Por Eliane Hauri Fuentes, Biodiversidad LA, 27 de mayo de 2022.

A finales del 2021, fueron publicados dos artículos —uno en  Plaza Pública y otro en  No-ficción— en los que cuentan la «historia de éxito» de una oenegé llamada Semilla Nueva que parece tener la solución al hambre en el país, a saber: el maíz biofortificado.

Quienes escribimos esta contestación somos dos mujeres comprometidas en la lucha por la  soberanía alimentaria. Escribimos para no dejar con la última palabra a las soluciones cortoplacistas que —aunque puedan ser bien intencionadas— están permeadas por lógicas colonialistas o de ingenuo optimismo tecnológico como veremos.

Según el Centro Internacional del Mejoramiento del Maíz (Cimmyt), el maíz biofortificado es: «comercializado por Semilla Nueva con el Nombre Fortaleza F3 el híbrido de maíz biofortificado con zinc contiene de seis a 12 partes por millón más de zinc y 2.5 veces más proteína de calidad en comparación con las variedades de maíz convencional».

Se trata de una semilla híbrida —es decir, producto del cruce de variedades con ciertas características deseables— a la que se le agregan microelementos como hierro y zinc para conseguir una mejor alimentación. Hasta ahí todo parece muy bien. Sin embargo, —y esta es la tragedia— solo la primera generación de estos cultivos  tendría esas cualidades.

Esto es un grave problema porque la semilla no podrá seguir siendo reproducida de la misma manera, con las mismas características, a menos que se la vuelva a comprar para que la siguiente siembra presente las mismas características deseables.

Efectivamente, una generación siguiente de semillas híbridas no solo puede tener un rendimiento más bajo, sino que además «no se reproducen fiel al tipo» como lo explica  un documento de la FAO. «Esto significa que si usted guarda las semillas producidas por plantas híbridas F1 (generación 1 obtenida de la primera siembra) y las siembra, la variedad de plantas que va a crecer de estas semillas (conocidas como segunda generación) pueden o no pueden compartir los caracteres deseados que fueron seleccionados cuando se creó la primer generación de semilla híbrida».

Se trata entonces de una presunta solución, en tanto genera dependencia y atenta contra la soberanía alimentaria de los pueblos. Pero este no es nuestro único reparo. Querer «mejorar» la semilla implica asumir que el maíz de los territorios es débil. Sin embargo, Iximuleu, como parte del territorio de Mesoamérica es centro de origen del maíz. Aquí se encuentra la mayor diversidad de características de la especie: tamaños, colores, formas, tiempo de desarrollo, resistencia a plagas, enfermedades o sequías, tiempos de cocimiento, sabores y nutrientes, para mencionar algunas.

Las plantas que comemos son resultado del trabajo milenario de pueblos, principalmente de mujeres que seleccionaron características deseables y con ello pasaron a ser domesticadas.

Este trabajo colectivo tuvo como resultado el desarrollo de 250 razas de maíz, lo cual demuestra su gran diversidad. Dicho esto, resulta sorpresivo que, siendo centro de origen de un cultivo con tanta diversidad, adaptable a diferentes alturas y climas, se tenga que «biofortificar» (Fuentes, 2002) el maíz e importarlo por no ser el nativo lo suficiente para asegurar una buena alimentación.

[«El término raza se ha utilizado en el maíz y en las plantas cultivadas para agrupar individuos o poblaciones que comparten características en común, de orden morfológico, ecológico, genético y de historia de cultivo, que permiten diferenciarlas como grupo».  https://www.biodiversidad.gob.mx/diversidad/alimentos/maices/razas-de-maiz]

El problema, sabemos, es más profundo y sistémico.

Para nadie es un secreto cómo el maíz va siendo desplazado en la medida que avanza el monocultivo. El avance del capital sobre la vida. El acaparamiento de tierras ha orillado a las poblaciones a cultivar el maíz nativo en zonas que no son aptas para la agricultura con lo cual su rendimiento, en términos de productividad, se ha visto comprometido.

Por otro lado, el manejo integral del maíz dentro del sistema milpa (ayote, frijol y maíz sembrados juntos) también ha sido reemplazado por las lógicas industriales en las que hay dependencia a fertilizantes y agroquímicos. Esto es una tragedia en cámara lenta, pues el sistema milpa es un agroecosistema que deviene en una dieta balanceada: frijol para la proteína, maíz para los carbohidratos, ayotes para las vitaminas y minerales.

El ingenuo optimismo tecnológico

El hambre tiene diferentes causas estructurales. Obviarlas y enfocar la complejidad del problema en una parcial dimensión técnica, ignorando el contexto político e histórico del despojo a los pueblos es reforzar las condiciones que mantienen el hambre.

Es entendible que resulten más atractivas y cómodas las soluciones que omiten esta conversación. Es fácil olvidar que el problema del hambre es el problema de la distribución de la tierra y que la desnutrición no es un problema externo al sistema sino una de las condiciones que lo hacen posible.

Creer que con adicionar un mineral a la dieta se va a «combatir» el hambre es tapar el sol con un dedo. Es cortar las ramas de un árbol que seguirá creciendo torcido mientras no se discutan sus raíces.

Ciertamente el trabajo de Semilla Nueva no apareció espontáneamente, es una manifestación más de la última ola de industrialización del campo. Estas voces presentan a las «semillas mejoradas» como la panacea para combatir el hambre.

Pero de nuevo: el problema es más profundo y complejo. Es un hecho, por ejemplo, que la producción de alimentos que se ha alcanzado es suficiente para alimentar al mundo; el problema está antes en el acceso y distribución que en la capacidad de producir más (o mejor «biofortificado»).

Por otro lado, reducir la diversidad en los sistemas agroalimentarios es reducir la diversidad en la dieta de las familias. En palabras del agricultor del Colectivo Awän, Eduardo Wuqu’Aj Saloj: «No tiene lógica un maíz fortificado si al final se atenta contra la diversidad de alimentos en un sistema milpa. La yerbas, las frutas, el bosque, son la base de la alimentación. Se habla de ‘fortificado’ o ‘alto rendimiento’ para no hablar de ‘minifundios’ y distribución injusta de los factores de producción, como la tierra y el agua».

No todo está perdido, la resistencia agroecológica es el camino

Promover semillas «mejoradas» provenientes de una tecnología inaccesible para la clase campesina es perpetuar la pobreza porque se crea una dependencia en la compra de este insumo. Además, al pensar al maíz únicamente en términos de productividad y desvalorizar el resto de sus características en un escenario de crisis climática es ponernos la soga al cuello: la mejor manera de conservar las especies es sembrándolas. Si las variedades locales se dejan de sembrar, todo el conocimiento y trabajo materializado en las semillas se perderá.

El camino hacia mayor bienestar es el el rumbo opuesto al que promete Semilla Nueva. La ruta es no depender de las semillas del agronegocio.

Tener una dieta diversificada desde su siembra contribuirá enormemente en la dieta de las familias campesinas. Para ello no solo se necesitan semillas de polinización libre, sino un Estado fuerte que invierta en el campo, además de un espacio adecuado para su siembra. No nos permitamos desenfocarnos de la raíz del problema.

Necesitamos políticas públicas que inviertan en la protección, conservación y manejo de la agrobiodiversidad. Esto no es imposible, otros países como Brasil nos dan ejemplo de avances con su Programa de Adquisición de Alimentos (PAA), que promovió una gran diversificación en la organización de la producción de alimentos. PAA hizo que los agricultores se organizaran para ello abasteciendo escuelas, hospitales e incentivó el incremento del valor pagado por los alimentos agroecológicos.

Por otro lado, es urgente escuchar lo que dicen científicos como el ingeniero agrónomo Ronnie Palacios que insiste en que tenemos una gran cantidad de cultivos comestibles en Guatemala que son subvalorados a pesar de ser muy nutritivos y que las políticas públicas, por medio de un centro de investigación como el ICTA podrían también empeñarse en investigar cómo recuperar la enorme variedad de germoplasmas de país y las formas de cultivarlos y así desarrollar la agro biodiversidad que  necesitamos para alimentarnos bien.

Conclusiones
  • Debe promoverse la protección de las variedades de maíz y para ello es necesario conocer qué variedades existen y sus características.
  • No puede protegerse algo que no se conoce.
  • Al conocer las potencialidades de las variedades del cultivo en los diversos territorios del país podremos prepararnos para enfrentar el escenario de crisis climática al cual nos vemos enfrentados.
  • Las soluciones ya están acá, lejos de buscar hacia fuera debemos reconectarnos con nuestra propia potencia, con nuestras propias semillas y la fuerza de las comunidades que las cultivan.

Fuente: Plaza Pública

Imagen de Photo Mix en Pixabay 
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