Por Ecoosfera, 10 de agosto del 2020.

El campo mexicano se ha llenado del químico tóxico glifosato. Distribuido por la empresa Monsanto, la cual controla el mercado internacional de semillas, este herbicida se ha convertido en el principal problema de la agricultura mexicana desde 1981.

Hasta ahora, es el producto tóxico más presente en los cultivos asociados con semillas genéticamente modificadas. A pesar de que Monsanto enfrenta miles de reclamaciones porque el producto produce cáncer, las autoridades mexicanas no han dejado de abrirle paso al corazón de los campos mexicanos.

Según el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer de la OMS, el glifosato está calificado como un probable cancerígeno. Su uso está prohibido en 31 ciudades de Estados Unidos, Austria, Escocia, España, Nueva Zelanda, Canadá y Argentina, mientras en otros países se utiliza de forma parcial y bajo ciertas condiciones.

En México, el uso de glifosato sigue siendo cuestionado. Después de que en noviembre de 2019 la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales impidiera la importación de 1,000 toneladas de glifosato hasta determinar sus efectos y se comenzara a trabajar en su posible prohibición, un decreto presidencial cambió el rumbo.

La agricultura mexicana en manos del glifosato

El anteproyecto de decreto presidencial presentado por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural establece algunas acciones para programar y coordinar los estudios necesarios para determinar la seguridad del herbicida. Sin importar cuáles sean los efectos del glifosato, se promoverán reformas a ordenamientos jurídicos para establecer la utilización de este herbicida o, en su caso, desarrollar la tecnología necesaria para su sustitución en los esfuerzos de aumento de los niveles productivos alimentarios.

Esta es claramente una contradicción a las instrucciones a seguir con el glifosato. Las autoridades mexicanas no saben definir si se hará todo por hacerlo legal en el país o se trabajará para sustituirlo y sacarlo de los campos. Algunas organizaciones e incluso autoridades que trabajan por la prohibición del uso de glifosato han señalado que este anteproyecto surge de la incomodidad de algunos de los promotores de agronegocios en el país.

Se sabe que al prohibir este herbicida se perdería un total de 76,000 millones de pesos. En este sentido, los principales impulsores del glifosato tienen como objetivo incrementar la producción de alimento, más allá del daño ambiental.

El tiempo corre y la agricultura se tambalea

La Semarnat se encuentra en la búsqueda de los elementos necesarios para probar el riesgo del herbicida tanto en la salud de los mexicanos como en el aspecto ambiental. Si bien los empresarios aseguran que la producción compensa el daño, para muchos esto es inaceptable.

Se ha intentado argumentar que la producción de alimentos con glifosato es mucho más abundante que sin él. Sin embargo, desde otra mirada se descubren grandes efectos que dañarían a largo plazo la estabilidad del campo mexicano.

Debemos considerar que el éxito de la producción alimentaria no sólo depende de eliminar las plagas. Hay todo un proceso de colaboración que incluye la salud de la planta, la tierra y los insectos que posibilitan su desarrollo. El suelo ha sido expoliado para seguir produciendo lo que nuestros vertiginosos estilos de vida reclaman. Hemos considerado el beneficio a corto plazo, pero no el efecto a largo plazo.

Un nuevo paradigma con miras a futuro

Ahora se lleva a cabo una agricultura negligente, sobreexplotadora de los campos y amenazadora de las especies. La degradación de la tierra es cada vez más evidente. Pero se sigue apostando por la producción masiva y rápida, sin contemplar los efectos en los distintos elementos que garantizan el éxito del cultivo. Hasta el momento, el 80% de los suelos agrícolas mexicanos se han degradado.

La industria considera que al abandonar las prácticas actuales habrá un riesgo alimentario. No obstante, en un estudio reciente se comprobó que con una agricultura sustentable, la producción de cultivos aumentaría y el efecto para el medioambiente sería positivo. Es urgente implementar esquemas y técnicas de agricultura que permitan el sano desarrollo de la tierra y de todos aquellos a su alrededor. Cuando hablamos de que los polinizadores están en riesgo o de que los suelos se degradan, se habla de un sistema alimentario deficiente.

Es tiempo de comprender que si los elementos del proceso no están bien equilibrados, el resultado fallará tarde o temprano. El paradigma sustentable no es una simple forma de llamar a los nuevos métodos donde ahorras o haces menos daño.

En realidad, este paradigma propone la evolución equilibrada, sin mayores sacrificios y con altos beneficios. La forma de relacionarnos con la agricultura y el entorno que la hace posible debe cambiar, sólo así podremos garantizar nuestro futuro.

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.