Por Iván Restrepo, La Jornada, 18 de diciembre de 2017

Desde julio del año pasado, todos los supermercados franceses con superficie superior a 400 metros no pueden tirar a la basura los productos perecederos sino que deben donarlos a organizaciones dedicadas a la alimentación animal o a elaborar abonos agrícolas.

En cumplimiento de la actual Ley de Transición Energética, la meta es reducir el despilfarro de comida a la mitad en 2025. Una parte fundamental para lograr tal objetivo es inculcando desde la escuela el uso racional de alimentos, pues, en promedio, cada francés tira al año a la basura 20 kilogramos de comida en buen estado.

En la Unión Europea los datos son más alarmantes: se desperdicia un tercio de los alimentos que se producen para consumo humano. Se calcula que cada uno de sus ciudadanos echa diario a la basura medio kilo de comida, cuando todavía en los países que integran dicha Unión, viven 79 millones de personas por debajo del umbral de pobreza. A este despilfarro se suman los productos agropecuarios que se pierden antes de llegar a los mercados y millones de toneladas de frutos del mar que, después de ser capturados por las redes de los pescadores, se devuelven al agua.

Y sigamos con datos negativos: el desperdicio de comida a escala mundial equivale a 30 por ciento, mientras hay 925 millones de personas que presentan signos de desnutrición y varias regiones padecen hambrunas y enfermedades diversas ocasionadas por no consumir el mínimo indispensable para una vida sana.

Lo más sorprendente de los datos que existen sobre el desperdicio de comida que a otros hacen falta es que donde más se tira es en los hogares: en Europa y Estados Unidos asciende a más de 40 por ciento. Luego figuran los restaurantes, supermercados, hospitales y lugares donde viven niños sin hogar o personas de la tercera edad. Pero además, en las áreas agropecuarias y en el traslado de las cosechas a los centros de consumo, se pierde alrededor de un tercio de la producción mundial de alimentos, mientras una de cada ocho personas en el mundo pasa hambre y siete se alimenta pésimamente, lo que le ocasiona obesidad y diabetes. En muchos países los supermercados se niegan a reducir los precios de los alimentos a punto de caducar: prefieren tirarlos a la basura.

De que es posible reducir el problema lo muestra Inglaterra, donde el despilfarro en los hogares se ha reducido casi 30 por ciento los pasados 10 años, gracias al trabajo realizado entre los sectores gubernamental y empresarial y los ciudadanos. Otro país con metas muy claras para bajar ese desperdicio es Dinamarca. Esa labor ha dado excelentes frutos debido a la cooperación de las organizaciones sociales y las grandes empresas. En los pasados seis años los daneses lograron que no fuera a parar a la basura 25 por ciento de los alimentos en buen estado que tiraban los hogares, centros comerciales y restaurantes.

En México, donde casi la mitad de la población vive en la pobreza, también se desperdician alimentos. Un estudio realizado a fines de 1979 entre la Universidad de Arizona y el Centro de Ecodesarrollo mostró que los hogares de la capital del país tiraban a la basura 10 por ciento de la comida. Toda en buen estado: tortillas, frijol, arroz, pan y los demás componentes de la dieta básica. Lo más grave era que aún los hogares de bajo ingreso lo hacían, quizá porque algunos productos estaban subsidiados.

Datos recientes a escala nacional muestran que, por lo menos, cada año se desperdician más de 20 millones 400 mil toneladas de alimentos que tienen un costo de casi 500 mil millones de pesos. Son datos proporcionados por Edda Fernández Luiselli, subsecretaría de Fomento y Normatividad Ambiental de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), durante el foro realizado sobre el tema en el Senado de la República. Esos desperdicios de comida producen gases de efecto invernadero que equivalen a los que generan 15.7 millones de vehículos. Además refirió la pérdida de recursos básicos, como el agua, en el proceso de producción agropecuaria: tanta como para cubrir las necesidad del vital líquido en el país durante 28 meses. Conocida tan alarmante y absurda situación, cabe preguntar ¿dónde están los programas para evitarla?