Por Anabel Pascual, EfeAgro, 17 de octubre de 2016

El premio Nobel de la Paz (1980), Adolfo Pérez Esquivel, cree que la “agroecología es una posibilidad de cambio, de encontrar otros caminos antes de que sea tarde”, en referencia a los efectos de la deforestación o pérdida de recursos y una respuesta a los monocultivos que “quiebran la biodiversidad“.

“Hay que pensar en reestablecer el equilibrio entre el ser humano y la madre naturaleza, porque cuando quebramos ese equilibrio viene la violencia estructural, social y política” y es un desafío iniciar el cambio y repensar el actual modelo de producción de alimentos, ha añadido.

Aunque los intereses políticos y económicos no tienen voluntad de cambio -ha recordado que los gobiernos gastan más en armas que en alimentos-, la “indignación” propicia el cambio, tras lo que ha aludido al lema de los estudiantes del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, porque “si tomamos conciencia ese imposible es posible”.

Pérez Esquivel realizó estas declaraciones a Efeagro tras su conferencia magistral en Madrid en el marco de la II Jornada de Agricultura Sostenible y Cooperación al Desarrollo -“Aportaciones de la Agroecología al Desarrollo Rural y a la Cooperación Internacional”-, organizada por la FAO, VSF Justicia Alimentaria Global y Cerai.

Agroecología, aprender a rever lo que comemos:

También ha pedido a los consumidores que reaccionen y que hagan “conciencia crítica”, que hagan frente a la “propaganda que te vende los productos, sin saber cuál es el contenido” y ha puesto en valor la agroecología para enseñar a la sociedad, a las familias, a “rever”, a examinar, a analizar con espíritu crítico aquello que comemos.

“Porque lo que entra en el cuerpo si es sano vamos a estar sanos, si no es sano, vamos a enfermar (…) El aumento del cáncer en el mundo no es casual”, ha asegurado.

Ante un auditorio cautivado por sus palabras, el premio Nobel ha señalado que hay que hacer frente a la especulación financiera de las tierras agrícolas, al poder de las grandes multinacionales, al modelo agrario basado en monocultivos que destruyen la biodiversidad, que abusa de los agroquímicos y que confunde explotación con desarrollo y que contribuye a la desertificación y al cambio climático.

El desafío está, ha señalado, en apostar por un modelo que pueda contrarrestar estos efectos y “recuperar la capacidad de la vida, porque podemos vivir sin petróleo, oro o plata, pero no sin agua”. Ha aludido a la agroecología y a la necesidad de formar y educar en sus principios, en la diversidad, para contrarrestar los efectos de una agricultura basada en grandes extensiones de monocultivos que expulsa de sus tierras a los pequeños campesinos.

Agricultores que tratan a la tierra con respeto y no como si fueran sus dueños, porque los recursos naturales son finitos y hay que cuidarlos, por lo que ha abogado por “repensar el modelo de producción, que no puede estar basado en la especulación financiera”, la producción tiene que ser acorde con la necesidad de la vida de pueblos, no con la especulación financiera, ha remarcado.

Porque la soberanía alimentaria debe estar en manos de los pequeños agricultores y no de las grandes corporaciones, de ahí que cifre su esperanza en la “formación agroecológica” para comenzar a pensar de otra manera, porque la agricultura no sólo es cultivar la tierra, hay que verla como un todo, porque influye en la economía, tiene repercusiones en la sociedad y en la política, con importantes consecuencias medioambientales.

Y ha advertido: “El monocultivo más peligroso es el de las mentes“.