Por Alejandro Calvillo, Sin Embargo, 16 de septiembre del 2020.

Si el documental La Corporación fue clasificado como uno de los mejores del siglo XX, sin duda, el documental The Social Dilemma es ya uno de los más importantes de estos primeros 20 años del siglo XXI. The Social Dilemma, estrenada hace unos días en Netflix, presenta la profunda preocupación de expertos que participaron en el diseño de plataformas y redes sociales como Google, Facebook, Pinterest, entre otras, sobre el impacto que éstas están teniendo en la salud y la sociedad. Participan también académicos que han documentado los niveles de adicción, ansiedad e, incluso, suicidios entre jóvenes, a partir del intenso uso que estos instrumentos han inducido, de manera especial, entre los niños y jóvenes que pasan gran parte de sus horas en vigilia conectados a ellos.

No se trata de otro avance tecnológico al que nos adaptaremos sin profundas consecuencias para nuestra salud mental y nuestra forma de organización social. Los expertos coinciden en que se está poniendo en peligro la democracia por las formas en que las redes sociales son utilizadas para desinformar, manipular y el poder que tienen para polarizar a las sociedades y avanzar con regímenes populistas, supremacistas, agudizando las desigualdades.

La clave en este proceso de manipulación es la enorme cantidad de información que obtienen estas corporaciones del mundo digital de nosotros y los algoritmos que utilizan para encaminar la información, mensajes y publicidad que se nos hace llegar de acuerdo a esos perfiles que se han desarrollado de forma personalizada. La información es amplia y compleja sobre esa capacidad y poder que han tomado las grandes corporaciones llegando, incluso, a interferir y manipular el voto en las elecciones de diversas naciones. Es decir, a ser determinantes en determinar quien llega al poder.

Llama la atención la declaración que realizan estos expertos cuando se les pregunta cuál es la relación de sus hijos con estas tecnologías y la respuesta común es que no les permiten su uso, que los educan sin permitirles el uso de las redes sociales cuando son niños. Conocen bien la adicción que están generando, los problemas emocionales que como una epidemia están provocando entre los niños y jóvenes. En el documental se documenta, incluso, el aumento de la ansiedad y depresión entre los niños y adolescentes e, incluso, el aumento acelerado de suicidios.

Llama la atención las similitudes entre las declaraciones de los expertos que han participado en el diseño de estas herramientas digitales con las de expertos que han participado en las gran industria de comida chatarra y bebidas azucaradas. En el libro Salt, Sugar, Fat de Michael Moss, que es una referencia sobre el tema, varios de los expertos que han trabajado en esas corporaciones declaran que no le dan los productos que han diseñado a sus hijos y que se venden en todo el mundo a los niños. En uno y otro caso, los expertos de Silicon Valley, como los expertos de la chatarra, producen para que los niños del mundo consuman sus productos, pero no permiten que sus hijos los consuman porque saben el daño que generan, primera coincidencia.

La segunda coincidencia es que tanto los expertos digitales como los expertos de la chatarra saben que sus productos son adictivos. Saben que se producen para que sean adictivos, para que en el caso del mundo virtual los niños y adolescentes, también los adultos, pasen más horas conectados y puedan ser, como sujetos cooptados, materia para venderla a los publicitas. En el caso de la chatarra se busca que los consumidores que consumen el producto lo consuman más y que quien no lo consume comience a consumirlo. Los expertos de ambos campos se dirigen a que su producto genere adicción y esta se provoca a través de dar satisfacción, es decir, a través de lograr descargas de la hormona dopamina, llamada la hormona de la felicidad.

Los niños son las víctimas ideales para estas corporaciones ya que generar la adicción desde pequeños puede generar un consumidor de por vida. En ambos casos es una explotación del individuo, una manipulación, en el primero como usuario y en el segundo como consumidor, aunque ambos son al final consumidores.

No es de llamar la atención de que los expertos en el diseño de estas plataformas y redes sociales comenten que nunca esperaron que lo que estaban ayudando a construir fuera algo que se convirtiera en un daño a la sociedad, llegando a declarar que la aplicación de estas tecnologías se han convertido en una especie de monstruo tecnológico fuera de control, como el doctor Frankenstein que creo la creatura que se volvió contra él. Claramente dejan ver que estas corporaciones del mundo digital tienen una lógica de ganancia imparable en la que se pierde toda ética. Lo anterior es muy bien descrito en el excelente documental La Corporación, cómo estas grandes empresas globales actúan sin ninguna ética, cómo son maquinarias que los individuos y directivos sólo aceitan para seguir aumentando ganancias.

Lo que nos va quedando claro es que vivimos en una distopía, una anti-utopía, deshumanizada, con una crisis ecológica global, con descomposición social. De alguna manera, se trata de una mezcla entre el Mundo Feliz, de Aldous Huxley, y 1984, de George Orwell, entre el dominio tecnológico y político de los individuos a través de una manipulación profunda y efectiva, frente a los cual los individuos se encuentran ciegos. Para quienes vivimos en esta civilización es difícil tomar consciencia de este mundo, lo observamos como natural, como el mundo que debe ser. Es difícil tomar consciencia de que vivimos en un mundo en el que nos encontramos programados, profundamente vigilados, y en el que hemos aprendido a consumir productos que ya no son alimentos, sin tomar consciencia de que nos están enfermando. En el Mundo Feliz, de Huxeley, los individuos tomaban una sustancia llamada “soma” para controlar sus emociones y mantenerse felices. El “soma” encuentra su similitud en nuestro mundo con la adicción que se busca tanto desde las plataformas digitales como desde la comida chatarra a través de provocarnos descargas de “dopamina”. Estas tecnologías y productos están dirigidas justamente a que los consumidores estén generando uno y otra vez descargas de “dopamina”. La “dopamina”, también llamada hormona de la felicidad, es en nuestra sociedad la “soma” del Mundo Feliz.

La adicción a la “dopamina” generada por estos todos estos estímulos digitales/virtuales y degustativos se suma a otros estimulos y va creando individuos que corren en todos los sentidos buscando satisfactores de todo tipo. La ansiedad es común no sólo entre quienes son adictos a las redes sociales, también en quienes son adictos a la comida chatarra, de la cual se sabe genera también trastornos en las capacidades mentales. Diversas son las consecuencias de estos consumos: las reacciones que generan estas adicciones frente a situaciones de estrés suelen ser con mayor inclinación a la violencia; las personas que dedican horas a estar en redes o que consumen más alimentos y bebidas ultraprocesados tienen también en común menor capacidad de concentración.

La salud mental y la salud en general de la infancia, está comprometida. Los niños venían pasando cada vez más horas conectados a las redes, situación que se agudiza por la pandemia. Los niños venían comiendo altas cantidades de comida chatarra y con la pandemia esto aumentó.

Las grandes corporaciones de las plataformas y redes sociales están teniendo un fuerte impacto en la salud de las personas y en los sistemas en los que se organizan las sociedades. Poseen información suficiente sobre cada individuo y han mostrado lograr manipular a grandes masas a través de información falsa. Por su parte, las grandes corporaciones de la chatarra y las bebidas tienen un poder económico que domina a las mayores agrupaciones del sector empresarial teniendo la capacidad de imponer su narrativa a través de los medios de comunicación para evitar toda política de salud pública que intente enfrentar las epidemias de obesidad y diabetes que se viven en México y frente a las cuales tienen una gran responsabilidad.

Vemos ahora a los expertos en el diseño de las plataformas virtuales hablar de la necesidad de regular a las corporaciones del mundo digital como lo comenzamos a ver hace 20 años con los expertos en nutrición que comenzaron a pedir que se regulara a las corporaciones de la chatarra. Estos expertos, de un campo y otro, trabajaban o llegaban a recibir fondos de estas empresas sin tener consciencia de hasta dónde llegarían.

El capitalismo había mantenido normatividades que regulaban las prácticas de las corporaciones, regulaciones comerciales, de competencia, ambientales, laborales, que buscaban el bienestar común. Con el neoliberalismo impulsado por el Presidente Reagan en Estados Unidos y la Primer Ministro Thatcher en el Reino Unido, estas políticas se desmantelaron. Inició un empoderamiento mayor de las corporaciones, las regulaciones se debilitaron y los gobiernos se entregaron a sus intereses.

El poder económico se fue concentrando cada vez más en un puñado de megacorporaciones que comenzaron a devorar a otras corporaciones, convirtiéndo su poder económico en un enorme poder político global que ha doblegado a diversas naciones. En diversos casos, estas corporaciones han logrado que se nombren o elijan a funcionarios a sus servicios, como ocurrió en México con los exfuncionarios de salud totalmente serviles a empresas como FEMSA Coca-Cola, Nestlé, Bimbo, entre otras.

En el siglo XIX y gran parte del siglo XX la amenaza contra la democracia y el bienestar común lo representaban los gobiernos, un poder político fuera de control. A partir de la década de los 70 del siglo pasado la amenaza al bienestar común, al territorio, a la salud, al medio ambiente, comenzó a generarse desde las grandes corporaciones que sometieron y pusieron a su servicio a los gobiernos. No puede entenderse la amenaza del cambio climático, de la destrucción ambiental, del deterioro de la salud de la población global y las grandes desigualdades, sin el poder que tomaron las megacorporaciones globales. El Estado del bienestar despareció para dar pasó al Estado al servicio de las corporaciones.

Como concluyen los expertos en The Social Dilemma, la esperanza está en cambiar esta ruta, en establecer políticas que regulen estas prácticas, en que se establezcan las rutas para que estas tecnologías, estos productos, sirvan para el bienestar colectivo.

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.