Por Alejandro Zegada, El País, 4 de marzo de 2019

Mientras en Bolivia los agroindustriales y el gobierno se empeñan en expandir y consolidar su modelo y el uso de semillas genéticamente modificadas (transgénicos) asociado a éste, la ONU y diversos expertos alertan en su contra porque, según se evidencia concreta en países vecinos, ha terminado socavando la seguridad alimentaria de la población, además de generar problemas ambientales, de salud y otros.

En un reciente informe sobre el derecho a la alimentación en Argentina, la Relatora Especial de la ONU, Hilal Elver, realiza duras críticas a la expansión del monocultivo con transgénicos, e insta al gobierno a apoyar la agricultura familiar.

“La Argentina tiene abundantes recursos naturales que permiten la autosuficiencia y brindan apoyo a un sector agrícola productivo. En tanto no debería haber problemas para garantizar la disponibilidad de alimentos para la población, el modelo actual de la agricultura industrial, que promueve la soja y otros cultivos comerciales para la exportación por sobre un sector agrícola diversificado, ha socavado la seguridad alimentaria de la población”, expresa una de las primeras conclusiones del informe final, presentado por Elver ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

Pero esto no es nuevo. Científicos, activistas, instituciones y comunidades lo han estado advirtiendo durante años, tanto a nivel internacional como dentro de Bolivia. Y también durante años, la agroindustria, el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) y ciertas esferas del gobierno central, realizan un lobby constante a favor de este modelo y de las semillas transgénicas no solo de soya, sino de maíz, algodón y otros cultivos.

Sus argumentos son básicamente: mejor rendimiento y productividad, mayores exportaciones y mayor seguridad alimentaria. Para sustentarlos usan ejemplos como el de Argentina, donde “obtienen 200 quintales de maíz transgénico con una tierra más frágil que la nuestra y nosotros sacamos solo 80 quintales”.

Pero la ONU acaba de refutar estos supuestos beneficios del modelo enfocado en a la exportación de commodities agrícolas, y denuncia sus riesgos y retrocesos.

Además, datos de la propia Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO, que está a favor de los transgénicos) muestran que el rendimiento, en el caso de soya desde la introducción de la variedad transgénica hace más de diez años, se estancó en el nivel más bajo de toda la región: aproximadamente 1,9 toneladas por hectárea.

Por tanto, dice el investigador Enrique Castañón, lograr mayor producción con el uso de transgénicos es, en el mejor de los casos “una pregunta abierta”.

Es el problema, no la solución

A las críticas contra este modelo se ha sumado el prominente economista malasio, Jomo Kwame Sundaram, que preside los Estudios Internacionales del Instituto de Estudios Estratégicos e Internacionales de Malasia (y que trabajó en distintos cargos de la FAO y de la ONU).

Según Jomo, “el agronegocio es el problema, no la solución” cuando se habla de garantizar la alimentación. Esto porque las más de mil millones de personas que padecen hambre en el mundo, no lo hacen por una falta de alimentos como afirman los promotores del agronegocio, que quieren duplicar la producción de alimentos hasta el año 2050.

“En realidad, el mundo es alimentado principalmente por cientos de millones de agricultores de pequeña escala, conocidos comúnmente como agricultores familiares, quienes producen más de dos tercios de la comida consumida en los países en vías de desarrollo”, explica.

Por tanto, “ni la escasez de comida ni la falta de acceso físico a ésta son la causa principal de la inseguridad alimentaria ni el hambre”, sino el modelo del agronegocio, que acapara tierras y recursos para producir contados monocultivos para la exportación, y desplaza a la agricultura familiar.

Basándose en investigaciones realizadas por varios años en diferentes países en desarrollo, el experto concluye que el problema “es esencialmente uno de poder. Los intereses de los poderosos agronegocios influyen en las políticas de comida y agricultura para favorecer a las grandes empresas (nacionales y transnacionales)”.

Esto ocurre “a costa de la agricultura familiar que produce la mayor parte de la comida del mundo, y también implica exponer a los consumidores a riesgos, por ejemplo, relacionados con los agroquímicos”, agrega.

México, Malawi, Zambia, Mozambique, India e incluso el medio oeste de EEUU son los países y zonas que forman parte del análisis. Pero estos resultados coinciden con lo que los expertos bolivianos están advirtiendo ya por largo tiempo, puesto que las tendencias son las mismas.

Los virajes de la CSUTCB y la “biotecnología”

El año 2015, tras la realización de la cumbre agropecuaria Sembrando Bolivia, la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), en aquel entonces encabezada por Rodolfo Machaca, rechazó el uso de transgénicos (OGM) por considerarlos una amenaza para la salud de la población, para la biodiversidad y para la madre tierra, y porque aceptar el uso de transgénicos conlleva dar poder al monopolio de un sector que controla las semillas transgénicas (las transnacionales como Bayer-Monsanto y sus aliados locales).

A fines de febrero de 2018, la misma CSUTCB, pero ahora encabezada por Jacinto Herrera, planteó el uso de biotecnología para mejorar la producción de arroz, que en los últimos 10 años cayó en rendimiento por hectárea, según aseguró, en al menos 50%.

Los expertos advierten que el uso del término “biotecnología” tiene que ser analizado cuidadosamente. La CAO, el IBCE y otros se refieren a la biotecnología como un sinónimo de los transgénicos, y distintos representantes de estos sectores han afirmado que oponerse a los transgénicos es oponerse a la biotecnología y por lo tanto al desarrollo tecnológico.

El director de Probioma (Productividad Biósfera Medio Ambiente), Miguel Ángel Crespo, considera que esa afirmación es engañosa, porque la biotecnología existe desde hace más de 3.000 años, y explica que la producción de yogur, la deshidratación de alimentos, el control biológico, el mejoramiento genético de plantas y animales, es biotecnología.

“Eso no mencionan quienes promueven los transgénicos y eso denota que existen intereses económicos que desinforman a la opinión pública. Mejores rendimientos se obtienen trabajando con el germoplasma, que significa mejorar variedades para llegar a su máximo potencial”, afirma Crespo, aclarando que “eso no lo hace la tecnología de los transgénicos”.

Ni rendimiento ni seguridad alimentaria

La organización internacional de salud Environmental Working Group (EWG), publicó hace un tiempo un estudio titulado “Alimentando al mundo sin organismos genéticamente modificados (OGM)”, en el que afirma que “el argumento de que los transgénicos ayudarán a alimentar al mundo ignora el hecho de que el hambre es principalmente resultado de la pobreza”, y que en los hechos la inversión en OGM no ha logrado ampliar la seguridad alimentaria mundial.

Dicha investigación también coincide con Jomo: la agricultura campesina tradicional “aumenta los suministros de alimentos y reducen el impacto ambiental de la producción”, mientras que los transgénicos “hacen poco por mejorar la seguridad alimenticia; principalmente ayudan a llenar los bolsillos de las compañías químicas de semillas, los cultivadores a gran escala y los productores de etanol”.

Asimismo, el estudio de EWG establece que “los organismos genéticamente modificados no son más productivos que los cultivos que no los utilizan en Europa occidental”, y que gracias a un reciente caso en África se demostró que “los cultivos que eran cruzados para tolerar la sequía usando técnicas tradicionales mejoraron la producción en un 30% más que aquellos modificados genéticamente”.

Por otra parte, un reportaje del diario británico The Guardian mostró que, en Bihar, un pueblo de la India, los agricultores están cultivando y produciendo cantidades consideradas “récords mundiales” de arroz, sin semillas transgénicas, herbicidas o cualquier otro producto tóxico. Los rendimientos reportados oscilan entre 17 y 22,4 toneladas por hectárea de arroz cultivado.

El “secreto” del éxito es el método de cultivo llamado Sistema Intensificado de Cultivo de Arroz (SRI, por sus siglas en inglés), que también ha incrementado los rendimientos en el trigo, papas, caña de azúcar, tomate, ajo, berenjena y muchos otros cultivos. Gracias al SRI, basado en abono orgánico, se ha traducido en un aumento del 45% en los rendimientos de la región, afirman desde The Guardian.

OGM y agrotóxicos

Según Crespo, los OGM fueron diseñados para tolerar herbicidas y para que las empresas dueñas de las patentes produzcan y vendan su propio insecticida, no para tener mayor rendimiento.

“En los últimos años la ampliación de la frontera agrícola se ha dado por la baja de la fertilidad de los suelos, producto de las aplicaciones de los herbicidas asociados a los transgénicos (muchos prohibidos en otros países) que han generado la resistencia de malezas de las que tenemos ocho en Bolivia”, afirma.

Esto sin mencionar el Glifosato, un herbicida que la OMS clasifica en la categoría 2A de toxicidad cancerígena, y que es asociado a problemas de insuficiencia renal, autismo y cáncer, cuyo uso aumentó en Bolivia en los últimos años. Según datos del INE, el 63% de las comunidades cruceñas afirman que sus aguas están contaminadas con agrotóxicos. A escala nacional esta contaminación llega al 40%.

Alternativas

La producción agroecológica es fomentada en comunidades indígenas y campesinas a nivel nacional por diferentes instituciones y ONGs. Esta se basa en abonos orgánicos, rotación de cultivos, combinación estratégica de cultivos, sistemas de riego y microrriego, y otras técnicas de perfeccionamiento continuo y adaptado a los contextos locales, siempre aprovechando la vocación productiva y del suelo de las distintas regiones de Bolivia.

En las zonas amazónicas, otra alternativa usada es la agroforestería, que se destaca como método por su imitación de los procesos naturales y la asociación de cultivos y frutales con especies nativas, melíferas, medicinales.

Este sistema logra una producción diversa en un menor espacio utilizando diferentes estratos productivos en la misma parcela, combinando especies nitrificadoras del suelo con cultivos que necesitan mucha cantidad de este nutriente, logrando producción de mayor calidad (sin uso de agroquímicos) y de mayor cantidad, ahorrando además el agua de riego.

Ambos métodos son escasamente apoyados por el Estado, que está apostando mayormente a la deforestación, ampliación de la frontera agrícola y ganadera, y a la producción de monocultivos como la soya, caña y otros destinados a la exportación y la producción de agrocombustibles.