Por Alexander Naranjo, Valeria Recalde y Elizabeth Bravo, Biodiversidad LA, 14 de enero del 2020.

Aprendiendo a dialogar con la naturaleza cuidando la vida de las abejas y otros polinizadores

Los sistemas agrarios tradicionales campesinos recogen historias milenarias que describen la relación simbiótica entre especies por un fin común—la vida. Desde el inicio de la agricultura, muchas especies animales y vegetales (con un papel importante de los seres humanos), en conjunto con bacterias y hongos han venido trabajando en equipo con el fin de garantizar alimentos para todas las especies involucradas en el proceso.

Este modelo campesino, que todavía se resiste a desaparecer, empezó a ser desarticulado con la llamada “revolución verde”, la cual se describe como un proceso de modernización capitalista para el campo, caracterizada por el despojo material y simbólico de las formas tradicionales de cultivo, con la finalidad de obtener mayor productividad y con ello mayor capacidad de acumulación.

Desde entonces, lo único que se evalúa en estos cultivos homogéneos son los rendimientos y la productividad, sin considerar las externalidades, que son impactos socioambientales asumidos por las comunidades campesinas y la naturaleza. Además, se menosprecia esa relación entre humanos y naturaleza construida durante milenios.

En todo el documento usaremos las palabras: Plaguicidas, Pesticidas y Agrotóxicos en referencia a las sustancias químicas tóxicas utilizadas en la agricultura para aniquilar insectos, malezas, hongos que afecten al cultivo.

¿Cómo se rompió el dialogo?

El modelo agroindustrial buscó sustituir las complejas relaciones históricas entre especies y con su entorno por mecanismos reduccionistas y homogéneos. Con ello, el diálogo histórico se transformó en formas de control sobre lo campesino, los sistemas agrarios y la naturaleza.

Se profundizó los privilegios de la especie humana como especie hegemónica, lo que colocó a insectos, nemátodos, vegetales no comestibles, bacterias y hongos en situación de desigualdad. Desde ese momento, aquellas especies de las cuales no se podía extraer plusvalor, pasaban a formar parte de las llamadas “plagas” y “malezas”, catalogadas como enemigas del campo y de forma discriminatoria y arbitraria objetivos a exterminar. A través del uso intensivo de plaguicidas altamente peligrosos, se estableció un mecanismo de control sobre ellas.

Pero no son solo las “plagas” las victimas del modelo agroindustrial. A pesar de que las abejas, por la producción de miel para el consumo humano, no forman parte del grupo de “plagas” del campo, no se garantiza su protección o supervivencia frente al efecto toxico de los plaguicidas. Aunque sea parte de su marketing, muchos pesticidas no son selectivos para “controlar” solamente las especies para las que fueron creados. Es por ello que especies no objetivos como las abejas hoy están en serio peligro, junto con otros polinizadores.

Este modelo, que en nuestro país está desde hace más de 50 años, ha provocado numerosos impactos a la salud ambiental, donde podemos anotar: el estrechamiento de la base genética de los cultivos y la cultura asociada a ellas; la destrucción de ecosistemas frágiles, la pérdida de la fertilidad del suelo, la contaminación de fuentes de agua y la ruptura de la cadena trófica.

Actualmente, la agroindustria ha reforzado las relaciones de inequidad entre especies, permeándose en todas las esferas, tanto urbanas como rurales. Únicamente se extrae valor y energía profundizando las relaciones instrumentales entre especies vivas. Esto incluye a los campesinos quienes pasaron de ser productores y resolver su producción y reproducción social y material de forma autónoma, a ser consumidores subsumidos en los paquetes tecnológicos, en un ambiente de menosprecio a sus formas de vida.

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