Por Alejandro Calvillo, Sin Embargo, 27 de agosto del 2020.

Los mexicanos nos convertimos en los mayores consumidores de comida chatarra y bebidas azucaradas en América Latina, de acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud. El deterioro de la salud de la población mexicana ha llegado a tal extremo que presentamos el mayor porcentaje de muertes por diabetes en el mundo, entre las naciones con gran población. Y el panorama empeora, se estima que uno de cada dos niños mexicanos nacidos a partir del 2010 va a desarrollar diabetes a lo largo de su vida.

Una y otra vez, la pregunta más común de periodistas que realizan documentales para las televisoras francesas, alemanas, o de realizadores independientes de diversas regiones del mundo, sobre las devastadoras epidemias de obesidad y diabetes en nuestro país es: ¿cómo llegaron hasta aquí? Y si han viajado por el país o visitado zonas populares de nuestras ciudades, la segunda pregunta es: ¿por qué se volvieron uno de los mayores consumidores de comida chatarra y refrescos?

Muchos factores han intervenido en llevarnos a esta situación en la que se ha normalizado la botella de dos litros o más de refresco en la mesa de las familias, la salida cotidiana de los niños a comprar su fritura, panecillo o dulce a la tienda de la cuadra, el desayuno con Zucaritas o Choco Krispis, con 30 a 40 por ciento de azúcar y nada de fibra, el yogurt con harta azúcar o un fuerte edulcorante para que sepa extremadamente dulce y, por qué no, una sopa instantánea que sustituye el consumo de frijol.

Y todos estos productos están ahí, al alcance de la mano, a unos metros de cada hogar, acompañados de una fuerte publicidad que domina la televisión y los espacios públicos. Con sabores hiperpalatables para que se coman y se coman demás, productos llamados “competitivos” porque terminan por desplazar los alimentos naturales, los alimentos propios. Desde las comunidades oaxaqueñas hasta las comunidades en Nepal penetran en cada comunidad, atrapando el paladar de los niños, aprovechándose de su vulnerabilidad.

Explotando la predilección genética por sabores dulces y por la combinación de esos sabores con la grasa y/o la sal, las grandes corporaciones han diseñado estos productos y penetrado hasta los rincones más alejados del planeta con el fin de generar consumidores de por vida, con el fin de moldear sus gustos. Los cambios en las dietas tradicionales por la introducción de los productos ultraprocesados significa un proceso de destrucción cultural, un impacto en las economías locales que dejan de producir parte de sus alimentos, un impacto en la relación de esas comunidades con la tierra misma. Dos de los elementos que más distinguen a una cultura son la lengua que habla y la comida que prepara.

A cada comunidad llegan estos productos bien empaquetados, con los logos y la publicidad aspiracional que se transmite en la televisión, en vehículos que acercan el producto al consumidor a través de la mayor red de distribución que existe en el mundo. No existe ninguna otra categoría de productos en el mundo que cuente con la red de distribución que tiene la comida chatarra y las bebidas endulzadas, lo cual explica una de las mayores pandemias que enfrentamos, la de sobrepeso y obesidad.

El secuestro empieza en el paladar de los niños, al mismo tiempo que en la boca comienza el daño. Este secuestro significa una recodificación de los gustos, sustituir los gustos creados culturalmente durante siglos de relación con el entorno y otras culturas, por nuevos gustos diseñados en los laboratorios de las grandes corporaciones. Estos gustos son diseñados por ingenieros en alimentos que tienen a su disposición miles de ingredientes para darle a sus productos colores, sabores, texturas, etc. para volverlos atractivos e hiperpalatables. Desde el bien estudiado y medido impacto de la publicidad hasta el registro de los efectos del producto en la descarga de hormonas de placer, el producto se enfoca en ser consumido y demandado, sin importar su calidad, el objetivo es incrementar la venta y con ella las ganancias.

Como se ha estudiado y concluido tanto por filósofos, como por sociólogos y antropólogos, entre otros, los gustos se construyen culturalmente. Y no sólo los gustos, las elecciones se determinan estructuralmente. Cuando las grandes corporaciones de alimentos ultraprocesados penetran sin regulaciones en el mercado, comienzan por impactar a los niños y las niñas. Se va destruyendo el conocimiento comunitario y las tradiciones son “reventadas” por la invasión de los ultraprocesados, los gustos se trastornan y las elecciones son programadas estructuralmente. No sólo es la publicidad de la Coca-Cola ligada a la felicidad, la juventud, incluso, el deporte; es también su carácter adictivo basado en sus altas cantidades de azúcar y su combinación con la cafeína y la llamada “fórmula secreta”, además de la presencia de su logo en todo el espacio público y su oferta en más de un millón y medio de puntos de venta en nuestro país, es decir, a unos metros de cada potencial consumidor.

En Oaxaca, como en la mayor parte del país, los niños se enfrentan a un entorno fuertemente estructurado para inducir sus gustos hacia productos ultraprocesados y bebidas endulzadas distribuidas y publicitadas por estas grandes corporaciones. Esta situación contrasta con una cultura alimentaria y culinaria reconocida como una de las más ricas en el mundo. Contrasta con una cultura comunitaria muy rica en su diversidad y su autovaloración. Ahí es desde donde debe entenderse que surja la iniciativa de prohibir la venta de estos productos directamente a los niños. Propuesta surgida de Oaxaca que ahora se discute en muchos otros estados del país.

Los niños están en un entorno mucho más agresivo por parte de estos productos, al que nos enfrentamos en nuestra infancia. Por lo anterior, podemos prever que los daños a la salud serán mucho mayores cuando estos niños lleguen a la adultez, de ahí que existan ya estimaciones de que uno de cada dos niños nacidos a partir del 2010 desarrollará diabetes a lo largo de su vida. Se trata de una situación de emergencia y de un drama humano que ya vivimos al encabezar las muertes por diabetes en el mundo, entre las naciones de gran población.

El reto es retomar el gusto por los alimentos saludables y Oaxaca tiene todo para hacerlo. Ese gusto que les puede devolver la sonrisa sana a muchos niños oaxaqueños, porque el primer daño que generan el consumo de la comida chatarra y las bebidas azucaradas está en los dientes. Como advertimos al inicio de este artículo, la captura empieza por la deformación del gusto hacia estos productos, a la vez que sus daños comienzan también en la boca, en la salud oral, para pasar de ahí al daño metabólico.

Oaxaca pude ser el principio no sólo de un nuevo camino para la protección de la salud de los niños en nuestro país, puede ser también un ejemplo internacional, y a esto es a lo que más temen las grandes corporaciones: ser desterradas del territorio que han ocupado en el paladar de los niños.

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.