Por Mariano Sierra S., Alainet, 2 de marzo de 2018

La educación en Colombia es uno de los grandes conflictos sociales, generador de violencia social que hemos venido arrastrando desde antaño. Disque estamos en un proceso de paz, pero el conflicto no despega, más aún se ahonda más.

Con des-educación no hay paz. El no NO basta, sino se tiene conformada una estructura educativa que proporcione todos los elementos que desmonte la enseñanza doméstica. Se ha ufanado el país de tener una educación democrática, pero se evidencia todo lo contrario. El modelo educativo deviene de una estructura colonial, que se conduce por agujeros negros, lo que ilustra la existencia de una lucha continua de sindicatos pero que más bien parece una lucha con matices personales.

El más deplorable manejo del Estado, entre otros, está en la educación rural. Este manejo no registra ningún criterio formativo y su acción presupuestal pareciera que se asigna donde hay pilos, pues en el campo estos no existen. Colombia es un país de Genesis agrícola, por lo que deberíamos tener un emporio agroindustrial, que dé para el consumo interno y la exportación, donde la educación debiera tener un efectivo manejo estructural, no informal.

El país tiene una inmensa deuda con nuestros campesinos, como decir que ellos nos dieron la independencia, y ahora nos toca a nosotros independizarlos del ostracismo al cual se les tiene sometido y para ello no hay mucho que decir. Los hechos lo demuestran. El campo carece de centros de salud eficientes, de escuelas bien dotadas pues allá también hay pilos que se debaten en medio de dificultades para poder estudiar, con decir que sus escuelas son cambuchos, o al aire libre.

Mejor dotadas están las pesebreras de los caballos. A los niños les toca atravesar ríos sin puentes o si los hay son verdaderos trapecios- Y de los docentes ni que hablar de esos guerreros, sin elementos de formación, sin seguridad. No olvidemos que la gran población colombiana tiene raíces campesinas, a las que a muchos se avergüenzan de ello y eso parece indicar que le sucede a los del ministerio de educación en todo el país,

Pero no solo la catástrofe educativa rural la viven los jóvenes, también los adultos son víctimas de la ingobernabilidad, ellos también son excluidos de tan preciado derecho, que es la fuente de desarrollo de una nación. La educación rural es excluyente, está en el olvido. Hace no mucho le exprese a la actual ministra de educación esta situación y su respuesta sin ser negativa me dijo que estaba revisando el asunto. Pero como que nunca lo reviso. Importa más la comodidad de la ciudad. Pero ahondemos el problema, cuando vemos a un estado que, para cubrir otros frentes, tal vez de corrupción, reduce los presupuestos de la educación y la investigación. Será que estos frentes necesitan un doliente. Entonces será que habrá necesidad de crear un ministerio de educación para el campo.

El país no recibe de sus gobernantes una sana rendición de cuentas sencilla, ordenada y concisa. Esta es un lechado de cifras escuetas con índices eufóricos, adornados con cortinas de humo y un resultado especulativo. Pasando a la ejecución de los sindicatos de la educación nuestro reclamo es claro. Ellos promulgan paros, donde no se ven peticiones a la educación rural. Todo el proceso de discusión, es lacónico, donde de bulto solo se perfilan peticiones de tipo personal…La educación pues está contaminada por el Estado y los llamados defensores de los docentes, los sindicatos, que son cuerpo inerte como el mismo ministerio.

El estado debe cerrar brechas sociales en educación para el sector rural, de esa Colombia en el olvido, siempre marginada, a quienes les debemos el pan de cada día y nuestra libertad. Esta reflexión nos adentra a mirar todo el ideario de la problemática existente, que viven nuestros campesinos, las etnias y los hermanos afros. Estas comunidades han sido gobernadas por el abandono con poder despótico. Ellos han vivido la economía del conocimiento, al amparo de políticas desordenadas.

Como marginados y desplazados silenciosos se les vulneran sus derechos que han conquistado con el azadón y el machete, con su accionar patriótico, por fuera de la democracia participativa, que a diario exigen con justas peticiones en paros declarados ilegales. De ellos solo se les recuerda en las campañas electoreras donde cunden las promesas de los politiqueros para construir puentes donde no hay rio, o para prometer imposibles y solicitarles meter el voto en medio de caravanas llenas de mercados de ilusiones.

Una revolución rural abrirá caminos de esperanza a la colectividad que tiene en la tierra el porvenir del país. Acompañará a esta revolución, la revolución educativa que esta para determinar al campo, un emporio de paz, donde florecerá la transformación que fundamentará la agroindustria, que evitará desplazamientos a las ciudades, que le de dignidad a estos guerreros de la tierra, que nunca han visto un miembro del estado en sus tierras para que se percaten de sus dolencias sociales.

Opiniones diversas señalan que la negociación de la Habana, fue un juego de poderes, quiere decir, que allí nunca se determinó planes de corregir las deficiencias sociales y mucho menos los conflictos rurales. Amén de la precariedad educativa rural, también el campesino sufre la falta de derechos salariales, prestacionales y de seguridad social. Aún viven en materia laboral como si estuvieran en la época de la colonia. Las leyes están legitimadas para toda la población colombiana, no puede haber excluidos, son derechos adquiridos que se les vulneran.

La población rural vive y han vivido años de supervivencia, sin calidad de vida, con grandes restricciones en educación, salud, seguridad, tierra y trabajo. La calidad de la educación precaria en todos los sentidos va en desventaja con la educación urbana, en grado sumo. Urgen medidas de transformación política y social, El papel del estado hacia lo rural es paupérrima, sin alternativas, sin acción de obligación como le corresponde. La situación rural se hace visible con los paros, las marchas, las huelgas de los grupos campesinos, etnias y afros, siendo la respuesta, la indiferencia estatal, el desconocimiento de su existencia.

La paz se siembra con acciones de gobierno, de lo contrario sería la continuación de la violencia. Pareciera que el proceso de paz que se gesta no va a cesar los conflictos rurales y menos los de la educación. Los jóvenes del campo no pueden ser más la carne de cañón para la guerra pues ello va en detrimento poblacional para el desarrollo rural. No más emigrantes rurales por causa de la ingobernabilidad, de la desidia. La población rural se desaloja de su entorno verde y se les envía a las ciudades a hacer parte de los otros invisibles, La memoria histórica nos ha enseñado que, para mantener un estado el control productivo, necesita adoptar políticas justas, no de desgreño social, que atiborra la democracia participativa.

El actual programa educativo no se centra en el pensamiento libre y crítico. Se basa en un sistema bancario ya definido por un pedagogo, al decir que consiste en consignar información que impide el razonamiento y la comprensión bajo esquemas de política doméstica. Para cualquier estructuración educativa, política y productiva rural, los grupos rurales deben participar de su gestión a evento de restringir que poderes los manipulen, los politicen. La participación debe ser real, no amañada ni precedida de nombramientos eufóricos en actas floridas que solo configuran contequillos. Un proceso de paz sin justicia social, lo hemos venido diciendo, es propio de un estado fallido, es propia de un estado republicano que aun hunde sus raíces en el presente, bajo la dirección de caudillistas elitistas en cuerpos ajenos.

Educación para la paz y por la independencia para los grupos rurales, derechos arrebatados por las maniobras canallescas estatales, que ha sometido a estos grupos al silencio y al olvido, es la proclama que elevamos rindiéndoles un homenaje de honor y gloria a estos siervos sin tierra, a estos condenados de la tierra.