Por Diego Calmard, Proceso, 5 de agosto de 2018

El Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), la controvertida megaobra de la que se ufana el presidente Enrique Peña Nieto, dicen, simplemente no se sustenta. Se está construyendo sobre una superficie pantanosa y lo más probable es que, una vez terminada, se hunda.

El Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), la obra más ambiciosa y polémica de la administración de Enrique Peña Nieto que se erige sobre el lecho del antiguo Lago de Texcoco, es un desastre ecológico.

Se está construyendo sobre un pantano. Y, para darle solidez a la superficie donde estarán las futuras pistas, se necesitan más de 63 millones de metros cúbicos de tezontle, la piedra roja de origen volcánico que las mineras extraen de las laderas de los cerros, volcanes y depresiones del oriente del Estado de México, lo que afecta severamente el hábitat y a los pobladores de Texcoco y San Salvador Atenco.

El NAICM será el más costoso en dinero, vida y afectaciones sociales, comentan los habitantes de las comunidades afectadas

Empresas como Grupo México, Ingenieros Civiles Asociados, Coconal y Grupo Carso, del magnate Carlos Slim, son las encargadas de extraer el material pétreo de los cerros ubicados al sur del Valle de Tizayuca, al norte de la zona arqueológica de Teotihuacán, alrededor del denominado Cerro Gordo.

Comuneros de municipios de San Martín de las Pirámides, San Juan Teotihuacán y Temascalapa bautizaron a esa cadena con nombres indígenas como Teclalo, Tepozayo, Tlaltepec, Tecomazuchitl, que ahora son perforados sin piedad por las mineras.

Las obras del NAICM avanzan en forma inversamente proporcional a la destrucción de esos cerros y los sitios arqueológicos de la región, sobre todo en los municipios de Temascalapa y Axapusco, donde están los cerros Teclalo y San Cristóbal, por lo que el Centro del Instituto Nacional de Arqueología e Historia en el Estado de México (CINAHEM) exige la suspensión inmediata de la extracción de Tezontle.

Teclalo y San Cristóbal semejan volcanes con cráteres y laderas desérticas de tono café y rojizo; hoy, el incesante desfile de las góndolas que trasladan el tezontle desdibuja la comunidad. Los habitantes apenas reconocen los viejos caminos por los que solían caminar. Algunas viviendas cercanas a la colina ya no existen.