Por Armando B. Ginés, Alainet, 11 diciembre del 2019.

Cuando todos somos culpables, nadie lo es de manera individual o corporativa. Esta vieja máxima hipócrita y cínica se utiliza por el capitalismo para que la responsabilidad de sus desmanes estructurales se disemine alícuotamente entre la ciudadanía tomada en su conjunto. Así se evaporan las culpas de las multinacionales y de los poderes públicos y privados corruptos.

A pesar de la voluntad de gentes de buena fe e idealistas biempensantes, la Cumbre del Clima COP25 de Madrid, tras las renuncias previas de Brasil y Chile por motivos políticos, negacionismo de Bolsonaro y situación social explosiva en el país andino respectivamente, no aportará nada sustancial para la emergencia climática a escala mundial.

La Cumbre de la capital española es un evento más de carácter publicitario donde los gobiernos pronuncian urbi et orbi bellas frases de cara a la galería y las empresas más contaminantes se lavan las manos en completa impunidad. La icónica inocencia infantil de Greta Thunberg, un atrezzo bien condimentado de indigenismo plural y una pasarela estilo photocall de los Oscar nutrida de estrellas de impacto mediático (Harrison Ford, Javier Bardem, Alejandro Sanz…) ponen luz rutilante a un espectáculo asumido, deglutido y transformado en mercancía por el neoliberalismo como tantos otros fetiches otrora rebeldes o revolucionarios: hoy en día hasta el famoso pañuelo de la resistencia popular palestina o la efigie mítica de Che Guevara son objetos de consumo en boutiques de lujo de todo el planeta.

El presupuesto del evento oscila entre 50 y 86 millones de euros, estimándose que las 25.000 personas participantes dejen en la ciudad que los acoge entre 100 y 200 millones de euros. Eso dicen los analistas sobre las expectativas de negocio, lo que de verdad importa.

¿Quiénes son los patrocinadores principales del encuentro internacional? Endesa, Acciona, Suez (firma francesa), Iberdrola, Santander, BBVA, Mapfre, Indra, Iberia, Siemens (multinacional alemana), Seat, Telefónica… Son nombres de lo más granado del Ibex 35, selecto club bursátil con las empresas españolas de mayor liquidez financiera y radio de acción depredador muchas de ellas más allá de las fronteras nacionales.

Entre las citadas destaca Endesa, la empresa más contaminante de España con 30 millones de toneladas de CO2 vertidas al medio ambiente cada año. Pertenece al sector de la energía al igual que Iberdrola, que también consta en los primeros lugares de esta clasificación con emisiones sucias de 3 millones de toneladas anuales. Según ha trascendido tanto Endesa como Iberdrola han aportado al encuentro promovido por las Naciones Unidas dos millones de euros cada una. La cura moral de urgencia bien lo vale, en total de 10 a 12 millones de euros de patrocinio interesado invertido por el capital privado.

Las entidades bancarias Santander y BBVA asimismo se han aflojado el bolsillo con cantidades hasta el momento desconocidas porque el Gobierno español no ofrece datos fidelignos ni oficiales sobre estos asuntos crematísticos. Desde 2015 ambos bancos son, dentro de su sector, inversores de intensidad diversa en explotaciones de combustibles fósiles de ámbito internacional.

El espacio de la Cumbre se divide en área azul (delegaciones gubernamentales y otras instituciones sociales) y zona verde (empresas), paradoja extraordinaria donde las haya: los que contaminan el mundo ocupan el territorio verde que debería estar reservado, por motivos obvios, a activistas y científicos con aval y crédito suficiente en la lucha ecológica contra la emergencia ambiental producida por las emisiones tóxicas de la producción industrial y distintas devastaciones conexas: desertización y deshielo principalmente. Como mínimo estamos ante una apropiación indebida del foco mediático. Uno de tantos robos legales cuando el protagonismo se vende al mejor postor.

Las actividades militares bélicas o en tiempos de paz, los sectores de la energía, minería y petróleo, la agroindustria y el modo de vida consumista al estilo occidental, además de las transnacionales, entre otras, Coca Cola, Pepsi, Danone y Nestlé (según la ONG Oxfam) son los causantes directos del desastre que ya estamos padeciendo en vivo y sufriendo en sus carnes los moradores de países pobres y marginales instalados en los suburbios de las grandes ciudades metropolitanas, con un sesgo de género e infantil muy acusado, mujeres y niños son los grupos de damnificados más numerosos víctimas de la situación descrita a vuelapluma.

Nadie en estos foros tan estéticos pone en solfa el régimen que viene sustentando este devenir hacia la catástrofe absoluta, el capitalismo. Y este silencio atronador tiene sus razones soterradas y raíces invisibles en la maraña de declaraciones políticas elípticas y evasivas imperantes en la diplomacia al uso: China con el 30 por ciento de emisiones nocivas a la atmósfera y el suelo y EEUU con el 15 por ciento figuran como los países que más inciden en la contaminación ambiental. De una u otra forma, ambos gigantes miran para otro lado y dan largas al asunto eludiendo compromisos tangibles. Junto a la Unión Europea, alrededor del 10 por ciento de residuos tóxicos arrojados al aire, el agua y la tierra, son los responsables de más de la mitad de la suciedad ambiental maligna que comemos, bebemos y respiramos hoy.

La Agencia Internacional de Energía (AIE) estima que la demanda mundial de energía lleva 40 años subiendo sin cesar, correspondiendo el 80 por ciento del total a combustibles fósiles. Desde 1990, las emisiones contaminantes han crecido un 60 por ciento. Aproximadamente, nuestro consumo excesivo derrocha recursos naturales de 1,75 planetas Tierra. Continuar con esta locura de más y más sin reparar en gastos nos exigirá en 2050 dos planetas y medio para dar satisfacción plena a nuestras ansias compradoras de placeres vanos y deseos prescindibles.

Los países que más tiran por la borda en términos generales, lo que se denomina técnicamente huella ecológica, son China, EEUU e India. Si tomamos el índice per capita, las sociedades más egoístas son Luxemburgo, Australia y EEUU. La gran contradicción del mal reparto de la riqueza es que hay 800 millones de personas con desnutrición severa y riesgo de muerte y 1.900 millones de individuos con sobrepeso, fundamentalmente habitantes del mundo rico.

Otro dato alarmante es que en la actualidad circulan por la Tierra por encima de los 1.400 millones de vehículos entre automóviles, camiones y autobuses. Los países miembros del G7 (Alemania, Canadá, EEUU, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) registran 700 vehículos por cada 1.000 habitantes, mientras que está relación desciende a 150 vehículo por 1.000 habitantes en el caso de China. Se considera que cada dos décadas este parque suele duplicarse, esto es, en 2040 podríamos rozar los 3.000 millones de vehículos rodando por el asfalto terráqueo.

¿Ese futuro es factible y deseable? ¿Será una utopía o una distopía el porvenir que habitemos o nos habite como meros comparsas sin voluntad ni capacidad humana de decisión? El modelo de crecimiento capitalista hace mucho que está en entredicho, es más, los vaticinios de la ciencia sobre el calentamiento global realizados hace 50 años se están verificando casi al pie de la letra, sin embargo las clases media cebadas después de la Segunda Guerra Mundial a base de compras a plazo y pingües subvenciones no está dispuesta a aminorar sus estándares de vida simbólicos, coche, proteínas carnívoras y turismo agresivo de ocupación intensiva de espacios naturales.

¿Cuántas familias que acuden en armonía a una manifestación vistosa y lúdica proecologista asumirían que menos consumismo es más calidad de vida? ¿Cuándo los sindicatos de clase dejarán de ser meros agentes de apoyo de la explotación capitalista y mirarán más allá del empleo y el salario sea cual sea el producto final del trabajo, preguntándose política e ideológicamente por la ética de la mercancía en sí?

Las cumbres climáticas como COP25 soslayan los conflictos de fondo para trasladar una imagen global y compacta donde los verdaderos culpables seguirán cometiendo similares fechorías ambientales y laborales como hasta ahora mismo. El conflicto, no obstante, saldrá a la palestra antes o después, con mayor o menor virulencia. Capitalismo y medio ambiente son incompatibles: eso es un hecho histórico. Y neoliberalismo y democracia participativa empiezan a mostrar desavenencias muy preocupantes. La disyuntiva que se abre es radical: o aguantar la explotación de clase y el patriarcado del ordeno y mando o solicitar el divorcio con todas las consecuencias. En cualquier caso, el porvenir, no hace falta ser agoreros, no estará exento de violencias. Las corporaciones y las elites no se desprenderán de sus beneficios, privilegios y regalías con una sonrisa en la boca. Tiempo al tiempo, si es que aún hay tiempo para conquistar una solución justa, equitativa y pacífica.

A pesar de las justísimas proclamas de Greta y de las reivindicaciones indígenas, abusar de iconos mediáticos puede matar de cuajo el trasfondo auténtico del asunto que nos ocupa: el capitalismo nos come día a día. Es hora de pasar a la acción.

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.