Por Alejandro Calvillo, Sin Embargo, 22 de junio de 2022.

Oaxaca es parte fundamental del corazón indígena de México. Y esto significa mucho, significa otra cosmovisión con profundos valores. Y cuando hablamos del alimento en la cultura indígena en nuestro país y en las culturas indígenas del resto del mundo, hablamos de un vínculo profundo con la tierra, con los seres vivos que la habitan. Hay una integración entre lo que se siembra, las hierbas silvestres que se recolectan, las semillas que se seleccionan e intercambian y los platillos que se preparan. Ese vínculo, esa integración entre la labor de los hombres y la de las mujeres es parte sustancial de la vida en comunidad, de la cultura.

Este vínculo ha sido totalmente perdido en la actual civilización que se ha alejado de la tierra, y que ha desarticulado la vida en comunidad, que ha educado a los individuos en la competencia, no en la colaboración. Con el principio rector de la economía dominante de obtener la mayor ganancia en el menor tiempo posible, a la tierra se le ha explotado con grandes monocultivos y el uso intensivo de agroquímicos para abastecer un modelo de consumo de productos comestibles, a los que ya no deberíamos llamar alimentos, productos ultraprocesados que nos enferman.

Los organismos de Naciones Unidas, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, y muy diversas instituciones internacionales y nacionales que trabajan por la salud pública y el cuidado de la vida en la Tierra, llaman a fortalecer la agricultura familiar, a proteger la biodiversidad de alimentos, a recuperar sistemas agrícolas que regeneren la vida de la tierra, de los microorganismos que le dan vida. Por otro lado, se llama a reducir el consumo de los productos ultraprocesados relacionados con las epidemias globales de sobrepeso, obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y con el debilitamiento del sistema inmune. Se propone reforzar y desarrollar sistemas alimentarios sustentables, saludables y justos, no como algo deseable, si no como algo esencial para la sobrevivencia de la especie en este planeta.

En este contexto se lanzó la campaña “Protege tu salud, protege el Planeta” en Oaxaca, donde existen múltiples expresiones de la resistencia cultural a esta civilización a través de muy diversas formas y una de ellas está en la alimentación, en el vínculo con la tierra, con las semillas, con las plantas, con toda una cosmovisión indígena basada en la comunidad, la labor y la tierra. A pesar de la invasión de los productos ultraprocesados, encabezada por la penetración de Coca Cola y empresas a fines, a todas las comunidades, al interior de las familias, la resistencia está ahí a través de la cocina tradicional y lo que ésta expresa en el mantenimiento de la diversidad de cultivos, de la diversidad enorme de tomates, maíces, frijoles, quelites, etc. Diversidad que es valorada por muchos centros de investigación de todo el mundo que han llegado a este territorio para recolectar y guardar en bancos de germoplasma estas semillas.

Quiero retomar las palabras de la compañera mixe Raquel Diego Díaz que participó en el lanzamiento de la campaña que de manera simbólica se realizó en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), creado por el maestro Francisco Toledo, uno de los más reconocidos artistas plásticos de México, defensor de las culturas indígenas y, entre otras cosas, activista contra la introducción del maíz transgénico y que logró evitar la instalación de un McDonald’s en la Plaza Central de la ciudad de Oaxaca. De todo ello, viene el simbolismo que tuvo haber realizado el lanzamiento de la campaña en el IAGO, una campaña por la defensa de la salud alimentaria y la protección del planeta.

Raquel escribió en uno de sus textos algo que expresó al acompañar el lanzamiento de esta campaña:

   Nuestras madres y padres nos decían que la vida implica abrir camino y transitarlo sería tan sagrado como la vida misma, nos dejaron la memoria en la palabra y el legado en el quehacer para que así las generaciones venideras no olvidemos la tríada vital tierra-trabajo-comunidad. Un alimento milenario nos acompaña en esta ruta, aquel mismo nos alimenta física y espiritualmente: el maíz. Con el maíz nos presentan ante la Naturaleza para ser gente y para hacer pueblo.

Pero la amenaza está aquí y la reconocieron los ancestros, escribe Raquel: 

    En la palabra sagrada también nos advirtieron que si optábamos por caminos contrarios a las leyes de la naturaleza, quebrantaríamos sigilosamente con nuestras propias vidas, así, los utensilios y herramientas volverían contra nosotros como almas feroces dispuestos a devorarnos y comenzaría entonces el autoexterminio; nosotros, en esa desobediencia, lanzaríamos los propios dardos a nuestros hijos y nuestra cobardía humana no tendría fin, sino principio para mirar desde nuestros propios ojos y sentir desde nuestros propios corazones la poca consagración hacia la aplicación a la vida.

Y Raquel, con una de las expresiones más incisivas desde la cosmovisión indígena expresa:

Para la cosmovisión indígena el alimento, como para la investigación científica más avanzada, no es sólo la mejor medicina porque puede curar, el alimento es la salud no sólo física, también espiritual. Sabemos que así como los microoorganismos de la tierra son vitales para mantenerla viva y que debemos conservarlos, los microorganismos en nuestro cuerpo son vitales para nuestra estado de salud físico y mental, y que debemos conservarlos y fortalecerlos en base a una alimentación saludable libre de ultraprocesados y químicos. Aquí se coincide entre la evidencia científica y el conocimiento ancestral. El texto de Raquel concluye:

    Cuenta la leyenda que somos los jamás vencidos, ¿qué nos significa eso para estos tiempos? Desde siempre esta metáfora nos advirtió que como humanos no debíamos domar a la Naturaleza, toca ahora el tiempo de poda para regenerarnos, toca ahora vivir la abismal diferencia entre medicar un cuerpo y sanar una vida. Una sanación se puede forjar desde los alimentos porque alimentar es amar y amor es el lenguaje de la vida, así como comer es la comunión que condensa lo que sentimos, lo que somos, lo que creamos y compartimos. ¡No hay cocina sin milpa ni milpa sin comunidad, ni comunidad que no fluya al ritmo natural que dicta el tiempo y el espacio!

Los textos citados son del artículo de la compañera mixe Raquel Diego Díaz y fueron publicados en TZAM-13 Semillas. 

Por último, reproduzco, dando voz a otra mujer, las palabras de Nizayeeh Chávez Chávez, indígena zapoteca. Publicadas también en TZAM-13 Semillas:

   Fue el rol mi pueblo lo que me llevó a la cocina y, con el tiempo, a la necesidad de tomar la alimentación como el acto comunitario más político y elemental, con el que me he mantenido y he visto mantenerse a mi comunidad.

Parte de las imágenes utilizadas para ilustrar esta colaboración son del archivo Moojkkaaky.

Imagen de REBECA CRUZ GALVAN en Pixabay 
A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.