Por Zósimo Camacho, Contralínea, 24 de septiembre del 2019.

No fue un simple accidente en el que los estudiantes se vieron envueltos. Fue resultado de una campaña de hostigamiento contra la escuela desatada años atrás y que por esas fechas se recrudecía.

Claro que los narcotraficantes hicieron lo suyo. Y sin ponerse a realizar cálculos políticos, se cebaron sobre un grupo de estudiantes que irrumpió en “su” territorio. Los sicarios lo hicieron porque pudieron, porque ya habían cometido otros hechos atroces anteriormente con toda impunidad y porque gobernaban el municipio (el que por cierto es asiento también de instituciones federales y estatales).

Debemos señalar que los 43 no son las únicas víctimas de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero. Apenas unos años antes, el 12 de diciembre de 2011, habían sido asesinados dos estudiantes durante una manifestación en la Autopista del Sol. Se trataba de los estudiantes Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús. Policías estatales les dispararon a mansalva para desalojar el bloqueo carretero. Y también hay muertos posteriores a lo de Iguala. El 4 de octubre de 2016 fueron asesinados, en un aparente asalto, los alumnos Filemón Tacuba Castro y Jonathan Morales Hernández cuando se dirigían a la escuela.

No se debe perder de vista que los alumnos de Ayotzinapa sufrieron por años un acoso gubernamental, mediático y empresarial. De manera deliberada o involuntaria, se preparó el terreno para justificar todo tipo de agresiones contra las normalistas. Los “ayotzinapos” les llamaron despectivamente tanto medios de comunicación, autoridades de los tres niveles de gobierno y la derecha empresarial que exigía el cierre de esa “escuela de vándalos”.

Ayotzinapa se movilizaba en ese entonces para defender el comedor, el sistema de internado, los módulos de producción y su organización; también para que no se recortara la matrícula de nuevo ingreso y para que se mejorara la infraestructura del plantel. Como se recordará, con esas demandas pensaban participar en la marcha del aniversario del 2 de octubre. Habían ido a tomar los autobuses a Iguala para trasladarse con ellos a la Ciudad de México.

Es importante reivindicar a los estudiantes como activistas de la organización estudiantil más antigua del país, la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), la que aglutina a los estudiantes de las 16 escuelas normales rurales esparcidas en la República.

Se trata de una organización con 85 años de historia que con una estructura semiclandestina ha logrado mantener abiertas las escuelas. Y que ha sufrido un acoso de los órganos de inteligencia civiles y militares. Un expediente –publicado ya en Contralínea– da cuenta del seguimiento contra los alumnos y de las estrategias que puso en marcha el gobierno mexicano para cerrarlas. Se trata de un expediente de más de 10 mil fojas integrado primordialmente con información de la extinta y tristemente célebre Dirección Federal de Seguridad.

El “miedo” a los normalistas es un asunto de clase. No les perdonan que quienes ahí se preparan sean hijos de campesinos (y ahora también obreros); que muchos de ellos sean indígenas, y que además de cursar el plan de estudios oficial, también estudien el marxismo. “¡Cómo! ¿Indios y campesinos comunistas?”, parecieran gritar quienes desde los medios o los despachos gubernamentales decretan los cierres de estas escuelas.

Hoy todas las normales rurales están amenazadas. No solamente la de Ayotzinapa. La nueva estrategia podría ser muy eficaz. No se vislumbran agresiones directas contras las escuelas ni represiones o tomas de planteles por las fuerzas militares, como en el pasado.

Ahora lo que viene para ellas es una “transformación” que las lleve a dejar de ser normales rurales, aunque conserven el nombre. Pero tal “transformación” buscaría cancelar el modelo que les da identidad y las distingue de las otras opciones de educación superior.

El embate ya inició con una puesta en escena: la reapertura de la Escuela Normal Rural Luis Villarreal de El Mexe, Hidalgo. Se “reinauguró” en una parte de las mismas instalaciones en que estuvo asentada y bajo ese mismo nombre… Pero no cuenta con internado, módulos de producción, comedor, talleres, clubes deportivos ni culturales. ¿Podemos decir que se trata realmente de una normal rural? ¿Ese es el destino que se traza desde las altas esferas para el resto de las escuelas?

La FECSM tiene enfrente un reto distinto. No olvidar que los 43 también son activistas que luchaban por preservar un modelo educativo integral para los más pobres de este país. Y que son parte de una organización cuyo lema reza: “Por la liberación de la juventud y la clase explotada”.

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.