Por Xóchitl Karina Torres Beltrán, Olivia Tena Guerrero, Ivonne Vizcarra Bordi y Alejandra Salguero Velázquez *, La Jornada, 18 de febrero de 2018

Sin embargo, en el contexto rural la dominación, la discriminación y la subordinación de las mujeres, legitimada por una ideología patriarcal y de división sexual y genérica del trabajo, las confina a ocupar un lugar social inferior, además de por su condición de género, por su condición étnica, por la clase social y por la edad, entre otras.

Las actividades que se desarrollan en las zonas rurales en torno al maíz son realizadas en su gran mayoría por mujeres, formando parte de su doble jornada que, más que eso, puede ser vista como una multipresencia, pues el maíz está presente tanto en sus casas, como en el campo y en otros espacios donde haya que hacer aquello que está relacionado con el bienestar de los otros.

Ellas han aportado su fuerza de trabajo invisible en las labores agrarias como extensión del trabajo doméstico que se les asigna por ser mujeres y se han hecho cargo de la alimentación de sus familias y de sus comunidades, al producir, preparar y proporcionar los alimentos. Su trabajo, en particular alrededor del maíz, es poco o nada valorado, a pesar de la evidente importancia para la supervivencia de la comunidad; para decirlo de manera simple, si no hay tortillas de maíz, no hay qué comer y si no hay qué comer, no hay vida. La molienda y la elaboración de tortillas forman un eslabón fundamental en esta cadena de prácticas en torno al maíz que, a la vez que forma parte de la subordinación histórica de las mujeres, les ha llevado a voltear la tortilla.

A partir de las experiencias de mujeres de una comunidad mixteca del estado de Guerrero (omitimos el nombre de la comunidad por un acuerdo de confidencialidad, pues este estudio es parte de uno más amplio relacionado con el Programa Prospera y las mujeres que participaron son beneficiarias de dicho programa  y algunas temen que les quiten el apoyo), documentamos, por un lado, la multipresencia que a ellas se les demanda y asumen como un deber histórico; además de las actividades domésticas que se les asigna cultural y socialmente, ellas cuidan el maíz desde que lo siembran hasta que lo cosechan y luego lo convierten en tortillas.

Ellas organizan sus actividades en la casa y con sus hijos en función de lo que se tenga que ir a hacer al campo en las diferentes temporadas; reprograman sus tareas de tal manera que, si un día lo dedicaron completo al trabajo agrícola, -lo que para ellas es trabajo de verdad-, al día siguiente deben ponerse al corriente en el trabajo doméstico -lo que para ellas y la comunidad es un no trabajo-; esto implica sacrificar muchas horas de sueño, porque para lograrlo tienen que levantarse más temprano e ir a dormir más tarde, con su consecuente desgaste físico y emocional.

Por otro lado, la multipresencia en torno al maíz, permite a las mujeres de esta comunidad tener un cúmulo de experiencias que van generando una conciencia femenina, en la que ponen en juicio sus capacidades adquiridas en ese transcurrir de cuidar y alimentar a sus familias. Pudiera decirse que ellas mismas han “volteado” la tortilla, al haber hecho el moler como algo propio y reconocido como una forma especializada del saber en la comunidad que los hombres son incapaces de realizar. En este sentido, resguardar el maíz, cultivarlo, nixtamalizarlo, molerlo y hacer tortillas resultan ser más que una tarea de reproducción, sino un compromiso ético que exige nuevas revaloraciones. El alimento principal es la tortilla y son las mujeres, exclusivamente quienes las hacen.

Más aún, en esta comunidad algunas mujeres están resistiendo, por lo pronto de manera discursiva, las imposiciones patriarcales establecidas a partir de la división sexual del trabajo; algunas de ellas reconocen que el trabajo que realizan es mucho, aunque consideran que deben hacerlo porque a los hombres no les corresponde. Sin embargo, algunas otras refieren que sus esposos deberían colaborar con el trabajo doméstico, que incluye lo relacionado con la alimentación.

El maíz continúa siendo el sustento de la vida en las familias mexicanas rurales, por lo que sería importante que se reconociera el valor que tienen las mujeres alrededor de éste. Las mujeres, a lo largo de la historia, han construido su espacio de poder alrededor del  maíz argumentando una supuesta incapacidad masculina para la elaboración de tortillas y, aun reconociendo lo vital de su labor, es importante que no solamente fuera ese su espacio de poder, sino que tuvieran cada vez más espacios y que además esos espacios sirvan para lograr una igualdad que les permita compartir con los varones ese lugar hoy no valorado, como una posibilidad de voltear juntos la tortilla, tratando de generar espacios de igualdad y equidad entre los géneros, reconstruyendo la división sexual del trabajo, que en ocasiones ha generado más desigualdades al dividir y separar desde una visión patriarcal.