Por Carlos Andrés Duque Acosta*, Alainet, 31 de enero de 2019

El sábado 26 de enero, a las 7:32 de la mañana, tembló en Colombia. Reportes del Servicio Geológico Colombiano indican que el sismo fue de 5.5 grados de magnitud, con una profundidad superficial (menor a 30 km); su epicentro fue localizado en la población de Planadas, departamento del Tolima. Desde ese día se han experimentado varios temblores en todo el país.

Minutos después del mencionado sismo, la ex-senadora del Partido Alianza Verde y hoy candidata a la alcaldía mayor de Bogotá, Claudia López, trino desde su cuenta (@ClaudiaLopez): “La tierra tiembla. ¿Qué nos querrá decir? ¿Qué nos querrá advertir?” Inmediatamente generó varias airadas respuestas en su contra, señalando, supuestamente, lo absurdo de su mensaje, su falta de sentido, su irracionalidad, su falta de rigor científico, etc.

Entre estas respuestas se destacó, mejor: se “viralizó”, como acostumbra hoy a decirse, la de la tuitera Liliana Flórez Ríos (@lylyflower2007): “Estimada: la Tierra es un planeta que no quiere decir nada. Tiembla todo el tiempo y hace parte de las dinámicas internas de reacomodación de las tectónicas. No hay que fomentar la concepción animista de las ciencias”.

Reflexionar sobre la evidente molestia que generó entre varios tuiteros la publicación “animista” de Claudia López puede abrirnos a un horizonte interesante. Sería valioso tomar el asunto con más calma. Ir más despacio en la reflexión. Detenerse, interrogarse, confrontarse. Preguntarnos: ¿hasta dónde nos incomoda que se cuestionen nuestras “certezas cartesianas”, antropocéntricas, naturalistas, basadas en una ontología moderna-dualista que separa de manera absoluta “Naturaleza” de “Cultura”?, ¿qué relación tiene tal “arreglo ontológico” occidental con el horizonte de la auto-extinción, con el denominado “antropoceno”?, ¿qué relación, por ejemplo, tiene el tema con el Buen Vivir del Ecuador, el Vivir Bien de Bolivia, al Ubuntu africano?, ¿por qué no preguntarnos, por ejemplo, a qué llaman hoy varios científicos sociales el “Giro ontológico”, que permitiría tener una mirada más crítica sobre el “naturalismo” y el “animismo”?

Si verdaderamente queremos “escuchar a la Madre Tierra”, más allá de la acusación “animista” quizá el punto clave sea comprender nuestro, vamos a llamarlo reductivamente, “cartesianismo”, que tiene raíces culturales en la Modernidad occidental y nos cierra ante distintas realidades o, a la comprensión de distintas prácticas que “crean mundos”. Esta clausura de origen cognitivo conduce a una separación ego-céntrica, casi absoluta, entre el sujeto-que-conoce (la mente) y el objeto-a-conocer; entre lo “humano” y lo “no-humano”. La crítica a este paradigma puede encontrarse en doctrinas espirituales como el budismo, el taoísmo, así como en tradiciones de senti-pensamiento como la indígena ancestral, que encontramos en nuestros pueblos originarios.

También, por ejemplo, sabemos que el llamado “sexto sentido” de las mujeres, más conectadas con el cuerpo, más integradas con la vida, indica una compresión más profunda de la realidad. Aunque la lista de autores sobre este tema es amplia, podemos mencionar desde la orilla filosófica europea a Heidegger, Merleau-Ponty, Deleuze/Guattari; desde la “apertura ontológica” latinoamericana, podemos destacar al brasilero Eduardo Viveiros de Castro y al colombiano Arturo Escobar, ambos antropólogos.

Ahora bien, hay un camino que las tradiciones ancestrales espirituales mencionadas (indígenas, taoístas, budistas, etc.), han reiterado: la conciencia de unidad, la no-dualidad, que va más allá de la separación mente-cuerpo, no es un asunto de comprensión meramente cognitivo o emocional (o corporal), es un camino de integración, de relacionalidad, no de separación. Es por esto que se aconseja un camino de “experiencia directa”, de “expansión de la conciencia” o “trascendencia del ego”; los pueblos “orientales” (indios, chinos, japoneses, etc.), principalmente a través de la meditación (silencio), los pueblos indígenas, principalmente a través de los rituales con las plantas sagradas (ayahuasca, peyote, rapé, etc.). Las investigaciones en psicología nos hablan de un camino de interacción trans-personal, trans-egóico.

Digamos que este camino espiritual trans-racional, bio-céntrico, cosmo-céntrico si se quiere, permite abrirse a una dimensión que puede aceptar a la Pachamama como un ser vivo, conciente, sintiente; permite, sentir una conexión especial, todo esto más allá, como lo decía en otro lugar, del naturalismo occidental, sustentado en el mencionado “cartesianismo”, eje de la desacralización del mundo y su consecuente mercantilización. El capitalismo nos quiere individualistas y separados, listos para competir.

Habría que advertir que no se trata de un asunto de “culturas”, de “creencias”, ni del “todo vale”, tampoco de “relativismo cultural” ni de “irracionalismo”. El tema es más sutil, por eso precisamente se habla hoy, especialmente desde la Antropología, de “Giro ontológico”. Una ilustración: cuando el ex-canciller de Bolivia, David Choquehuanca, afirma que “el agua es la leche de la madre-tierra” (más allá de que sea una molécula de agua formada por enlaces covalentes, H2O, etc.) dice una verdad necesaria que se le escapa al “naturalismo”, al “positivismo” pero que puede incluirlos; una verdad con profundas implicaciones ético-políticas.

Por mi parte, más allá de la dimensión de la experiencia espiritual, me interesa explorar a nivel filosófico, las consecuencias ético-políticas de este horizonte. En este sentido, el Buen Vivir (sumak kawsay en quechua) llevado a la Constitución del Ecuador y el Vivir Bien (suma qamaña en aymara) expresado en la Constitución de Bolivia, son dos visiones prácticas de lo anteriormente señalado, dos modelos basados, precisamente, en escuchar a la Madre Tierra.

*Carlos Andrés Duque Acosta. Matemático, filósofo, doctorando en Filosofía, Unicamp, Brasil.