Por Patricia López, Gaceta UNAM, 5 de enero de 2017

Para el año 2050 disminuirá 20 por ciento la disponibilidad de tierra arable por persona en el mundo, y no alcanzará para alimentar a nueve mil millones (población estimada para entonces) con dietas lujosas, previó María José Ibarrola Rivas, investigadora de posdoctorado del Instituto de Geografía.

La universitaria realizó un estudio y analizó dos parámetros básicos: la densidad poblacional y los patrones de consumo de alimentos en las distintas sociedades, dependiendo de su nivel socioeconómico. “Utilicé datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y dividí los países en seis grupos, que van de los más pobres a los más desarrollados, y que tienen entre sí diversas formas de agricultura”.

Ibarrola encontró diferencias entre las naciones, pues mientras las más pobres tienen una dieta básica, generalmente respetuosa con el ambiente, pero poco eficiente en términos de uso de la tierra, los países ricos tienen alta tecnología y un uso intensivo de la misma.

Masificación de la producción

La idea central de Ibarrola Rivas es que el tipo de producción está sujeto a la cantidad de tierra agrícola utilizable; por ello, calculó la cantidad arable disponible por persona en el año 2010, y en promedio correspondían dos mil metros cuadrados, mientras que para 2050, estimó, disminuirá a mil 600 metros cuadrados.

Sin embargo, hay diferencia entre los territorios ricos y los pobres, teniendo desventajas estos últimos; la inequidad aumentará para 2050 por el crecimiento poblacional de los países desfavorecidos. Como resultado, para ese año las naciones ricas tendrán, en promedio, tres veces más disponibilidad de tierra arable por persona que los pobres, quienes representarán 70 por ciento de la población global. Lo anterior significa que su potencial agrícola será más limitado.

Además, no será factible la masificación de la agroecología, que se refiere a la producción de alimentos en sistemas agrícolas que respetan los principios ecológicos, como los flujos de energía y los conocimientos de las comunidades originarias. En general, concluyó Ibarrola Rivas, este método utiliza más tierra que los sistemas intensivos, por lo que es cuestionable que pueda alimentar a toda la población en 2050.