Por Fernando Guzmán, Gaceta UNAM, 12 de noviembre de 2018

El chapulín de milpa (Sphenarium purpurascens) es una de las plagas más devastadoras en el centro y sur de México, pero si se recolecta como recurso alimentario (es fuente de proteína sana, sustentable, barata y no contaminante) podría ayudar a combatir la desnutrición y la obesidad en el país, a reducir el consumo de carne convencional y a bajar la emisión de gases de efecto invernadero generados por las actividades ganaderas.

Cada año, por ejemplo, en el Valle de Puebla-Tlaxcala, entre 40 mil y 50 mil hectáreas de cultivos de maíz, alfalfa y frijol son infestadas por S. purpurascens, especie endémica de México.

“Es tan destructiva esta especie que, si en un metro cuadrado de parcela hay unos cien chapulines, se comerán casi toda la planta, la cual, al carecer de áreas fotosintéticas, morirá o ya no dará frutos (mazorca o vainas)”, afirmó René Cerritos Flores, investigador de la Facultad de Medicina adscrito al Centro de Investigación en Políticas, Población y Salud de esta casa de estudios.

Un cálculo del especialista universitario indica que, si normalmente se cosechan cuatro toneladas de cultivo por hectárea, con la infestación es posible que únicamente se obtenga una.

Extracción sustentable

¿Cómo aprovechar de manera sustentable una plaga para que deje de serlo? De acuerdo con el experto de la UNAM, basándose en políticas públicas puede extraerse la mitad de los chapulines que infestan las áreas de cultivo, para atacar el problema de injusticia alimentaria.

“La extracción de la mitad de ellos permitiría alcanzar tanto su sustentabilidad como la seguridad alimentaria para generaciones posteriores. Recordemos que en México hay 1.5 millones de niños con desnutrición crónica.”

En nuestra nación, el chapulín de milpa invade cerca de un millón de hectáreas. Con la distribución actual, sólo de esta especie se podrían extraer de 200 mil a 500 mil toneladas.

Industria informal

En opinión de Cerritos Flores, México se ha tardado mucho en desarrollar una industria de insectos comestibles, debido a la informalidad de la captura del chapulín de milpa.

“Desde hace más de 30 años, los chapulineros lo extraen clandestinamente de cultivos, sobre todo de alfalfa. En un día recolectan con redes de 10 a 15 kilos. Un riesgo sanitario es que en la colecta vayan aquéllos sobrevivientes a los insecticidas (malatión, principalmente) que se aplican a las parcelas para controlar la plaga.”

Por eso, para su formal industrialización y comercialización, es necesario que sea un producto inocuo, esto es, libre de contaminantes, de bacterias entéricas y de otros componentes que puedan ser dañinos para la salud de las personas.

“Además de la validación sanitaria de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios, su cadena de extracción, distribución, venta y consumo requiere políticas públicas y la participación de un grupo multidisciplinario integrado por ecólogos, nutriólogos, abogados, psicólogos, mercadólogos…”, añadió.

Planta experimental

Si bien los modelos desarrollados por Cerritos Flores confirman el gran potencial del chapulín de milpa para dejar de ser plaga e integrarse a la dieta del mexicano en sustitución de productos cárnicos, aún no se ha podido gestionar su aplicación en agrosistemas de México.

“Ya sabemos que, de la región en donde esta especie es considerada una plaga (conformada por los estados de Puebla, Tlaxcala, Oaxaca, Hidalgo, de México, Querétaro, Michoacán y Guanajuato) pueden extraerse 350 mil toneladas, con las que podrían alimentarse nueve millones de personas durante un año, con una ración de 25 gramos al día.”

Tal cantidad de insectos comestibles ayudaría a aminorar la desnutrición infantil en México e incluso, con una buena promoción, a sustituir productos elaborados con harinas refinadas y azúcares, como la fructuosa y la sacarosa, cuyo alto consumo es causa de obesidad y sobrepeso.

“Sería bueno establecer políticas públicas para desincentivar el consumo de productos chatarra (sopas, refrescos, jugos industrializados) y sustituirlos poco a poco con insectos comestibles, los cuales formaban parte de la dieta de las culturas mesoamericanas”, precisó el investigador.

En unos tres años, previa gestión con las instancias correspondientes (federal, estatal y/o municipal, así como dueños de agroindustrias) y con base en modelos desarrollados por Cerritos Flores, podría montarse una planta experimental para evaluar la viabilidad y las ventajas de la extracción y comercialización del chapulín de milpa como recurso alimentario.

Propuesta

En un estudio comparativo, René Cerritos comprobó que si se quiere que una vaca produzca (aumente de peso) un kilo de carne debe comer 13 kilos de alfalfa; en cambio, el chapulín de milpa sólo necesita 1.7 kilos de aquélla para producir un kilo de biomasa.

“Una de las industrias que emite más gases de efecto invernadero es la ganadera. Millones de cabezas de rumiantes emiten dióxido de carbono (a través de la respiración) y metano (por su sistema digestivo y en el excremento). Por si fuera poco, la cantidad de agua y suelo necesario para producir carne de vaca es insostenible”, dijo.

Además, toda la cadena de producción de carne de res es extremadamente ineficiente. En el mundo, más de la mitad de lo que produce la agroindustria del maíz se destina a alimentar reses, que luego nos comemos. Para dar de comer a cien cabezas de ganado se necesitan más de cien toneladas de maíz, en cuya producción también está inmiscuido el petróleo como combustible para que toda la maquinaria relacionada con su producción y transporte funcione.

“Lo ideal es que el maíz se use para alimentar a las poblaciones humanas y que con insectos comestibles se sustituya, al menos en una proporción significativa, el consumo de carne convencional.

Alimento proteico

La proporción de material digerible y la presencia de todos los aminoácidos en S. purpurascens hacen que sea un alimento proteico de alta calidad. Contiene 53.17 por ciento de proteína, 4.13 de grasas, 2.31 de carbohidratos y 19.5 de fibra.

Un kilo de chapulín de milpa incluso puede contener el doble de proteína que un kilo de carne convencional (res, cerdo y pollo), y comparado con el del atún u otro pescado, su valor proteico es similar. Asimismo, tiene una gran cantidad de minerales y vitaminas, y es más bajo en grasas que la carne magra. Su exoesqueleto, formado por quitina, funciona como fibra y es benéfico para la microbiota del ser humano.