Por Helena Cotler Ávalos*, Sin Embargo, 4 de diciembre de 2018

Las consecuencias de la erosión de éstos afecta las actividades agropecuarias, da pie a la emisión de gases de efecto invernadero, inundaciones y hasta disminuye la capacidad de almacenamiento de agua y su purificación, alerta la especialista en Ciencias Agronómicas, cuyas investigaciones se centran en la conservación del suelo, la integridad de las cuencas hidrográficas y la política pública.

El interés por la autosuficiencia y la soberanía alimentaria es retomado con fuerza por el nuevo Gobierno.

En efecto, este es un objetivo cada vez más urgente ante la actual pobreza alimentaria, el crecimiento de la población y los impactos del cambio climático (desertificación, nuevas plagas). Las soluciones que se han utilizado en el pasado, basadas exclusivamente en fertilizantes y agroquímicos nos dejaron impactos ambientales y sociales que no podemos repetir: eutrofización y contaminación de cuerpos de agua, contaminación de suelos, daños irreversibles en salud humana, eliminación de insectos polinizadores, pérdida de especies vegetales nativas, pérdida de conocimiento local, migración, entre otros.

La calidad de los suelos también ha sido víctima de gobiernos neoliberales que dieron la espalda a la sostenibilidad del campo mexicano, privilegiando subsidios a agroquímicos, a combustibles, a una agricultura industrializada y abandonando al 70 por ciento de los productores, que con menos de cinco hectáreas producen, cada vez con más dificultades, los alimentos que consumimos.

En 2014, la Encuesta Nacional Agropecuaria (Inegi) mencionaba que cerca del 40 por ciento de los agricultores se les dificultaba realizar actividades agropecuarias debido a la pérdida de fertilidad de los suelos. En efecto, el costo de reemplazo de la fertilidad natural, a través de fertilizantes puede alcanzar los 38-54 dólar /hectárea (Cotler et al. 2011), es decir que la erosión de suelos les cuesta a los agricultores más del 60 por ciento de Proagro.

La erosión de suelos, que ya alcanza 66 por ciento del país (INEGI, 2015) impacta seriamente sobre los rendimientos agrícolas. Algunos estudios (González-Mateo et al. 2007) concluyen que el rendimiento de maíz en Guerrero disminuyó de 0.47 ton/ha a 2.6 ton/ha en zonas de erosión ligera a erosión fuerte, respectivamente. Considerando que el rendimiento promedio nacional es de 3.2 ton/ha, las áreas agrícolas de temporal con erosión pueden estar perdiendo hasta el 81 por ciento de su producción. De estos datos puede inferirse que una de las causas de la carencia alimentaria (Coneval) puede ser la erosión de los suelos.

La pérdida de los suelos no sólo afecta las actividades agropecuarias, sino toda nuestra vida. Perder este cuerpo natural, significa también perder una inmensa biodiversidad que en ella habita y que mantiene (vegetación, animales); la remoción y mineralización de la materia orgánica de los suelos, a través de la erosión, promueve la emisión de gases de efecto invernadero (CO2 y CH4); el incremento de azolve en presas, disminuye su capacidad de almacenamiento de agua e incrementa los costos de su purificación; los azolves en ríos aumentan los riesgos por inundaciones, además que deteriora ecosistemas acuáticos, ocasionando la pérdida de su biodiversidad.

Estos impactos son cada vez mayores, teniendo en cuenta que las tasas de pérdida de los suelos calculadas actualmente son entre 10 y 40 veces más altas que las de reposición de éstos. Esta situación incrementa nuestra vulnerabilidad ante el cambio climático, ya que suelos pobres en materia orgánica tienen menos posibilidad de retener humedad, quedando así expuestos a procesos de desertificación. La CNULD (Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación) menciona que la desertificación podría hacer migrar a entre 50 y 700 millones de personas antes del 2050. Sólo en México entre 700 mil y 900 mil personas emigran anualmente de las tierras secas hacia Estados Unidos (CNULD).

El tema de conservación de suelos no es exclusivo de las zonas rurales, queda aún mucho por entender y por hacer en las zonas urbanas. En éstas los suelos también son esenciales para promover la infiltración de agua, para absorber metales pesados, para disminuir tolvaneras, capturar carbono, mantener nutrientes suficientes para sostener vegetación que disminuye la temperatura y regula los picos de calor. Entendiéndolo de este modo, no se trata solamente de tener “áreas verdes” sino de promover suelos de calidad.

Continuar con los mismos paradigmas que hemos mantenido hasta hoy sobre el manejo de los suelos amenaza nuestra posibilidad de cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con relación a tema vitales como la Reducción de desastres, Hambre cero, Agua limpia, Ciudades y comunidades sostenibles, Acción por el clima, Vida de ecosistemas terrestres.

Por ello, urgen políticas públicas que aborden el manejo de los suelos con flexibilidad, en función de las condiciones socioambientales diversas del país, programas que enfaticen en la incorporación de materia orgánica hacia los suelos, coadyuvando saberes tradicionales con conocimiento científico, fortaleciendo las instituciones gubernamentales y académicas para que aporten mayor conocimiento en el análisis y el monitoreo del estado de los suelos, y en el contexto de un manejo adaptativo se evalúen las prácticas de conservación para asegurar que éstas cumplen con los objetivos buscados.

A nivel mundial, el 5 de diciembre se conmemora el Día Mundial de los Suelos y es una llamada urgente para regresar la vista a lo más esencial, aquello que nos da vida, a los suelos.

*Helena Cotler Ávalos. Dra. en Ciencias Agronómicas en Gembloux (Bélgica). Ha trabajado en el Instituto de Ecología y el Instituto de Geología de la UNAM. Sus líneas de investigación se relacionan con erosión de suelos, servicios ecosistémicos y manejo de cuencas hídricas. Ha dirigido varios proyectos relacionados con análisis del costo de la erosión de suelos agrícolas en México, el análisis de los servicios ecosistémicos de los suelos de la Ciudad de México. Es directora de Manejo Integral de Cuencas Hídricas en el Instituto Nacional de Ecología.