Por Mario Lubetkin, subdirector general de la FAO, IPS Noticias, 15 de marzo de 2022.

El principal informe anual sobre la inseguridad agroalimentaria de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura  (FAO), presentado en el segundo semestre de 2021, así como los posteriores informes sobre las crisis en las zonas de mayor riesgo alimentario y la actual guerra entre Rusia y Ucrania, confirman estas tendencias pesimistas a nivel global y en cada una de las regiones del mundo.

A las más de 800 millones de personas que ya pasaban hambre en el 2020, los dramáticos efectos de la covid-19 proyectaron para el 2021 un aumento de 100 millones en estos dos últimos años, manteniendo así la tendencia negativa de los últimos cinco años.

De esta forma, a tan solo ocho años del 2030, fecha establecida por los principales líderes mundiales para eliminar la pobreza y el hambre en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la inseguridad agroalimentaria y todas las formas de malnutrición siguen sin realizar progresos suficientes que permitan considerar que esos objetivos serán alcanzados en los tiempos acordados.

El desafío de superar el hambre y la malnutrición en todas sus formas (incluida la desnutrición, la carencia de micronutrientes, el sobrepeso y la obesidad), va más allá de conseguir alimentos suficientes para la sobrevivencia: la alimentación de las personas, en especial de los niños, debe ser también nutritiva.La pandemia de covid-19 ha fuertemente demostrado las causas de vulnerabilidad y deficiencias de los sistemas agroalimentarios mundiales, entendidos éstos como todas las actividades y procesos que afectan la producción, distribución y  consumo de alimentos.

Sin embargo, el elevado costo de las dietas saludables, que posiblemente se incremente como consecuencia de la guerra entre Rusia y Ucrania, alejará a un número cada vez mayor de familias a nivel global del objetivo de alcanzar calidad nutritiva.

El dramático conflicto europeo iniciado el 24 de febrero, cuyos efectos son aún difíciles de entender en toda su dimensión, hace prever que estas tendencias se agravarán aún más.

Basta pensar que Rusia es el mayor exportador mundial de trigo, siendo Ucrania el quinto y que en conjunto proporcionan a nivel mundial 19 % del suministro de cebada, 14 % del trigo y 4 % del maíz, y que también representan 52 % del mercado mundial de aceite de girasol, mientras que Rusia es el principal productor de fertilizantes.

Alrededor de 50 países de los menos desarrollados en África, Asia y Medio Oriente, con bajos ingresos y fuerte déficit de alimentos, obtienen más de 30 % del trigo de la zona actualmente en grave conflicto.

Los precios de los alimentos habían comenzado a aumentar ya desde el segundo semestre de 2020, pero alcanzaron su máximo histórico en febrero de 2022 debido a la elevada demanda de productos, a los costos de los insumos y el transporte según un reciente estudio de la FAO.

El estudio, aún no puede registrar tendencias claras de los efectos de la guerra iniciada el 24 de febrero, pero considerando las difíciles condiciones para concretar la tradicional cosecha de junio en Ucrania y los desplazamientos masivos en numerosas zonas del país que provocan la reducción del número de trabajadores agrícolas asi como la dificultad de acceder a los campos agrícolas, al transporte , entre otros aspectos, hacen prever una situación  muy complicada.

Países con grandes poblaciones como Bangladesh, Egipto, Irán y Turquía son los principales importadores de trigo y compran más de 60 % de ese producto a Rusia y Ucrania. Otros países con fuertes conflictos internos como Libia y Yemen, y naciones como Líbano, Pakistán y Túnez también dependen en gran medida del trigo de estos dos países europeos.

Si la situación continua en esta dirección, inevitablemente aumentará el número de personas que padecen hambre, que en la región árabe alcanzó en 2020 a 69 millones debido, en especial, a los conflictos, la pobreza, al cambio climático, la escasez de recursos naturales y a la crisis económica, sumado a los efectos de la covid-19.

En Asia y el Pacifico, en el mismo año se llegó a más de 375 millones de personas en situación de hambre, con altos niveles de pobreza, contracción de la economía, efectos del cambio climático y de la covid-19, entre otros aspectos.

En África continúa el imparable aumento del hambre por razones similares a las otras dos regiones. América Latina y el Caribe no se queda atrás, llegando al 9,1 % de la población regional, ligeramente por debajo del promedio mundial del 9,9 % de la población.

Ante el posible aceleramiento de este cuadro global, agravado por la guerra entre Rusia y Ucrania, el director general de la FAO, Qu Dongyu, hizo un llamado a mantener abierto el comercio mundial de alimentos y fertilizantes para proteger las actividades de producción y comercialización necesarias para satisfacer la demanda nacional y mundial.

También solicitó buscar nuevos y diversos proveedores de alimentos para los países importadores que les permita absorber la posible reducción de importaciones desde los dos países europeos en conflicto, focalizando además su preocupación en apoyar a los grupos vulnerables, incluidos los desplazados internos en Ucrania, ampliando las redes de seguridad social, previendo que en todo el mundo “muchas más personas se verán empujadas a la pobreza y el hambre a causa del conflicto”.

Qu llamó a los gobiernos a evitar reacciones ad hoc en materia de políticas por sus efectos internacionales “ya que la reducción de aranceles de importación o el uso de restricciones de reducciones a la exportación podrían ayudar a resolver los problemas de seguridad agroalimentaria a países individuales a corto plazo, pero impulsaría el aumento de los precios en los mercados mundiales”.

Así mismo solicitó reforzar la transparencia sobre las condiciones del mercado mundial para gobiernos e inversionistas, apoyándose en instrumentos actualmente existentes respecto al sistema de información sobre el mercado agrícola (Sima) del Grupo de los 20 (G20).

RV: EG

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