Por Carlos A. Vicente, Biodiversidad LA, 10 de julio del 2020.

Aventar el trigo, recoger cada grano de trigo.
Forjar del trigo el milagro del pan
y saciarse de pan
sin abusar del pan.
Cortar la caña,
recoger la melaza de la caña,
robar la dulzura de la miel
y untar la miel
sin empalagarse.
Acariciar la tierra,
saber los deseos de la tierra.
Proteger la tierra en la estación propicia
de fecundar el suelo. 

Chico Buarque

Quienes venimos recorriendo un camino de búsqueda de alternativas para salir del viaje hacia el precipicio al que se está dirigiendo la humanidad ponemos nuestra mirada y al mismo tiempo nos sentimos parte, de un movimiento que, entre otros ejes, tiene su centro en las luchas de los pueblos en sus territorios en defensa de los bienes comunes, de sus semillas, su biodiversidad, su cultura y sus valores.

Esta columna busca aportar a cada una de estas batallas intentando acompañar y visualizar esos derroteros pero al mismo tiempo problematizando y cuestionando nuestra propia mirada sobre esos procesos. Porque si bien estoy convencido de que en ellos encontraremos las respuestas que necesitamos, muchas veces seguimos repitiendo al narrarlos una mirada lineal, simplista y dicotómica de los hechos que buscamos acompañar.

Porque occidente ha marcado a fuego en nuestra cultura (la cultura dominante hegemónica) y nos condiciona, para que no podamos aprehender la complejidad, la riqueza, la diversidad y los matices de la vida de los pueblos y nos impone miradas que solo enfocan en el blanco o el negro; o a lo sumo nos planteamos mirar los grises que hay entre medio. Y tanto los pueblos originarios como el movimiento por la diversidad sexual nos está enseñando que entre el negro y el blanco cabe un arco iris completo. Y que allí es donde caben todos los mundos que queremos incluir en este mundo.

Por eso el intento de esta columna será salir del relato de las atrocidades que sufren nuestros pueblos en América Latina o la mirada triunfalista cuando se obtienen una victoria; para contar, como todo buen cuento (un cuento que se disfrute al ser leído y no uno de los cuentos que rechazaba Leó Felipe), una realidad compleja y diversa, rica y contradictoria, cargada de futuro y también de prejuicios, temores y lastres que, querramos o no, son parte de la realidad que nos toca vivir. No para cuestionar a los pueblos, si no para cuestionarnos nosotrxs y nuestros aportes a su camino.

Con respecto a los horrores que sufren nuestros pueblos (que los sufren de manera sistemática y brutal) comparto una reflexión que trajo una vecina del asentamiento 2 de abril en la zona sur del Gran Buenos Aires. Habíamos comenzado a trabajar con tecnologías apropiadas en el barrio y allí se había filmado un documental llamado “Del otro lado de los muros”. La estrenamos en la Multiversidad de Buenos Aires, corría el año 1986 y compartimos la proyección con vecinas del barrio. Allí fue cuando una de ellas, después de ver todas las injusticias y pesares que ocurrían en el asentamiento nos dijo: “pero también pasan cosas buenas y lindas en el barrio”. Una lección que intenté nunca olvidar.

Por el otro lado las maravillosas victorias contra el agronegocio, mineras, proyectos extractivistas y la violencia corporativa obtenidas por nuestros pueblos, son subidas a un pedestal sin que muchas veces se puedan visualizar los aprendizajes, las contradicciones y sobre todo los desafíos que esas luchas nos dejan.

Entre los golpes y las victorias existe una vida cotidiana rica, diversa y fecunda; la vida cotidiana que cada uno de nosotrxs tenemos, que enriquece con su arco iris todo lo que ocurre antes y después.

Porque allí se hace la milpa o la chacra y a lo largo de los meses se ve crecer las semillas que un día se sembraron para alimentarnos. Y allí se cuida cada día el cultivo y se llena cada día con las prácticas que permiten que se llegue a buen término la cosecha. Y cada día (cuando se puede) se come y se practica una de las más bellas artes: la cultura culinaria.

Porque en esa vida cotidiana se cuida la salud, se abriga y se protege a las familias (cuando se puede también) y esa tarea también es central para que la vida continúe su flujo en el marco del cuidado y el afecto.

Y en ambas tareas las mujeres han estado y están en el vértice de la realización de todas las tareas imprescindibles y vitales que nos permiten seguir la vida. Y aunque hoy lo tengamos claro y cuestionemos la violencia y la opresión que provoca el patriarcado es aún inmenso el camino a recorrer para cambiar radicalmente esa situación. Y claramente nos invita a la revalorización de las tareas de cuidado al mismo tiempo que nos exige cambiar la manera en que se han distribuido y se distribuyen esos roles.

Junto a las miles de tareas que forman la diversidad de formas de vida que tenemos los pueblos también está la naturaleza de la que formamos parte y que nos ha permitido alimentarnos, sanarnos, protegernos, vestirnos y gozar también de las maneras más diversas y ricas.

Y de allí nace el posible subtítulo de esta columna “del teosinte al maíz y del epazote al paico”. Porque es en el diálogo con nuestro entorno de donde han surgido los saberes y bienes naturales que hoy nos permiten vivir sobre este planeta.

El teosinte se convirtió en maíz de la mano de los pueblos mesoamericanos y es quizás la mayor creación que la humanidad haya realizado en su vínculo con su ambiente. Y ese maíz viajó, se diversificó y se multiplicó por toda Abya Yala antes de que llegaran los conquistadores a nuestro continente.

El epazote y el paico son los nombres con las que se conoce a la misma planta en México y Argentina y tiene otros nombres en otras regiones. Pero en todos lados es una querida y muy valorada planta medicinal (y alimenticia en México).

Toda nuestra alimentación “moderna” se basa en las prácticas, sabiduría y conocimientos que los pueblos desarrollaron durante miles de años. No hay ninguna posibilidad de seguir nuestro camino si no recuperamos nuestra posibilidad de diálogo con la naturaleza. Hacerlo es el gran desafío para seguir adelante. Y allí están los pueblos originarios, las campesinas y campesinos dispuestos a compartir su sabiduría. No para el lucro. No para la muerte. Para el buen vivir, la vida digna y la soberanía alimentaria.

Es en la vida cotidiana donde se construye comunidad, se producen encuentros, desencuentros y crisis que también son la oportunidad de construir nuevos vínculos y relaciones. Pero sobre todo, en esa vida cotidiana es donde se construye el futuro y es donde tenemos la oportunidad de salir de la repetición del consumo y la explotación para construir otros mundos.

Y claro que los pueblos lo están haciendo, y claro que lo estamos haciendo.

La invitación es a poner allí la mirada. Algo que Desinfo viene cultivando y sembrando. Un honor sumarme a este colectivo.

Fuente: Desinformémonos

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.