Por Martín Jali, La Nación, 3 de abril de 2018

Hasta hace un par de años mi abuela, que tiene 87 años, no conocía la palta . Ahora, todas las semanas le compra tres o cuatro -a veces más, dependiendo de la estación- a una mujer llamada Arnalda, que las vende en la avenida, a tres cuadras de su casa.

Usa las paltas para ensaladas -aprendió a hacer guacamole siguiendo una receta que vio en El gourmet- y también en la merienda, a la hora del mate, untándolas sobre el pan. Si bien la Argentina produce palta en provincias como Salta, Tucumán y Misiones y la exporta, lo que queda no alcanza para abastecer al mercado interno y casi el 90% de lo que se consume aquí es importado.

Lo mismo sucede en el resto del mundo: gran parte viene desde una de las 22.000 huertas aguacateras de un estado ubicado en la zona oeste de México, llamado Michoacán, un estado literalmente al borde del colapso ambiental. Es que, como mi abuela, hay cientos de miles de personas que en los últimos años han incorporado la palta a sus dietas, conformando así uno de los ejemplos más claros de cómo el consumo internacional de determinado producto puede promover impactos ambientales graves en países subdesarrollados.

La palta, o aguacate, se ha convertido en una verdadera superfood con una demanda altísima de consumo, especialmente en el enorme mercado de Estados Unidos y en Europa, pero también en países como Japón, China y Canadá. Esto ha generado un incremento sustancial en los precios hasta volverse casi inaccesible para los propios mexicanos, quienes la producen. Es más, el principal snack que viene publicitando el Super Bowl es la palta mexicana. El año pasado, solo para este evento, se importaron 100.000 toneladas de palta para ser consumidas esa misma semana, nada menos que el 12% del consumo anual estadounidense. Hagan la cuenta.

Como sucede en nuestro país con la soja, no hay nada más lucrativo en el oeste mexicano que plantar árboles de palta, lo que ha llevado a una deforestación alarmante de amplios bosques de pino y encino. Según el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap), en los últimos cinco años se han deforestado 170.000 hectáreas de bosques en la zona de Michoacán. En muchos casos, el modus operandi consiste en iniciar incendios forestales para luego plantar árboles de aguacate en el terreno desértico; en otras ocasiones, los árboles de aguacate se plantan debajo de los pinos, para así camuflarlos a los ojos de las autoridades.

“Todos los alimentos que se ponen de moda y comienzan a generar alta demanda en el mundo provocan transformaciones en el sistema productivo. Entre las consecuencias más graves está el desplazamiento de las propias producciones. Nosotros tenemos un ejemplo muy claro: la soja, que se puso de moda como una commodity y pasó a ocupar el 60% de la tierra cultivable de nuestro país, en detrimento de nuestros propios alimentos”, dice Soledad Barruti, periodista, autora del libro Malcomidos y una de las referencias críticas más importantes en materia de alimentación y sistemas de producción agrícola-ganaderos.

Mientras el propio estado mexicano pone su aparato publicitario al servicio de uno de sus principales productos de exportación, documentales como Los aguacates del diablo, que puede encontrarse en francés en YouTube, viene mostrando el detrás de escena de uno de los alimentos más consumidos del mundo. Entre panorámicas de montes deforestados y la utilización de agrotóxicos, aparece también otro problema: el precio internacional de la palta ha aumentado tanto que se convirtió en un negocio muy lucrativo para bandas narcos como Los Caballeros Templarios, que dominan la producción y les piden a los productores la mitad de sus ganancias. Esto generó, a su vez, que los pobladores formaran su propia fuerza de seguridad civil que se encarga de patrullar la zona de Michoacán.

“La palta se inserta dentro del sistema delictivo mexicano y de lo que sucede en ese país con el narcotráfico. Lo que tenés es un sistema de amenazas y criminalidad, que no solo sucede con la palta, sino también con productores de cacao y con los que producen sistemas agroforestales. Es algo que pasa mucho en México: los narcos los obligan a generar para ellos, y se vuelven dueños de esas producciones”, dice Barruti.

En relación directa con este pasaje criminal y la ausencia del Estado, aparece la utilización de insecticidas elaborados en base a organofosforados -altamente tóxicos- y cargamentos de Perfekthion, ácido fosfórico y Naled 90, todas sustancias prohibidas por el gobierno mexicano, Estados Unidos y Europa. Estos agroquímicos generan efectos nocivos en los trabajadores y en la población de Michoacán, entre otros: abortos, enfermedades degenerativas, malformaciones y problemas reproductivos. “Como es un negocio clandestino, no hay un Senasa que vaya a ver si los narcos están haciendo bien las cosas. Entonces, hay paltas completamente contaminadas con agroquímicos”.

Soledad Barruti lo sabe muy bien: estas son las consecuencias que aparecen cuando “el mundo decide que necesita un alimento” y hace cualquier cosa para conseguirlo.