Por Adelita San Vicente Tello Representante común de la Demanda Colectiva hasta junio de 2019 , La Jornada del Campo, 19 de marzo de 2022.

En diversos momentos de la historia se ha combatido a la Nación pluricultural que es México, tanto con guerras violentas, como con formas sutiles. La batalla a nuestra planta sagrada inició desde la conquista en que se impusieron los cultivos de trigo y caña de azúcar, y se arrancó al maíz y se le llevó a Europa, desde donde se distribuyó al mundo, sin su bagaje cultural, menospreciándolo como alimento y destinándolo al consumo animal.

Previo a la Conquista y después a lo largo de los siglos, los pueblos indígenas y campesinos han creado, reproducido, mejorado y conservado el maíz junto a la gran diversidad de plantas con que se asocia; lo cual constituye la mejor defensa de esta planta, base de nuestra alimentación.

Frente al siguiente embate que implicó la imposición de un modelo de producción industrial, los pueblos indígenas y campesinos han mantenido la diversidad del maíz. La adopción de la Revolución Verde, un paquete de innovaciones tecnológicas con amplio uso de agroquímicos y de semillas “mejoradas” por métodos de hibridación, llevó a que, en la última mitad del siglo pasado se estableciera una disputa entre dos formas de producción de alimentos: el campesino y el industrial; ambos modelos con el maíz como actor central.

El modelo campesino se mantiene bajo una multiplicidad de motivaciones que van más allá de la racionalidad económica: considera cuestiones culturales, incluye una inmensidad de especies que conviven virtuosamente asegurando una dieta diversificada y mantiene la agrobiodiversidad; y por el otro lado, la producción industrial cuya motivación central es el negocio y la monopolización de la alimentación del mundo. Estados Unidos tiene en el maíz su mejor mercancía, presente en la mayor parte de los alimentos industriales; esta agricultura se basa en el monocultivo, de una sola variedad de maíz, transgénico en su mayoría, con alto contenido de almidón y lleno de agroquímicos.

En el ámbito tecnológico la disputa por el maíz se ha acrecentado por su papel preponderante como el cultivo con mayor volumen de producción en el mundo y por sus características botánicas, fundamentales para las tecnologías de manipulación genética. La aparición de los organismos genéticamente modificados (OGMs) en la última década del siglo pasado, aumentó la codicia sobre el maíz e hizo crecer la inquietud entre sectores nacionales preocupados por la calidad de la alimentación.

Los gobiernos de Fox y Calderón, impulsaron una política a favor de la introducción de OGMs en México, que significa la apropiación del maíz por derechos de propiedad intelectual. En octubre de 2009 se otorgaron los primeros permisos para la siembra en fase experimental de maíz transgénico y en 2011, para fase piloto. Iniciando la administración de Peña Nieto, Monsanto hizo una solicitud para sembrar en fase comercial miles de hectáreas de maíz transgénico, la amenaza era evidente: se inundaría el campo mexicano y con ello el centro de origen del maíz. Exigir nuestros derechos se observaba como la única salida.

El 5 de julio de 2013 interpusimos una Demanda de acción colectiva contra la siembra de maíz transgénico en México, que resumió varias experiencias jurídicas previas sin éxito.

El grupo que presentó la Demanda se conformó con 53 personas, incluyendo 20 organizaciones de productores, indígenas, apicultores, de derechos humanos, ambientalistas y consumidores. Se demandó a las empresas trasnacionales: Monsanto, Syngenta, Dow Agrosciences y PHI México; y del gobierno, a la otrora SAGARPA y SEMARNAT.

La finalidad de la Demanda es que los tribunales federales declaren que la liberación o siembra de maíces transgénicos daña el derecho humano a la diversidad biológica de los maíces nativos, y que al reconocerlo se nieguen todos los permisos que se soliciten.

Junto a la Demanda se solicitó una medida precautoria, la cual fue concedida el 17 de septiembre de 2013. Esta impide liberar maíces transgénicos en el campo mexicano, en tanto se resuelva el juicio de acción colectiva. La noticia del otorgamiento de la suspensión se hizo pública el 10 de octubre de 2013 y fue una noticia que dio la vuelta al mundo.

En estos ocho años las impugnaciones se han multiplicado, tanto a la propia Demanda, como a la medida cautelar. El proceso judicial ha implicado la emisión de sentencias favorables a la preservación de la biodiversidad del maíz, como la de 2021 de la Suprema Corte que señaló “La justicia de la Unión no ampara, ni protege a PHI, Monsanto, Syngenta y Dow Agrosciences contra actos reclamados”.

El proceso sigue su curso, en tanto, el Presidente López Obrador emitió en 2020 un Decreto que establece la eliminación gradual de glifosato, y suspende y revoca los permisos y autorizaciones de maíz genéticamente modificado.

Avanzamos, pero la riqueza del maíz sigue en acecho, este es el caso del maíz olotón que es capaz de fijar el nitrógeno de la atmósfera, es decir autofertilizarse. El sexenio pasado se otorgaron derechos sobre sus recursos genéticos a una empresa estadunidense. Al tiempo se sigue innovando en tecnologías que requieren la riqueza de recursos genéticos que conocen y conservan los pueblos indígenas y campesinos.

Integrantes Demanda Colectiva, 2018. Archivo Demanda Colectiva Maíz

No podemos descansar, pero sabemos que el maíz en estas latitudes más que un cultivo es un elemento de identidad que nos une como la milpa y que ante la amenaza saldremos a defenderlo. •

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