Por Mario Osava, IPS Noticias, 4 de mayo de 2018 

José Antonio Borges, propietario de 98 hectáreas de tierra y 30 vacas en Ipirá, uno de los 14 municipios de la cuenca, en el nororiental estado de Bahia, casi triplicó durante los últimos dos años su producción de leche, que puede alcanzar 400 litros por día, y sin aumentar su rebaño.

Para alcanzar ese logro contó con la asistencia de técnicos de Adapta Sertão (sertón), un proyecto promovido por una coalición de organizaciones bajo la coordinación de la Red de Desarrollo Humano (Redeh), que tiene sede en Río de Janeiro.

“Si despierto y no oigo el mugido de las vacas, no puedo vivir”, afirmó Borges para realzar la vocación que le impidió abandonar la actividad en los peores momentos de la sequía que fustigó los últimos seis años a la ecorregión del Semiárido, un área de escasas lluvias en el interior del Nordeste brasileño.

Su mujer, Eliete Brandão Borges, sí renunció y se mudó a Ipirá, la ciudad que es cabecera del municipio, donde se dedica a la costura. Con ella vive el hijo de ambos, de 13 años, para facilitar sus estudios. Pero no descarta volver a la finca, “si surge un buen proyecto, como criar pollos”.

El marido, que “se atormenta tras algunas horas en la ciudad”, apunta como factores de la mayor productividad lechera al cactus forrajero (Opuntia ficus-indica Mill), una especie proveniente de México, que usa como complemento alimentario del ganado, y al segundo ordeño diario.

“Los vecinos me llamaban loco por sembrar el cactus en forma adensada (concentrada), antes la usábamos, pero la sembrábamos de manera dispersa”, recordó. Hoy, a los 39 años, Borges es un ejemplo y recibe en su finca visitas de otros agricultores interesados en conocer las razones de su éxito productivo.

Comenzó con un camino inverso, lo llevaron a él a visitar otra propiedad con siembra adensada para convencerlo, contó Jocivaldo Bastos, el técnico de Adapta Sertão que lo asesoró. “En realidad no tengo cactus”, reconoció el ganadero al conocer la innovación.

El cactus sin espinas usado para forraje, una planta xerófila resistente a la escasez hídrica, se convirtió en un alimento salvador para el ganado durante las sequías. Es una forma eficiente de almacenar agua para los períodos más secos del Sertão, nombre popular del territorio más seco del Nordeste que también identifica otras áreas del interior poco poblado e inhospito del Brasil.

También se está extendiendo por el Semiárido la construcción de las cisternas de hormigón, destinada a captar aguas pluviales y que cuesta 12.000 reales (3.400 dólares) y logra almacenar hasta 70.000 litros al año. Con ese dinero se logra sembrar 0,4 hectáreas de cactus, lo que equivale a 121.000 litros de agua anual, estimó un estudio de Adapta Sertão.

Pero eso exige cuidado en los detalles, como el abono, la irrigación por goteo, eliminar los matorrales y seleccionar las plántulas. De su primera siembra adensada de la chumbera, Borges “perdió todo”. 

Luego siguió el asesoramiento del técnico agropecuario Bastos y actualmente posee tres hectáreas de cactus y tiene planes de ampliarlas.

Al inicio también le asustó la necesidad de aumentar las inversiones, antes limitadas a 500 reales (142 dólares) al mes. Ahora gasta doce veces más, pero obtiene ingresos brutos que suman 13.000 reales (3.700 dólares), según Bastos.

El segundo ordeño, en la tarde, también fue clave para que Normaleide de Oliveira, una viuda de 55 años, casi duplicase su producción de leche. Hoy alcanza entre 150 y 200 litros diarios con  solo 12 vacas lecheras, en su finca a 12 kilómetros de Pintadas, la ciudad en el centro de la cuenca del Jacuípe.

“Es la leche la que da ingresos para vivir”, destacó la campesina, que posee otras  30 reses. “Tenía 60 en total, pero vendí algunas por la sequía, que casi me hizo renunciar a todo”, dijo.

A la cuenca del Jacuípe se considera privilegiada en comparación con otras partes del Semiárido. Sus ríos se secaron, pero en los pozos perforados brota mucha agua que al bombearse irriga los cultivos y abrevaderos.

Oliveira cuenta con la ventaja de poseer dos lagunas en su propiedad, una de las cuales nunca se secó totalmente durante los seis años de sequía.

Ahora construye un estanque de hierro-cemento, construido sobre una gran roca cerca de su casa y que va a dedicar a la cría de peces y a irrigar sus huertos. Su altura permitirá la irrigación por gravedad de las siembras de sandía, calabaza y hortalizas que proyecta cultivar Oliveira, que vive con su hija y yerno.

El estanque es una propuesta de Jorge Nava, un experto en permacultura que colabora con Adapta Sertão desde el año pasado, aportando nuevas técnicas para optimizar el aprovechamiento del  agua disponible.

Diversificar la producción y regenerar la naturaleza, para incorporar sustentabilidad y capacidad de adaptación al cambio climático en la agricultura familiar, son objetivos del Adapta Sertão.

En Ipirá, Borges ya posee su estanque de seis metros de diámetro y uno de profundidad, con 23.000 litros de agua, rodeado de un sembradío de cilantro. En él cría 1.000 tilapias (Oreochromis niloticus), una especie cada vez más popular en la piscicultura.

Cerca crece lo que el campesino llama “el bosque”, algunas decenas de árboles frutales en un terreno inclinado con surcos en curvas de nivel, donde ya antes sembraba sandías irrigadas por goteo y que ahora conviven con el nuevo proyecto.

“En 70 días él cosechó 260 sandías” y se cubrió de vegetación una tierra tan resecada y endurecida por la compactación, que el tractor tuvo que arar varias veces, pequeñas capas cada vez, explicó Nava. “Y en 40 días el terreno seco se transformó en verde”, celebró.

El cultivo con surcos en curvas de nivel, o de contorno, contienen la escorrentía del agua y humedecen por igual la tierra. Si los surcos fuesen cavados en declive encharcarían la parte baja, dejando seca la de arriba, con lo que se echaría a perder la irrigación, explicó el experto en permicultura.

Ese “bosque” cumplirá tanto la función de proveer frutas y regenerar el paisaje como la de aprovechar mejor el agua, ayudando la infiltración en el suelo y funcionando como barrera para el viento que agrava la evaporación, acotó.

Son pequeños detalles de respeto a leyes naturales, de evitar el desperdicio y de multiplicar el agua con su reuso, que permiten vivir bien en pequeñas propiedades con el mínimo del recurso, sostuvo.

En situaciones críticas se trata tan solo de mantener vivo el vegetal con mililitros de agua, hasta que la próxima lluvia asegure la producción, como pasó con las sandias de Borges.

Nava atribuye su misión y sensibilidad para buscar soluciones según las condiciones y demandas locales a la vida de su familia, que migró del extremo sur de Brasil para Apuí, en la Amazonia profunda, en 1981, cuando él tenía tres años.

Para estudiar a veces tenía que viajar nueve días desde su casa a través de la selva. Se dio cuenta del riesgo de desertificación de la Amazonia. Sus bosques de raíces superficiales son muy vulnerables a sequías y la deforestación, constató.