Por Fiorella Espinosa, El Poder del Consumidor 20 de junio de 2017

Sin embargo, desde que somos pequeños interactuamos con otras personas, vamos a la guardería o la escuela, y vivimos en un entorno cada vez más agresivo en cuestión de comercialización de bienes en general, pero particularmente de alimentos y bebidas.

Las niñas y los niños están expuestos a elementos que los impulsan a consumir cantidades excesivas de alimentos y bebidas, por sus sabores atractivos y sus presentaciones llamativas pero de muy poco o nulo valor nutrimental. Así es como hemos llegado a una emergencia epidemiológica por sobrepeso y obesidad en el país.

Por más que un padre quiera proteger a sus hijos de este escenario, no lo va a lograr, primero porque no puede aislarlos, y segundo porque no sabe o no puede contrarrestar campañas y estrategias mercadológicas dirigidas a la infancia y formuladas por los mejores especialistas. Es en ese momento en el que debe entrar el Estado.

Desde 2010 se implementaron cambios en las escuelas del país, con la intención de ofertar únicamente alimentos saludables y dejar fuera la comida chatarra. Sin embargo, en muchos planteles esto aún no se cumple, y aunque son diversos los motivos, uno de los más comunes es que no todos los miembros de la comunidad escolar (directores, maestros, padres de familia, vendedores, alumnos) alcanzan a dimensionar la importancia que tiene una alimentación adecuada entre la población infantil.

La diferencia entre consumir azúcar, grasa y sal durante el recreo, frente a nutrirse de alimentos frescos, con fibra, vitaminas, minerales y otros compuestos bioactivos, así como hidratarse con agua simple, es abismal. Esto es válido no sólo en términos de prevención de enfermedades como la obesidad y la diabetes a futuro, también marca la diferencia entre un buen aprovechamiento escolar y uno deficiente en el presente.

Las niñas y los niños pasan parte importante de su tiempo en la escuela, donde se imitan, se invitan, socializan durante los momentos de comida y les otorgan significados a estos alimentos.

Si bien muchos de los hábitos alimentarios se forman en casa, la norma social generada en la escuela puede influenciar en forma importante las preferencias y el consumo entre los niños. Un buen ejemplo es la presencia de bebederos en las escuelas, si un niño lo usa, probablemente otro lo imita, y otro, y se vuelve normal y aceptado hidratarse con agua simple a lo largo del día.

Desde el año 2015, El Poder del Consumidor, junto con la Red por los Derechos de la Infancia (Redim), lanzamos la iniciativa Mi escuela saludable en la que invitamos a reportar las escuelas que aún no cumplen con la ley y siguen vendiendo comida chatarra en sus instalaciones.

En 2016, incorporamos la opción de compartir de igual manera los casos de experiencias exitosas donde por medio de la organización u otro mecanismo, se haya logrado no sólo sacar la chatarra, sino también aumentar la oferta de opciones saludables.

Este ejercicio nos ha permitido tener acercamientos con las autoridades de salud y educación, y con ello contribuir a la vigilancia de los planteles reportados, así como a impulsar las mejoras necesarias para que esta regulación logre sus objetivos: mejorar la alimentación de niñas y niños mexicanos, evitando que a futuro 1 de cada 2 niños nacidos a partir de 2010 desarrolle diabetes mellitus tipo 2, tal y como ha sido proyectado.

Entra a miescuelasaludable.org para conocer más sobre esta iniciativa y para compartir la experiencia de la escuela a la que van tus hijos.