Por Paula Sperb, InfoRural, 10 de mayo de 2017

Era la madrugada del 29 de octubre de 1985 y este agricultor se convertía así en uno de los 7.500 campesinos que iniciaron el Movimiento de los Sin Tierra (MST) con la invasión de terrenos en una treintena de ciudades de todo el país.

Ahora, a los 54 años, Vedovatto asiste a la 14º ceremonia de inicio de la cosecha de arroz ecológico junto a otros 2.000 compañeros.

En estas tres décadas, ha sido testigo de cómo el MST se ha vuelto el mayor productor de arroz orgánico (que no ha sido tratado con productos químicos) en América Latina, según el Instituto Riograndense del Arroz (IRGA).

Un nuevo rumbo que algunos aplauden y otros, critican.

El MST prevé recolectar más de 27.000 toneladas producidas en 22 asentamientos diferentes durante la cosecha de arroz orgánico del periodo 2016-2017.

Una actividad que implica a 616 familias y de la que también saldrán 22.260 sacos de semillas no transgénicas.

El movimiento exporta el 30% de su producción, de acuerdo con el coordinador del grupo de gestión del arroz ecológico del MST, Emerson Giacomelli, que fue quien comenzó a desarrollar hace 15 años la técnica que usa este movimiento para sembrar este alimento.

“Los beneficios son de salud, tanto para quienes lo producen como para quienes lo consumen. Ayuda a que los agricultores permanezcan en la tierra, pero también a que los consumidores no tengan que preocuparse por los efectos nocivos de los pesticidas”, defiende.

Uno de los responsables de exportación es el zootécnico Anderson Bortoli, de 41 años, que trabaja en la empresa Solstbio, en la ciudad de Santa María.

Su compañía no tiene relación institucional con el MST, pero compra arroz orgánico a tres de sus asentamientos y lo exporta a Estados Unidos, Alemania, España, Nueva Zelanda, Noruega, Chile y México.

Bortoli recoge muestras de arroz en silos y las envía a Bélgica. Allí son sometidas a análisis que garanticen la ausencia de pesticidas para conseguir la certificación de producto orgánico.

Sólo en Nova Santa Rita, la producción del MST genera más de US$2 millones al año, aportando dinamismo a la economía local, según la alcaldesa Margaret Simon Ferretti.

Allí, 4.000 estudiantes de 16 escuelas públicas consumen alimentos orgánicos comprados por el gobierno local directamente a los agricultores.

Isaías Vedovatto, pertenece al MST desde hace tres décadas.

Una visión “ingenua”

Giacomelli destaca que los productores de arroz orgánico trabajan en cooperativas, por lo que ganan un 15% más que los agricultores convencionales.

“Esto es posible porque aportamos al mercado un producto de calidad, con un precio más alto. Algo que ayuda a mantener a los trabajadores en el campo”, explica el coordinador.

La agricultura ecológica se introdujo en el discurso del MST en la década de los 2000, según estudios académicos.

“A principios del MST, durante la crisis de 1980, el objetivo principal del movimiento era conseguir tierras que la gente pudiera trabajar y donde pudiera formar una familia”, le dice a BBC Brasil el coordinador nacional del MST, Joao Pedro Stedile.

“En ese contexto, la visión era incluso un poco ingenua: la tierra es de quien la trabaje. Se trata de un principio justo, pero insuficiente para resolver los problemas de la producción de alimentos. A medida que el MST fue evolucionando, fuimos adaptando nuestro programa e incorporando la agricultura ecológica”, añade Stedile.

“La agroecología pasó a ser el argumento principal del movimiento ante asuntos como la viabilidad de la reforma agraria y a la hora de dialogar con la sociedad civil, ya sea urbana o rural”, explica el profesor de la Universidad Federal Rural de Pernambuco (UFRPE) Caetano de’Carli Viana Costa, que estudió este cambio de rumbo del MST.

Críticas al nuevo modelo

Esta nueva fase del movimiento genera críticas por parte de los que piensan que dejó a un lado su agenda original para sucumbir ante las demandas del mercado de consumo.

“El MST abandonó su programa de lucha para absorber un modelo de producción liberal -y por qué no decirlo, capitalista- para tener éxito”, critica Adriano Paranaiba, experto en agroindustria de la Universidad Federal de Goiás (UFG) y director de enseñanza e investigación del Instituto Libertad y Justicia (UI).

Otros critican las tácticas tradicionales de invasión de tierras, pero ven con buenos ojos los avances en la producción orgánica.

“Es un movimiento invasor, que roza la actividad guerrilleray que ha estado detrás de conflictos que amenazaban la vida de otras personas en varias ocasiones”, afirma Paulo Ricardo de Souza Dias, presidente de la Comisión de Asuntos Agrarios de la Federación de Agricultura del Estado de Rio Grande do Sul.

“Cuando son agricultores, son nuestros colegas. Nuestra visión se vuelve crítica cuando forman parte de movimiento guerrillero”, insiste.

Menos expropiaciones

En teoría, los “sin tierra” invaden áreas improductivas y desocupadas. Entonces, el gobierno compensa económicamente a los dueños y otorga el terreno en propiedad a los campesinos en un proceso que no siempre resulta pacífico.

Según el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (Incra), Brasil tiene 9.355 asentamientos de este tipo.

Según las estimaciones del MST, existen 1,1 millones de familias que obtuvieron sus tierras de esta forma y otras 130.000 que están acampadas, es decir, que aún no están legalmente reconocidas como propietarias.

Uno de los motivos es que los decretos presidenciales que determinan la expropiación de tierras para destinarlas a los asentamientos cayeron un 86,7% entre 2010 y 2016.

En 2010, Lula firmó 158 decretos frente a los 21 expedidos en 2016 (Dilma Rousseff fue alejada del poder en mayo, cuando fue sustituida por Temer).

En el mismo periodo, la cantidad de área expropiada descendió un 89%, de 321.525 hectáreas en 2010 a 35.089 hectáreas en 2016.

Como consecuencia, la cantidad pagada por el gobierno a los propietarios de las tierras expropiadas también bajó, pero no en la misma proporción: la reducción entre 2010 a 2016 fue de un 64,62%, de US$103 millones a 33 millones.

Los campamentos, la etapa más dura

El decreto presidencial es uno de los últimos pasos en la creación de un asentamiento. Antes de eso, viene la fase de campamento.

Es aquí cuando que se produce el mayor número de abandonos, afirma la coordinadora estatal del MST, Cedenir de Oliveira.

Sin agua corriente, electricidad y viviendo en tiendas de campaña, algunas familias no pueden soportar la espera.

Nilce de Oliveira, de 40 años, es una de las que tienen paciencia: dejó la localidad de Guarujá con su marido y sus dos hijos para acampar en la ciudad de Charqueadas, a 40 kilómetros de Porto Alegre.

“Estamos bajo el toldo negro. La parte más difícil es el invierno porque hace demasiado frío, la lluvia lo moja todo y tienes que hacer fuego para mantenerte caliente”, explica Oliveira.

“La gente se acuesta abrazada y se envuelve con las sábanas”, dice su hija de 7 años, señalando a su hermano Michael, de 13.

A la precariedad, se suma la violencia. Los líderes “sin tierra” aseguran que conviven con amenazas de muerte y ejecuciones de miembros del movimiento.

El pasado 19 de abril, nueve hombres “sin tierra” fueron encontrados sin vida en un asentamiento en la zona de Colniza, en Mato Grosso.

Las víctimas habían sido atadas y torturadas. La sospecha recae sobre supuestos secuaces de hacendados de la región.

El 25 de abril un dirigente del MST fue asesinado en su casa en el asentamiento de la Libertad, en Minas Gerais.

Un informe de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), vinculada a la Iglesia Católica, señala que 59 personas murieron en 2016 por defender la reforma agraria y las zonas indígenas.

Si bien la violencia en las áreas rurales persiste, el MST espera que la producción de materia orgánica se adopte en otras regiones del país.