz, que además trae consigo la pérdida de formas ancestrales de cultivo y una relación intrínseca con la tierra que va más allá de los mercados y la competitividad. “Las semillas son una riqueza”, expresa Ramón Vázquez, otro de los personajes del cortometraje, en sentido contrario a Monsanto y sus defensores.

Para Valencia, como director del trabajo cinematográfico, era importante no sólo hablar del peligro de perder esta diversidad sino mostrar cómo se establecía esta relación con la siembra del maíz. “Quise traducir el modo campesino, transmitir que los discursos y el modo de hablar no son lineales y que esto da cuenta del proceso de siembra y cosecha. Había que disfrutar las formas de narrar la vida que tienen los campesinos”.

Si para millones de personas comer maíz es comer Maseca, para otro tanto existe aún la posibilidad de disfrutar y conservar los distintos tipos de semillas que existen, y este hecho es la garantía de que este mundo ancestral no muera. Trabajos documentales como este ayudan a mostrar que es importante luchar en contra de las imposiciones del mercado y mantener la memoria que los campesinos guardan sobre el cultivo del maíz.

El documental

A pesar de haber tenido la pandemia a mitad del camino, Semillas logró exhibirse en algunos festivales, en centros culturales, en lugares de reunión de organizaciones sociales, tanto en México como en otros países, como Estados Unidos y Panamá. Ha recibido algunos premios y poco a poco va logrando posicionarse y más gente disfruta de este trabajo. En materia de festivales, recientemente participó en la undécima edición del Festival Internacional de Cine Documental ACAMPADOC, celebrado en la ciudad de Villa de los Santos, Panamá y en donde ganó el Premio a la Preservación de la Memoria Inmaterial.

Para el realizador, este cortometraje ha sido un reto que afortunadamente está ampliando su público. Lograr sintetizar la importancia de la conservación de la diversidad del maíz no es un trabajo fácil:

“Documentamos todo el proceso del maíz, desde la siembra hasta la cosecha y luego el intercambio de semillas. Para mí era muy importante que este  documental se volviera un repositorio visual de este proceso”.

Preocupado por construir una estética propia se puede reconocer en la fotografía del documental la herencia de uno de los cineastas más importantes del siglo XX latinoamericano, el brasileño Glauber Rocha, quien a través de la mezcla entre planos abiertos y planos muy cercanos logra situar al espectador en una posición casi similar a la de los personajes. Santiago Villalobos, director fotográfico, logra que a través del detalle de las mazorcas, de las plantas del maíz en las milpas, de las manos trabajadoras que siembran en poco tiempo sea posible sentirse ahí, testigo en primera fila de una actividad milenaria.

Gracias a esta estética y al entendimiento de que el discurso campesino no es lineal sino que conlleva diversos giros temporales y la relación de otros conocimientos, el documental aborda las tres grandes problemáticas del maíz en estos momentos: el riesgo en el que está su diversidad, la falta de un relevo generacional en el mundo campesino y la falta de interés en la promoción y cuidado de la actividad agrícola como una posibilidad de vida. Tal vez por eso tenga tan buena acogida este trabajo, porque en poco tiempo pone al desnudo uno de los epicentros de la vida en México.

Si todo marcha sobre ruedas, habrá más festivales en puerta y la posibilidad de proyectar este documental en espacios en donde también se atraviese por un proceso formativo que ayude a comprender que la defensa de la diversidad es también la defensa de la vida misma, y a entender que México, a pesar de los intentos por industrializarlo, continúa siendo un país campesino que necesita cambiar el modelo económico antes de perder los conocimientos y la riqueza que anida en sus tierras y en la gente que la trabaja y la defiende.

 

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.