Por Eugenio Fernández Vázquez, Pie de Página, 27 de diciembre de 2021.

América Latina —y México en forma muy prominente— va camino de convertirse en el basurero de Estados Unidos, según denunciaron setenta organizaciones latinoamericanas con base en un informe de la Alianza Global de Alternativas a la Incineración (GAIA). La región está absorbiendo porciones cada vez mayores de los plásticos que China recibía, pero que dejó de aceptar hace un año. Solamente entre enero y agosto de 2020 llegaron a tierras latinoamericanas 44 mil toneladas de plásticos —33 mil de ellas a México—. No son más que basura, una cifra del doble del mismo periodo del año anterior.

Los plásticos son relativamente fáciles de hacer, pero casi imposibles de deshacer. Tardan cientos de años en desintegrarse hasta no hacer daño a la naturaleza. Entretanto, suponen un terrible problema para las comunidades que tienen que lidiar con ellos, porque ocupan un espacio y hay que gestionarlos, y para la biodiversidad, porque ahogan a los peces y reptiles que surcan los mares o se rompen en microplásticos que generan todo tipo de enfermedades y daños a mamíferos marinos, corales y un sinfín de especies animales. La cosa es que quien los usa y desecha no es necesariamente quien lidia con ellos cuando ya no son más que basura.

Ése es el caso de Estados Unidos. De todos los países del mundo, nadie produce más residuos plásticos que ellos. Ahí vive apenas un 4 por ciento de la población mundial. Ahí se genera 17 por ciento de la basura plástica del planeta. Cada estadounidense produce, en promedio, 130 kilogramos de desechos que contaminarán el planeta por generaciones. Como ni siquiera ellos tienen la capacidad para procesar esas cantidades ingentes de residuos, durante años los exportaron a otros países, especialmente a China.

El gigante asiático recibió, junto con Hong Kong y a través de ese territorio, casi tres cuartas partes de los plásticos del mundo, pero hace algunos años cambió su política y a partir del año pasado dejó directamente de recibir residuos que no hubieran sido procesados antes de llegar a sus costas. Entonces, en Estados Unidos miraron hacia el sur. La cantidad de basura que América Latina recibe se duplicó entre 2019 y 2020, según un reporte de GAIA, que califica esta práctica como “colonialismo de la basura”.

A simple vista, esas casi cincuenta mil toneladas de plástico anuales podrían parecer poca cosa —la Ciudad de México genera más de trece mil toneladas de plástico cada día, y no todo es plástico—. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que esto apenas empieza. Su ritmo de crecimiento ya es vertiginoso (del 100 por ciento anual, según GAIA); y ya amenaza con neutralizar los tímidos logros alcanzados en la materia.

El cinismo o la irresponsabilidad con la que se trata el tema de los plásticos en México ya es terrible. Los esfuerzos regulatorios de la Ciudad de México contra los plásticos de un solo uso apenas han tenido eco en otras ciudades y entidades, y el Senado de la República no solamente no actúa en la materia, sino que ha impulsado francos retrocesos al respecto, aprobando reformas legislativas que facilitan la generación de residuos plásticos. Mientras tanto, los estados y municipios carecen de la capacidad para lidiar con cantidades cada vez mayores de desechos que ocupan cada vez más espacio. La legislación sobre la importación de plásticos está obsoleta, incompleta y llena de contradicciones.

Si encima de que no hacemos nada para reducir la generación de basura plástica en México ahora empezamos a recibir la basura que produce Estados Unidos. Enfrentaremos problemas cada vez peores. Urge actuar en la materia con contundencia. Eso implica que la Cámara de Diputados rechace la reforma sobre plásticos de un solo uso que le llegó desde el Senado. Que se armonicen y fortalezcan las normas, leyes y reglamentos sobre la importación de desechos. Que se tomen pasos decididos para que se ideen y adopten sustitutos a los empaques plásticos.

La vida misma nos va en ello.

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.