En tiempos transgénicos, Ixtenco celebra al maíz nativo

¿Cómo involucrar a la gente en un proceso tan arduo?, en la defensa de un grano que “debiera ser tratado como tesoro nacional”, aseguran los campesinos.

Por Hannah Yahel Haaz Barahona, La Jornada de Oriente, 30 de marzo de 2018

“México se acaba donde el maíz se muere” escribió en su poesía Gabriela Mistral, y no podría describirse mejor la relación que nuestros pueblos han mantenido con esta herencia milenaria.

Ab aeterno, el maíz nativo ha sido el alimento base de la población mexicana; “somos hombres y mujeres de maíz”, comentaba un campesino mientras observaba con detenimiento las decenas de variedades de grano que abundaban las mesas del kiosko del municipio tlaxcalteca de San Juan Ixtenco con motivo de la octava edición de la Fiesta del Maíz.

Un festejo a la vitalidad mexicana

Ixtenco, “atole agrio que se toma en la fiesta” en otomí, ha logrado resguardar su lengua y tradición prehispánica por más de 500 años desde su fundación en las faldas orientales del Malintzin. Por ello, la “Ngo r’e dethä”, nombre del festejo en la lengua nativa del lugar, es una iniciativa comunitaria que desde hace ocho años fue gestada con la intención de conservar, difundir y defender los maíces criollos de la región.

Por tanto, el pasado 23 y 24 de marzo, los pobladores de Ixtenco dejaron de lado el descontento social que se vive en su comunidad a raíz de los conflictos sucedidos con la administración pública en turno, para suscitar la celebración al producto y actividad al que han dedicado su vida por generaciones.

Prepararon un conjunto de actividades: pláticas sobre la soberanía alimentaria en tiempos de oligopolización de la producción de semillas, mesas de intercambio de los saberes de los campesinos, danzas y cantos a la vitalidad del maíz, entre otros tantos talleres y proyecciones de documentales que se encargaron de revelar el provecho de la riqueza concentrada en este grano.

Estuvo a la disposición del público un sinnúmero de artesanías otomíes que variaba entre bordados en pepenado, cuadros de semillas y tejidos en telar de cintura, típicos de la región. Mientras que las mesas dedicadas a la gastronomía del maíz rebosaban de mole de matuma y de atole morado o agrio, una bebida espesa hecha con maíz fermentado y endulzado con panela que tarda un día y medio en prepararse, además de otros productos característicos de las industrias rurales de Ixtenco.

Más la atracción principal de la fiesta fue la expo-venta de la sorprendente variedad de razas de las semillas: había canastas que colmaban de maíz azul, morado y rosa, del conocido como cacahuazentle, del sangre de Cristo y del singular maíz ajo.

El evento funciona como un escaparate para mostrar las variedades de maíz que tienen, a la vez que generan ganancias al comercializar con las semillas que seleccionan de la mazorca a partir de su calidad para sembrar; así los resguardadores del maíz criollo aprovechan la ocasión para propiciar la compra de sus principales consumidores: otros agricultores de comunidades aledañas. De ahí la fecha de esta fiesta en particular, Domingo de Ramos por marcar el inicio de la cosecha.

Vicente Ortega, agricultor comprometido con la defensa del maíz criollo, recuerda que antes de la Fiesta del Maíz, únicamente cosechaban las semillas para preservarlas; de suerte que agradezca que actualmente la demanda de las variedades haya crecido, hoy en día también cosechan para comercializar. “Para las personas son muy atractivas las variedades, les llama la atención ver maíces de diferentes colores y comer tortillas rojas o azules.”

“La agricultura se ve fácil cuando el arado es un lápiz y se está a mil millas del campo de maíz”: Dwight D. Eisenhower

Sin duda, de tal fiesta resalta que todas las variedades de maíz ofertadas por la comunidad sean criollas, es decir de polinización abierta, bajo el contexto de la proliferación de semillas transgénicas y las tecnologías desarrolladas por gigantes como Monsanto. Se trata de un proceso difícil de llevar a cabo al, por ejemplo, no utilizar más riego que el temporal; de ahí que cada ciclo sea largo al durar entre 7 y 8 meses.

“Hoy en día es complicado hablar de un proyecto sustentable”, explica Ortega. “Además habría que trabajar la parte social, que los compañeros acepten la transición. Me dicen: ¿quitar fertilizantes?, ¿cómo crees?, si eso no te sirve, ¿estás loco?, ¿para qué gastas más?, yo no le entro porque no quiero deshierbar a mano.”

Por lo anterior, es que justamente esta celebración es por la lucha en contra de esas casas semilleras productoras de maíz transgénico o híbrido. “No es un peligro, sino un reto a vencer porque van desplazando a los maíces nativos, lo que hace a su vez que nos volvamos dependientes a este tipo de semillas”, afirma Vicente Ortega.

Entre muchos otros factores, lo alarmante de las siembras transgénicas son los contratos de concesión de licencias de uso firmadas entre los agricultores y empresas como Monsanto, ya que el monto de inversión del agricultor es comprometedor al ser necesario el uso de paquetes tecnológicos especiales (herbicidas, nematicidas, acaricidas y fertilizantes) para asegurar la cosecha de la temporada. Además, una vez utilizadas las semillas, su reuso se vuelve imposible porque la calidad de la semilla disminuiría de ser así, entonces los agricultores deben comprar más. “Te amarra eso. Es una competencia desleal”, lamenta el agricultor nativo de la región. “Y aunque uno lo intente hacer de manera, digamos, orgánica o libre de químicos, es casi imposible porque si el vecino que está arriba de ti no lo hace, te va a contaminar por la lixiviación o la polinización.”

Entonces la cuestión recae en ¿cómo involucrar a la gente en un proceso tan arduo?, en la defensa de un grano que “debiera ser tratado como tesoro nacional”, aseguran los campesinos. No podemos olvidar que la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología ha declarado al pueblo de Ixtenco como custodios de los maíces criollos de colores en el aporte del patrimonio Agrícola Mundial.

La reconciliación del maíz criollo ante la amenaza de modificaciones genéticas

En el 2011, el Congreso del Estado de Tlaxcala aprobó la Ley Agrícola de Fomento y Protección al Maíz como Patrimonio Originario, en Diversificación Constante y Alimentario; legislación con la cual la entidad se convirtió en el primer estado del país en contrapesar el avistamiento de los consorcios internacionales que desde el 2005, con la promulgación de la Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados (LBOGM), han pretendido apoderarse, sembrar y hacer experimentos con las semillas criollas del maíz en su centro de origen.

Con dicha ley, la intención fue declarar al maíz criollo como patrimonio de Tlaxcala; así como fomentar el desarrollo sustentable de este grano al promover su productividad, competitividad y biodiversidad. No obstante, la LBOGM, al tratarse de una ley federal,  permanece como la máxima que determina las regulaciones sobre tal siembra a escala nacional.

Por lo anterior, cabe señalar la demanda colectiva que lleva más de cuatro años en disputa legal con Sagarpa, Semarnat, Monsanto, PHI (Pioneer-Dupont), Syngenta y Dow Agrosciences, por mantener la suspensión que han logrado imponer a la siembra de maíz transgénico en todo México. 53 personas, entre científicos, apicultores, académicos, campesinos, defensores de derechos humanos, ambientalistas, artistas, y más consumidores de la semilla milenaria, persiguen que las autoridades declaren que “la liberación o siembra de maíces transgénicos dañará el derecho humano a la diversidad biológica de los maíces nativos, de las generaciones actuales y futuras; así como los derechos relacionados: derecho a la alimentación, derecho a la salud y derechos de los pueblos originarios.”

Lamentablemente, ante la reciente fusión de Bayer y Monsanto que, en palabras de los críticos de tal expansión de participación de mercado, “creará la corporación de agronegocios más grande y poderosa del mundo”; y la cercana aprobación de la Ley General de Biodiversidad; el freno de la entrada de semillas genéticamente modificadas y pesticidas tóxicos en México se vulnera.

Por ello, más que nunca se ha convertido en el trabajo de todos el resguardo de esta herencia ancestral que para México significa mucho más que sólo un sustento alimentario. Si como sociedad nos inquietamos por investigar el origen de los alimentos que consumimos, si nos interesamos por participar en celebraciones a los productos autóctonos de nuestro país como la Feria del Maíz de Ixtenco, y adquirimos los productos de agricultores comprometidos con el maíz criollo como Vicente Ortega, los beneficios del grano seguirán siendo el legado que las futuras generaciones mexicanas puedan aprovechar.