Por Efraín Jaramillo Jaramillo*, Alainet, 22 de agosto de 2017

Paradigmas de las luchas indígenas

He recibido un buen número de comentarios a los artículos sobre los conflictos sociales en el Cauca, provocados por las ocupaciones de indígenas a tierras de pequeños propietarios, bajo el lema de la “Liberación de la Madre Tierra” (1).

Me complació que estos textos tuvieran amplia difusión; no obstante me asombró el desconocimiento del tema en muchos colombianos, aún en personas que se han distinguido por su talento y conocimientos del país y a los cuales reconozco su ilustración y sensibilidad frente a la cuestión étnica.

Algunos estaban sorprendidos por estos hechos, dejando entrever que podría tratarse de un malentendido, o aún de ‘falsas noticias’ tan comunes en el momento; otros criticaron los textos por la forma “inconveniente”, o aún “irrespetuosa”, de tratar el tema, ya que deshonraría las luchas indígenas por la “descolonización de sus territorios”. Pero otros –para mi disgusto no pocos– opinaron que se trataría de “posverdades” que le hacían el juego al ex presidente Uribe y su partido Centro Democrático, lo que les hacía suponer que era una campaña a su favor…

Pero además de esta inmerecida injuria, hubo uno en especial que me propinó una paliza, refiriéndose despectivamente a los textos, señalando mi ignorancia sobre el tema. Su autor, después de mostrarme los dientes, me remitió amablemente a leer una vasta literatura sobre la noción de Madre Tierra y su consustancial sabiduría para el desarrollo del Buen Vivir; fue, debo decirlo, un indigesto Déjà-vu que irrumpe siempre y de manera tenaz, cada vez que se contravienen verdades únicas de ideologizados colegas. Para el destinatario de este mensaje y los otros amigos que leyeron críticamente los textos, he recobrado este corto ensayo que escribí para IWGIA, (2) cuando se estrenaron en Colombia estos paradigmas, a comienzos del decenio.

“Estamos construyendo nuevos paradigmas para el mundo moderno, acerca de cómo la humanidad debe vivir de ahora en adelante” manifestó Miguel Palacín Quispe, coordinador general de la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas –CAOI–, en su reciente visita a Colombia a comienzos de agosto. Los pueblos indígenas tienen, según Palacín Quispe, “una propuesta única para enfrentar la crisis civilizatoria de los últimos tiempos, cuya manifestación más grave es el cambio climático que amenaza arrasar con todas las formas de vida en el planeta, esa propuesta se llama ‘Sumak Kawsay’.

Para compartir esta cosmovisión y avanzar en la afirmación de nuestro proyecto de la unidad de los pueblos para el buen vivir, la CAOI viene realizando foros en todos los países de América”. Estas acciones que desarrolla la CAOI son para Quispe fundamentales, pues “sabemos que en la mayoría de nuestros países, los gobiernos persisten en imponer y desarrollar modelos económicos de desarrollo capitalista neoliberal, con trato preferencial a la industria extractiva –minería, petróleo, forestal–, tratados de libre comercio, leyes que favorecen el saqueo y la depredación de la madre tierra, la militarización y la criminalización del ejercicio de nuestros derechos”.

En Colombia, destacados dirigentes del movimiento indígena vienen poniendo también, por encima de cualquier otra consideración ideológica o política, un énfasis especial en definir a la tierra como madre, como el origen de todo cuanto existe, como la única realidad verdadera a la cual se reduce el mundo. El invocar a la tierra como madre es muy común en las cosmovisiones amerindias y las de otros pueblos indígenas del planeta, que imponen un respeto sagrado por la naturaleza. No es pues algo nuevo.

Tampoco excepcional. La mayoría de pueblos indígenas la comparten. Lo que sí sorprende es que en Colombia, cuna de luchas indígenas y populares por la tierra, se busque instaurar en las organizaciones indígenas esta visión panteísta del mundo, para oxigenar las movilizaciones indígenas por la tierra y para conjurar la crisis del actual modelo de desarrollo económico, que no fue concebido teniendo en cuenta a los pueblos indígenas y negros. Se trataría entonces, de un nuevo paradigma para dotar a las luchas indígenas con nuevos contenidos filosóficos. Así la recuperación, ampliación y creación de nuevos resguardos, se llama ahora “liberación de la madre tierra”.

Este arraigado pensamiento de los indígenas andinos del Perú, Bolivia y Ecuador, que parece haber calado bien en algunos de sus hermanos indígenas colombianos, es reforzado ahora con el concepto del Sumak Kawsay o Suma Qamaña –‘Buen vivir’ y ‘Vivir bien’, en quechua y aymara respectivamente–, concepto que es presentado en sociedad como la alternativa de los pueblos indígenas frente a la crisis mundial (3). Este movimiento “madretierrista” (4) –por llamarlo de alguna manera, sin ningún asomo de ironía–, robustecido con este nuevo concepto del Buen Vivir, es actualmente un fenómeno de moda en el mundo indígena ilustrado de América, que convoca también a muchos amigos y a universidades, centros de investigación y ONG en Colombia y en el exterior.

Encontramos debilidades y vacíos en los planteamientos de los ‘madretierristas’. De esto tratan estas notas. Como siempre, vale reiterarlo, nuestra intención con este tipo de ensayos opinantes, es discutir las ideas centrales que sostienen el fundamento filosófico de este paradigma que busca aclimatarse en el movimiento indígena colombiano. Los paradigmas que no se discuten, anquilosan a las organizaciones y estancan el desarrollo de sus luchas. Ese es el recatado propósito de estas notas. Nada más.

El pensamiento ‘madretierrista’ se muestra atractivo por su aleccionador valor crítico, pues muestra de forma alegórica como la civilización occidental viene destruyendo la naturaleza de forma irreversible. No obstante llama la atención la baja factura ideológica de sus proposiciones programáticas para superar sistemas sociales tan complejos como el capitalista y el real socialista, actualmente responsables del cambio climático, del desaforado consumo de los bienes que producen los ecosistemas, de la contaminación de suelos y aguas y de la pérdida de biodiversidad, que vienen destruyendo la tierra y poniendo en riesgo la existencia de todas las formas de vida en el planeta.

Aunque en Colombia con las marchas indígenas arreció el proceso de movilización por la defensa de los derechos indígenas, el de la tierra principalmente, no parece que se haya avanzado –ni las marchas han jugado un papel importante– en la construcción de nuevas formas de participación popular para la fundación de una nueva institucionalidad democrática pluriétnica y multicultural (5) y en el desarrollo de un modelo de economía que responda a las necesidades de conservación de los ecosistemas y restauración de la declinante biodiversidad.

La acogida que tiene el movimiento ‘madretierrista’ en Colombia obedecería a la necesidad de reanimar con nuevos paradigmas conceptuales, los lemas de Unidad, Territorio, Cultura y Autonomía, que distinguieron las luchas indígenas en la Colombia de fines del siglo XX, pero que hoy se revelan endebles para enfrentar los nuevos poderes generadores de desigualdad, que tienen que ver con la transnacionalidad de las decisiones económicas que impone la globalización neoliberal –control de recursos que como el petróleo, gas, minas, agua, tierra y biodiversidad son fundamentales para la reproducción del capital– y con los intereses económicos ilegales, que se instauran en vastas regiones del país, usando métodos violentos.

No obstante impacienta la excentricidad de sus planteamientos, cuando se asume que las culturas indígenas son depositarias por naturaleza de un substrato inteligente y sagaz que se resiste a ser colonizado. Lo que es un fundamento del ayllu en la cosmovisión quechua, es transformado en la crítica central al capitalismo y a la civilización occidental. Esto, junto a la jactancia en el manejo de sus verdades filosóficas, aleja a los indígenas de otros hermanos, también excluidos y por lo tanto interesados también en la construcción de procesos democráticos incluyentes. Al no tener en cuenta que el conocimiento humano nunca es absoluto, pues está sujeto a los permanentes cambios de la ciencia y la sociedad, se terminan simplificando y desdibujando los procesos históricos.

No es sorprendente entonces, que para aclarar algún hecho de la realidad, cualquiera se aventure a lanzar un juicio desatinado, sin sonrojarse. Una perla sobresaliente de esto, la soltó el presidente boliviano Evo Morales, que atribuyó la calvicie y la homosexualidad al consumo de pollos transgénicos. No obstante la joya de la corona la puso Fernando Huanacuni, filósofo aymara, promotor del Vivir Bien, actualmente funcionario del gobierno de Evo, que con una imaginación que envidiaría García Márquez, afirmó que el terremoto en Haití había sido una señal del “ímpetu económico-global-cósmico-telúrico-educativo de la Pachamama”, un desliz sólo superado por la imaginación de Hugo Chávez, que refiriéndose al mismo hecho afirmó que “un reporte preparado por la Flota Rusa del Norte estaría indicando que el seísmo que ha devastado a Haití, fue el claro resultado de una prueba de la Marina estadounidense por medio de una de sus armas de terremotos”.

Es igualmente pasmosa la confusa sintaxis de algunos planteamientos de los ‘madretierristas’. A menudo un enunciado “fatigoso”, al ser ataviado con palabras en quechua, aymara, nasa u otra lengua amerindia, adquiriría sindéresis por la magia de los vocablos indígenas, que posibilitan enchufar el pensamiento a un gran sentido cósmico. Un fenómeno social así expuesto, no requiere mayor explicación. Jaime Núñez Huahuasoncco, hablando sobre la justicia indígena expresa por ejemplo que “el Sumak Kawsay, debe ser parte del análisis de cómo en nuestra cultura andina-amazónica, se resolvió la búsqueda del equilibrio–justicia entre los hombres y cómo nuestros antepasados los Inkas, explicaban el milagro de la conciencia colectiva, como parte del tiempo y el espacio.

Se suele decir que los quechuas marchamos “mirando” al pasado, pero eso es relativo, aquí se nos trata de poner una imagen espacial al tema temporal porque entendemos que todo pasado “se nos adelantó” y nunca sucede que el pasado “se nos atrasó”. Por eso, “Ñawi” en runa simi es los ojos con que miramos, pero cuando le damos la vuelta al “Ñawi”, por esa cualidad de la “metátesis” que tienen algunos términos mágicos del runa simi, tenemos el “Wiña-y” que significa “eterno”, “siempre”, “todo tiempo”, “tiempo ilimitado”, cuando lo usamos como adverbio temporal, pero cuando lo usamos como sustantivo o verbo neutro, significa: “crecimiento” o “acción de crecer” o “acto y efecto de desarrollar… (6)

En este 2010, año internacional de la diversidad biológica, sería una irresponsabilidad de los indígenas colombianos, apañar estas ideas y dejar en manos de los ‘madretierristas’ la dirección ideológica de su movimiento, sobre todo la orientación política de la lucha por sus territorios, la construcción de una audaz política ambiental, concertada con otros sectores campesinos y afrocolombianos para preservar el medio ambiente, el suelo y el subsuelo de la agresiva política minera del gobierno7, o, igualmente, la construcción social de la paz con justicia social y democracia, que es actualmente uno de los grandes retos que tenemos, ya que sigue pendiente en la agenda de las luchas populares, la urgente tarea de conformar un movimiento social pluriétnico para afrontar la grave situación que vive Colombia en el terreno de injusticias sociales crecientes y reparación a las víctimas de la violencia; igualmente para impulsar la necesaria reforma agraria que requiere el país y exigir la devolución de las tierras a cerca de seis millones de desplazados; pero también para contender la corrupción, ante todo de políticas públicas extractivistas (hoy otra vez en alza), para favorecer unas pocas compañías mineras que vienen destruyendo selvas y ríos, en detrimento del patrimonio de todos los colombianos y de los derechos colectivos de negros e indígenas.

El ‘madretierrismo’, no dilucida, más allá de bosquejos populistas floridos, cuál sería el camino a emprender, para construir concertadamente con el resto de los colombianos, un modelo de desarrollo, donde la economía, el mercado y la ciencia, obedezcan a la visión, que el ‘madretierrismo’ con justa razón defiende, de que los seres humanos hacemos parte –e interactuamos con el resto de seres vivos– de la naturaleza, y que el empobrecimiento de la biodiversidad es el comienzo de nuestra propia destrucción.

Se podría –disculpen la reducción– identificar en Colombia dos tendencias del ‘madretierrismo’. Una que considera al capitalismo y al real-socialismo como sistemas hegemónicos que son manejados por una clase política, parasitaria y perversa para beneficio propio; una clase dominante que no escatima métodos violentos para mantenerse en el poder. Pero que se derrumbarían –al fin y al cabo serían “tigres de papel”– cuando aparece en escena un movimiento popular unificado y sólido.

Esta tendencia es común encontrarla en activistas radicales de izquierda, cercanos a los pueblos indígenas. El punto es que esta postura realza la cosmovisión y cosmología de los pueblos indígenas, a las cuales se les atribuye una tenacidad para la resistencia y la lucha. Ponen como ejemplos del enfoque descolonizador y reivindicativo del movimiento indianista a las ejecutorias del Movimiento Indígena Pachakuti –MIP– del ecuador, al levantamiento zapatista en Chiapas, la rebelión aguaruna en Bagua –Amazonas peruano–, al cerco indígena a La Paz en el 2000, la guerra del gas en El Alto (Bolivia), y las marchas indígenas del Cauca contra el gobierno autoritario de Álvaro Uribe en Colombia. Empero, esta tendencia pasa por alto que estos sistemas sociales dominantes son redes complejas de relaciones económicas, sociales y políticas en las que todos estamos envueltos –al fin y al cabo todos estamos hechos del mismo barro, decía Cioram– , aunque de forma diferente, ante todo desigual y contradictoria.

De no ser así, no entenderíamos los ocho años de gobierno del presidente Álvaro Uribe, que terminó su segundo gobierno con una alta favorabilidad –80%–, a la cual no le hicieron mella las movilizaciones más destacadas de estos últimos años, como fueron las marchas indígenas del Cauca. Esta postura política encierra una paradoja: Al ser la construcción del Estado socialista –en el cual desaparecerían las diferencias– el propósito central de una perspectiva política de izquierda, las particularidades étnicas terminarían siendo asuntos secundarios en las preocupaciones de obreros y campesinos. Serían movimientos pasajeros, y por lo tanto con dificultades de transformarse en sujetos políticos. Se ensalzan los levantamientos de origen étnico, como manifestaciones de rebeldía de los pueblos, pero las etnias están condenadas a la inexorable disolución en una sociedad sin clases. Son importantes en su transitoriedad, como fuerzas que hacen parte del caudal revolucionario.

La otra tendencia que asume el madretierrismo es la que define a la madre tierra como la fuente de toda sabiduría, a la cual sólo los pueblos amerindios tendrían acceso, pues estarían enchufados a un gran sentido cósmico. Es una suerte de indianismo –por lo demás estridente– que exalta un identitarismo indígena –en este caso una especie de etnocentrismo antirracista–. Esta tendencia es propensa a manipular simbolismos culturales.

Aunque en el movimiento indígena colombiano no ha hecho escuela este pensamiento, ya que el pragmatismo de las comunidades en la lucha por la tierra no da mucho espacio para posturas un tanto esotéricas, sí prospera en líderes indígenas y universidades, donde se convoca a indígenas a dictar cátedra sobre sus cosmovisiones y cosmologías. Su filosofía no desarrolla un pensamiento social crítico, que es fundamental para la construcción de alternativas políticas.

Por el contrario simplifica el pensamiento con un glosario de palabras, muchas de ellas de lenguas amerindias, que son “pronunciadas con tono enigmático”. (8) Esta simplificación genera en muchos de sus seguidores actitudes intransigentes, que bloquean la expresión de opiniones heterodoxas, necesarias en sociedades pluriculturales como las nuestras. Lo que más preocupa es que no aportan –tampoco parecen estar dentro de sus objetivos– ideas para entender el despojo territorial, el narcotráfico, el conflicto armado interno, la apropiación violenta de los recursos ambientales, las contradicciones al interior de los sectores sociales excluidos, la problemática de género, etc. Pero tampoco para entender las relaciones dependientes de sus comunidades con los centros de poder económico.

Un merito que tiene el pensamiento ‘madretierrista’ y el Sumak Kawsay para ofrecer al movimiento social popular colombiano es de haber contribuido a difundir e internalizar el respeto sagrado por la naturaleza y por todas las formas de vida. Es una visión crítica de la sociedad, que aún en sus poéticos desvaríos indigenistas, es al fin de cuentas crítica. Una crítica desde las entrañas de las comunidades indígenas a aquellos sistemas sociales que como el capitalismo y el real-socialismo, vienen causando daños irreversibles al planeta. Introducen pues en el pensamiento contemporáneo una ética ejemplar, al asociar la vida a la tierra. Y esta es, como me lo comentó el abogado indigenista peruano-español Pedro García Hierro –Perico–, mi Amauta en estas lides, “…una manera peculiar de estos pueblos de decirle a occidente y a sus sistemas depredadores de territorios y pueblos, que los dejen tranquilos, que quieren vivir en paz, que no los jodan más…” (9).

No obstante esto contrasta con realidades que muestran que en Colombia –no sé si también en otros países– hay varias zonas indígenas, donde es manifiesto el mal uso de los suelos en ganadería, caña de azúcar, arroz, algodón y otros productos –aún de uso ilícito– que no son estratégicos para la seguridad alimentaria, mientras muchas familias indígenas carecen de tierra y sufren temporalmente de ‘hambrunas’. La perspectiva crítica de los ‘madretierristas’ logra, en algunos casos, que los Estados efectúen reformas constitucionales. Ecuador por ejemplo se compromete a “…construir una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y armonía con la naturaleza, para alcanzar el buen vivir, el sumak kawsay…” –Preámbulo de la Constitución Política de 2008–. También puede suceder, como en Japón, que un Estado habilidoso, recoja la visión panteísta de los ecologistas, para integrarla en su proyecto industrialista. En ambos casos la causa ecológica puede convertirse en una variable más del desarrollo capitalista y no en un factor de su negación.

Los conceptos de los ‘madretierristas’ son limitados. Tampoco ofrecen ideas de gran calado profundas para realizar análisis más inteligentes de las formas como los pueblos subyugados pueden generar respuestas contra todo tipo de dominación. Profundizar en la historia del CRIC daría mejores resultados.

No basta apelar cándidamente a la cultura y a la madre tierra para convocar a los subyugados a romper con los lazos de dominación, y tampoco irritarse por la parsimonia de los que no se sublevan, o emplear –despropósito inaceptable– el término de “fascismo de los de abajo”, (10) para injuriar a los ‘mamos’ –líderes espirituales– de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, por haberle obsequiado a Juan Manuel Santos –el nuevo presidente de los colombianos– un bastón de mando y un collar con cuatro piedras (11), en una ceremonia de posesión simbólica que se celebró en el “templo” indígena de Seiyua.

En Colombia, a diferencia de Bolivia, Ecuador y Perú, no se ha dado últimamente un movimiento indianista para reivindicar la tierra. El último de su clase ocurrió con las luchas del legendario líder nasa Manuel Quintín Lame, en el Cauca y el Tolima, justas que impidieron la extinción de los resguardos indígenas en esas regiones. Las grandes conquistas indígenas en la lucha por la tierra, se iniciaron al lado del movimiento campesino en los años 70 con la consigna de “la tierra pa’l que la trabaja”, que el naciente movimiento indígena adecuó bajo el lema de “recuperación de las tierras de resguardo” y de “abolición del terraje”, que se convertirían en los dos puntos centrales de la plataforma de lucha de los indígenas caucanos.

Estas consignas campesinas e indígenas, estaban enfiladas a arrebatarles la tierra a los terratenientes y acabar con el latifundio ocioso y pernicioso, agrandado por la violencia de los años 50. De que esta movilización fue exitosa, lo muestran las cerca de 80.000 hectáreas de tierra de resguardos indígenas que fueron recuperadas en el Cauca, derrotando por demás a la oligarquía terrateniente y abriendo los primeros espacios para la modernización de ese departamento. Es por eso que extraña, que un movimiento de neta raigambre política pluriétnica, que movilizó exitosamente a miles de indígenas y campesinos mestizos en la lucha por sus derechos, y que no se arredró ante el poder autoritario de Uribe, descubra y recurra a ideas esotéricas indianistas, que pueden seducir a estudiantes de las ciudades y atraer a turistas revolucionarios, criollos y europeos, como lo señalaba el politólogo Marc Saint-Upery para el caso boliviano, pero que poco aportan a la identificación de caminos para continuar las luchas por sus derechos, y en nada contribuye a realizar verdaderos cambios en la relación del hombre con la naturaleza, que sólo se logran con una modificación de las relaciones de producción capitalista.

Las luchas populares por la tierra están muy arraigadas en las comunidades indígenas de Colombia. No creo entonces que el movimiento indígena logre movilizar a sus bases con floridos paradigmas, que más que significar algo nuevo, es un esfuerzo filosófico de algunos mentores de los indígenas por diferenciarlos de los demás, lo cual paradójicamente los hace más iguales, pues, como lo expresa lucidamente Fernando Yurman, “Es sabido que lo que más iguala a los seres humanos, es su permanente fantasía de creerse distintos”. Si las comunidades se siguen movilizando por la ‘liberación de la madre tierra’, lo hacen en el sentido de la lucha que iniciaron sus ancestros hace 40 años: la recuperación de las tierras y ampliación de sus resguardos, tierras que todavía hacen falta para mejorar sus condiciones de vida y superar todas las formas de opresión basadas en la tenencia de la madre tierra. Es decir, lo que vienen haciendo también campesinos y negros.

Resguardo de Jambaló, agosto de 2010.

Notas

1 “Paradojas de las luchas indígenas por la tierra…” “La Interculturalidad retorna a su laberinto”.

2 “La madre tierra y el buen vivir ¿Nuevos paradigmas analíticos y estratégicos de las luchas indígenas?” IWGIA, 2010.

3 Evo Morales explica lo que significa el Sumak Kawsay: “Es Vivir Bien, es pensar no sólo en términos de ingreso per-cápita sino de identidad cultural, de comunidad, de armonía entre nosotros y con nuestra madre tierra”, propone por lo tanto que “construyamos una verdadera comunidad de naciones sudamericanas para vivir bien”.

4 Castellanización de lo que Pablo Stefanoni, llama ‘pachamamismo’, la corriente indianista de los seguidores de la pachamama (‘madre tierra’ en quechua).

5 Esto es paradójico, por cuanto nuestro país posee un registro amplio de experiencias –desde el levantamiento de los comuneros en la Colonia, hasta el movimiento campesino de la ANUC en los años 70 del siglo pasado– y conocimientos acumulados en torno a una construcción colectiva de procesos de unidad popular.

6 “Los Ronderos y la Justicia Comunitaria en la Nación Quechua”, diario Los Andes, Puno, Perú, agosto 8 de 2010.

7 “El subsuelo de la Nación ha sido casi todo concesionado a firmas nacionales y empresas multinacionales: 7.000 títulos mineros en todo el país; 1.800 en la Amazonia, la mayoría reserva forestal; 44 en Parques Nacionales…” Alfredo Molano Bravo, “A punto de sangre”, ELESPECTADOR.COM, 22 de agosto de 2010.

8 Pablo Stefanoni: ‘¿Adónde nos lleva el Pachamamismo?’

9 Conversación personal, Lima 2010.

10 Manuel Rozental: “Fascismo de la otra Unidad Latinoamericana: Los de abajo y la Gran Alianza”. América Latina en Movimiento, ALAI, 08/13/2010.

11 Representando a la tierra que hay que cuidar, el agua que hay que preservar como fuente de vida, la naturaleza, con la que hay que estar en armonía y el buen gobierno, que es esencial para la convivencia.

* Colectivo de Trabajo Jenzera

Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas, Corporación Viva La Ciudadanía

Edición 555 – Semana del 18 al 24 de Agosto de 2017