Por Jim Thomas, ETC Group, La Jornada del Campo.

En lugar de seleccionar cultivos que resistan plagas, enfermedades y condiciones climáticas, la primera generación de transgénicos se diseñó con el objetivo de incrementar las ventas de agroquímicos. Con la introducción muy expandida de cultivos tolerantes a herbicidas, los defoliadores químicos como Roundup (glifosato) se convirtieron en el producto de mayores ventas de la agroindustria.

Sin embargo, después de dos décadas, el uso de químicos continua, debido a que más y más hierbas están desarrollando resistencia a esos herbicidas. Hoy en día, esas “supermalezas” proliferan de tal forma que los cultivos resistentes a herbicidas están dejando de ser viables. Tan solo en Estados Unidos, los agricultores se enfrentan a más de 40 millones de hectáreas invadidas por supermalezas en 36 de los 50 estados; y en todo el mundo, al menos 24 especies de hierbas son actualmente resistentes al glifosato.

En este contexto, los investigadores de la biología sintética están desarrollando cultivos que soporten mejor la sequía después de que les apliquen baños de plaguicidas de patente; también planean usar los conductores genéticos para enfrentar el problema de las malezas que han desarrollado resistencia a los plaguicidas.

Para los biólogos sintéticos revertir la resistencia a herbicidas en las malezas es un objetivo deseable porque la adopción extendida de los cultivos tolerantes a herbicidas promueve la labranza convencional. Mientras que la “labranza cero”, no supone la necesidad de voltear la tierra, además de que conserva el agua y el suelo, y reduce los costos de la labor. Quienes promueven los cultivos transgénicos frecuentemente argumentan que la labranza cero es amigable con el clima porque reduce las emisiones de dióxido de carbono al secuestrar más carbono en el suelo.

Los desarrolladores de los impulsores genéticos reconocen que los agronegocios tienen interés en esta tecnología para usarla de muchas formas, incluida la erradicación de “malezas” (con un “impulsor genético sensibilizado” que pudiera liberarse entre especies silvestres de hierbas invasoras para volverlas más susceptibles a un herbicida patentado como el glifosato) o la eliminación de lo que se considere plaga.

La investigación sobre impulsores genéticos en moscas de la fruta (Drosophila Suzukii), pretende erradicarlas globalmente y ahorrar en costos de plaguicidas y por cultivos perdidos. Otras plagas que cuya extinción se podría impulsar para proteger la agricultura industrial incluyen roedores, polillas y langostas. Los impulsores genéticos se podrían usar para acelerar la introducción de un rasgo genéticamente modificado en semillas de cultivos.

¿Quién decidirá qué es una maleza y qué hacer con ella?

La Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos presentó en 2016 un informe sobre los impulsores genéticos: “Gene Drives on the Horizon”, en el que desarrolla el caso del amaranto resistente al glifosato.

El informe explica que, al resistir al glifosato, el amaranto se convirtió en “súper maleza” y por lo tanto califica como una especie que podría extinguirse deliberadamente mediante impulsores genéticos. Sin embargo, prosigue el estudio, la extinción de esta variedad en América del Norte podría afectar la cosecha del amaranto comestible en América Latina.

Este es un caso claro en el que los impulsores genéticos transformarían la agricultura y los sistemas alimentarios, favorecerían la formación de monopolios de semillas y agroquímicos aún más con enormes impactos sobre los derechos de los campesinos y la soberanía alimentaria. Algunas especies de amaranto tienen muchas propiedades nutricionales, y la planta tiene múltiples usos alimentarios en México y otros países de América Latina y el Caribe. Todo esto se perdería si se aplicaran impulsores genéticos para suprimirla en Estados Unidos.

A favor de la salud, la justicia, las sustentabilidad, la paz y la democracia.