Por Colectivo ¿Qué Hacer Aquí Con Esto?, Desinformémonos, 11 de marzo de 2019

Hay muchas posibles respuestas para la pregunta titular de este manifiesto. Aquí vamos a ofrecer y razonar las siguientes tres:

  • Porque las comunidades y los habitantes de las regiones afectadas han manifestado, en términos generales, su negativa a que éstos se lleven a cabo.
  • Porque su proyección y realización están inscritos en el marco del desarrollo capitalista que impone su mirada y desaparece todo lo que en ella no cabe.
  • Porque mirados desde otro modo de mirar, están inscritos en un contexto en el que es imposible detener la guerra.

Las denuncias y los noes de las comunidades

Las denuncias emitidas por el Congreso Nacional Indígena y el Concejo Indígena de Gobierno han sido sistemáticas. En ellas se hacen explícitas distintas cosas: por un lado, las afectaciones que los grandes “proyectos de desarrollo” tienen para las tierras y los territorios de las comunidades originales de nuestro país; por otro, el daño que ellas implican para el tejido social y comunitario; y finalmente, la falta de consulta por parte de los gobiernos y las trasnacionales (cuando éstas se llevan a cabo lo hacen meramente como encuestas amañadas).

Las manifestaciones de rechazo a estos proyectos por parte de un gran número de comunidades campesinas e indígenas no han cesado. El nuevo Gobierno, sin embargo, actúa como si esas voces no existieran y en silencio avanza (ya sea por acción u omisión) devastando en su camino lo que le estorba. Desde nuestra perspectiva es en este contexto de sordera y avasallamiento que se comprenden mejor las declaraciones recientes de las mujeres zapatistas y de sus Juntas de Buen Gobierno.

Más de 20 indígenas asesinados, decenas de heridos y miles de desplazados zapatistas y “partidistas”, además de casas y cultivos incendiados, tiroteos diarios, tala de árboles y robo de utensilios de labranza, ha dejado el conflicto territorial por 60 hectáreas pertenecientes al municipio de Aldama, disputadas por la comunidad de Santa Martha, del municipio de Chenalhó, Chiapas. En los últimos meses, ya bajo la presidencia de Andrés Manuel López Obrador y del gobernador Rutilio Escandón, advierten las autoridades autónomas, han continuado las agresiones de grupos identificados como paramilitares. “Los habitantes partidistas y nuestras bases de apoyo zapatistas viven aterrorizados sin poder salir a trabajar para buscar sus alimentos”, por lo que señalan, “si continúa la situación así, la salud y la vida están en peligro cada vez más”.

Las compañeras zapatistas en su carta recién aparecida nos dicen “mientras te escribimos esta carta, ya empezaron los ataques de sus paramilitares.  Son los mismos que antes eran del PRI, luego del PAN, luego del PRD, luego del PVEM y ahora son de MORENA”, nos hacen saber que el suyo -un lugar seguro incluso para las mujeres que estamos muriendo, que estamos siendo secuestradas a diario por todo el país- ahora no es un sitio en el que puedan recibir a otras mujeres porque está en peligro, porque están siendo atacadas sus comunidades, porque se quiere acabar con los modos de vida comunitarios.

Estas denuncias no denotan un problema agrario de o entre comunidades. Lo que exhiben es que la implementación de los megaproyectos es también la de la destrucción de otras formas de vida.

Los megaproyectos y el capitalismo

Los megaproyectos se montan sobre una imposición, sobre una manera de mirar el mundo desde la cual todo lo que no sea como ella mira no cabe. Ese modo de mirar establece que es mejor ser ciudadana que campesina, que es mejor la civilización asalariada que el contacto cotidiano con la tierra; que es mejor la ciudad que el campo. Como bien dicen las compañeras zapatistas en su carta a las mujeres que luchan, esta mirada es la que piensa que ellas en su propia tierra pueden convertirse “en esclavas que reciben unas limosnas por dejar que destruyan la comunidad.”

La evidencia histórica muestra que los megaproyectos suelen implementarse en zonas del mundo donde hay riquezas naturales; que al hacerlo llevan a cabo un proceso de despoblamiento y despojo para después repoblar y reacomodar de acuerdo con los intereses de los grandes capitalistas.2 Esta evidencia nos da muy buenas razones para sostener que los megaproyectos están encaminados al control, extracción, explotación y mercantilización de bienes comunes naturales y para ello requieren del desarrollo de proyectos de infraestructura carretera y portuaria y enclaves turísticos. Esto implica la implantación de un nuevo sistema agroalimentario bajo el control de grandes trasnacionales a costa de la exclusión masiva de los pequeños productores rurales y en general del debilitamiento o eliminación de las formas comunitarias campesino-indígenas, que históricamente han sido claves en la estructuración de nuestro país.

La guerra (que vivimos)

Aunque hay quienes creen que la violencia que hoy vivimos se debe exclusivamente a enfrentamientos entre “malos” o contra ellos, la realidad nos arroja cada día más evidencia para hablar de una guerra. Esto es, de un conflicto en el que se disputa el dominio territorial que provea a los grandes capitalistas del poder sobre RECURSOS y PERSONAS. Se trata de ejercer control sobre estos desde la globalización y el mercado.

Esta guerra no ocurre al mismo tiempo en todos lados, sino que se aparece en lugares diferentes en momentos distintos y siempre tiene rostros nuevos que pueden atribuirse a problemas locales y localizados. Estas guerras desperdigadas están al servicio del proyecto histórico del capital, globalizan los mercados a costa de desarraigar, rasgar y deshilachar los tejidos comunitarios donde todavía existen y se ensañan con sus jirones resistentes.

Esta nueva conflictividad informal y las guerras no-convencionales que la acompañan configuran una escena que tiene muchos rostros. El crimen organizado, las guerras represivas paraestatales con sus fuerzas paramilitares o sus fuerzas de seguridad oficiales actuando paramilitarmente, el accionar represivo y truculento de las fuerzas de seguridad privadas que custodian las grandes obras, las compañías contratadas en la tercerización de la guerra, las así llamadas “guerras internas” de los países o “el conflicto armado”, etc.

Ella no comporta rituales y ceremoniales que marcan la “declaración de guerra” o armisticios y capitulaciones de derrota, y aun cuando hay ceses del fuego y treguas sobreentendidas, estas últimas son siempre confusas, provisorias e inestables, y nunca atacadas por todos los subgrupos de miembros de las corporaciones.

En México esta guerra ha ido tras los territorios de los pueblos originales que habitan el país. Así ésta ha sido y sigue siendo una guerra de despojo y expropiación de lo común.

En esta guerra los agredidos son cuerpos frágiles. Estos cuerpos vulnerables sirven para ejercitar una pedagogía de la crueldad en torno a la cual gravita todo el ejercicio del poder. Esta pedagogía consiste en enseñar a las fuerzas (para)militarizadas la mirada exterior con relación a la naturaleza y a los cuerpos; producirse como seres externos a la vida, para desde esa exterioridad dominar, colonizar, expoliar, rapiñar.

NO a los megaproyectos

Todas las razones anteriores de sobra sirven para pronunciarse con firmeza en contra de los megaproyectos. Todas estas razones son suficientes para exigir alto a la simulación. Todo lo aquí dicho nos urge a sostener ALTO a los desplazamientos, ALTO a la paramilitarización.

Nosotras, nosotros, del colectivo ¿qué hacer aquí con esto? decimos NO: no a la guerra, no a los megaproyectos, no al despojo, no al capitalismo.